Capitulo VI

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La doctora, como era su rutina diaria, pasó por Emma a su casa para dirigirse al hospital. Con un día sin cirugías programadas, tenía la oportunidad de hacer una visita especial a la señora Elizabeth. A pesar de no ser especialista en casos de cáncer terminal ni trabajar en el área de geriatría, Mia se tomaba el tiempo de visitarla regularmente, incluso si solo podía quedarse unos minutos. La señora Elizabeth, una mujer de ochenta años, había estado ingresada en el hospital durante casi un mes, y Mia valoraba mucho poder pasar tiempo con ella y brindarle algo de compañía y apoyo.

Emma, por su parte, se esforzaba al máximo por recuperarse antes de lo pronosticado. Con una gran determinación, había progresado más rápido de lo habitual en su proceso de recuperación. Después de terminar con la sesión de kinesiología, tenía planeado pasar a visitar a la doctora sin demora.

Un par de horas más tarde, Mia ya había concluido sus rondas y se dirigía con pesar a la oficina de la jefa de cardiología. Tenían un paciente en común y necesitaban coordinar el tratamiento.

La doctora Solari tocó la puerta de la oficina de la cardióloga, y de inmediato escuchó la voz que solía incomodarla. "Pase", dijo la jefa.

"¿Mia, tan temprano?", preguntó con una sonrisa. "Por favor, siéntate".

"Hablemos sobre el tratamiento de Rodrigo Núñez", dijo Mia al sentarse.

"¿Quién?" Mia volteo los ojos, recordando que la arpía podía ser excelente médico, pero no le importaba recordar los nombres ni los detalles de los pacientes, solo recordaba el número de sus habitaciones y diagnóstico, con eso le bastaba para hacer su trabajo.

''Se me olvidaba lo mal ser humano que eres'' dijo la mujer de ojos grises con cierto tono de molestia ''el paciente de la habitación dieciocho''.

"Oh, ya veo", habló la mujer rubia mientras rozaba sus dedos en el escritorio y caminaba lentamente. Se sentó casi frente a Mia en el borde del mueble que anteriormente había acariciado con sus dedos. La doctora Solari se acomodó en su silla, tratando de mantenerse alejada de la mujer que le había roto el corazón. "Esos detalles no son necesarios para hacer bien mi trabajo. En fin, antes de que llegaras, acababa de enviarte un correo electrónico con los detalles del tratamiento de este paciente", continuó la doctora Alcayaga.

Mia sacó su celular del bolsillo y abrió su correo, verificando la información. "Como podrás ver, ahí están los detalles. Supongo que podrás hacer tu trabajo en base a estos datos".

"Sí, está todo perfecto. Bueno, teniendo esto, ya no necesito nada más de ti. Así que me voy, gracias doctora Alcayaga", dijo Mia, poniéndose de pie y dirigiéndose hacia la puerta. Alcanzó el pomo y lo giró, abriendo la puerta solo unos centímetros para salir de la oficina.

Mia – la castaña giró y se encontró con Camila a unos pocos centímetros de distancia, quien se acercó rápidamente, acorralándola entre la pared y uno de sus brazos, mientras con el otro la sujetaba con fuerza por la cintura "No sabes cuánto extraño esos labios, ratita", sonrió, pasando su lengua por su labio inferior.

"Aléjate de mí, Camila. Suéltame, me estás haciendo daño", dijo Mia, tratando de liberarse, pero la otra mujer se aferró más a su cuerpo.

"No", dijo Camila, poniéndose seria. "Quiero que te quede algo claro: tú eres mía, y no quiero verte con tu 'milagrito'".

"Ya no tienes poder sobre mí. No te quiero, y a ella la amo", respondió Mia con firmeza.

"Te equivocas. Puedo dejarte sin trabajo. ¿O acaso se te olvida quién manda en este hospital?"

"Solo eres la jefa de cardiología, no del hospital. Tus influencias no llegan tan lejos", respondió Mia, manteniendo la calma.

"Ahí te equivocas. Ayer me avisaron que estaban considerando a quién darle el puesto. Solo tienen dos candidatos, y uno de ellos soy yo", replicó Camila con seguridad.

A tres latidos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora