CAPÍTULO CINCO

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La Edad de Oro

PARA SER UNA PERSONA tan ajena al mundo, Ombric resultó ser un anfitrión muy atento. No solo trajo a todos los habitantes del pueblo a su árbol, sino que con una orden callada, pidió a la Gran Raíz que formara dormitorios para los niños. El árbol cumplió sus deseos, como siempre había hecho. En la zona central del árbol, que estaba vacía, se materializaron unas literas, que se ordenaron en abanico como los rayos de una rueda gigante. Cada fila tenía una altura de cinco camas. Y, retorciéndose en el centro, había una escalera de caracol.

Junto a cada cama flotaban en el aire galletas, chocolatinas y tazas de chocolate caliente. El temor de los niños disminuyó al abalanzarse sobre los dulces. Los adultos estaban más
preocupados. Sabían que aquellos manjares eran para darles consuelo. Así se animarían... ¿Qué iba a contarles Ombric?

Mientras los niños se deleitaban viendo el tipo de galleta que habían recibido, Ombric se situó al final de la escalera mirando pensativamente hacia arriba, hacia lo alto del hueco de la Gran Raíz. Alargó un dedo hacia arriba y empezó a moverlo trazando círculos. La corteza de la parte superior del árbol comenzó a pelarse hasta que se abrió un gran portal circular parecido a una ventana.

Allí estaba el pueblo entero, con los padres, los abuelos, las tías y los tíos. Se veía el cielo estrellado y la Luna, que brillaba con toda su fuerza y su esplendor.

—Esta noche nos hemos visto envueltos en una antigua guerra — comenzó Ombric mientras ascendía lentamente por la escalera—. Mirad nuestra Luna. No siempre estuvo ahí para iluminar la noche. Nos la trajo una guerra... una guerra contra el Rey de las Pesadillas. —Hizo una pausa y agitó el brazo en dirección a la esfera luminosa.

 —Hizo una pausa y agitó el brazo en dirección a la esfera luminosa

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Entonces Ombric interrumpió el relato

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Entonces Ombric interrumpió el relato. Las imágenes de la Luna se desvanecieron. Los vecinos se volvieron hacia el mago.

—Sombra ha regresado —dijo Ombric sin alterar la voz—. Tenemos pruebas. —Sacó un tarrito de cristal de su capa. Dentro había un temor del tamaño de un puño, revolviéndose y deseoso de escapar. Un coro de gritos preocupados surgió de entre los niños y sus padres—. No puede salir —les tranquilizó Ombric—. El cristal está hecho con arena de estrella, como las ventanas de la Gran Raíz.

Todos asintieron aliviados. Entonces retumbó una marea de preguntas.

—Entonces, ¿estamos a salvo? — preguntó un padre.
—¿Van a volver?
—¿Cómo podemos combatirlos?
—¿Eres lo bastante poderoso para pararlos?
—¿Quién era el niño del bastón?
—¡Tú puedes ver el futuro!
¡Cuéntanos qué ves!

Ombric alzó la mano para que se callaran. Lanzó una mirada anciana a sus amigos y frunció el ceño profundamente.

—Es cierto, sé muchas cosas —dijo —. Pero esto está más allá de mis habilidades. De una cosa estoy seguro: somos fuertes. Somos valientes. Pero necesitaremos ayuda. Los niños dormirán aquí esta noche; estarán más seguros.

Después abrió el tarro con el temor. La criatura salió a toda prisa y voló por toda la estancia, arremolinándose y precipitándose entre las literas. Los niños se ocultaron bajo las mantas
cuando se les acercaba. Los padres hacían ademanes para protegerlos, mirándose unos a otros con nerviosismo. Un instante después, una luz de luna descendió reluciente desde la Luna y
persiguió al temor. La luz es más rápida que la sombra, así que la luz atrapó sin dificultad a su rival y, con un solo toque, la criatura se disolvió y desapareció.

Cuando la sala se hubo calmado, Ombric se acercó a esa nueva luz de luna.

—¿Lunar ha enviado al niño luminoso? —preguntó con apremio en la voz. Los niños se sonrieron los unos a los otros. ¡Por supuesto que Ombric hablaba la lengua de la luz de luna! La luz se atenuó y parpadeó. Ombric meneó la cabeza—. ¿No? Qué interesante. —Se atusó las cejas y le dijo a la luz—: Vuelve a casa, joven soldado. Cuéntale al Zar Lunar lo que has visto. Enviadnos toda la ayuda que podáis.

La luz de luna permaneció un rato inmóvil y después se lanzó a través del hueco abierto de la Gran Raíz en dirección al cielo.

—¿Nos ayudará? —preguntó un niño llamado Niebla.
—Estoy seguro de que sí —contestó Ombric.
—No quiero tener pesadillas — exclamó la hermana de Niebla.
—¿Me acabarán convirtiendo en un temor? —preguntó Katherine, que estaba sentada en su cama habitual.

Ombric se volvió hacia Katherine. Había cuidado de ella desde que era un bebé, por lo que ocupaba un lugar especial en su corazón.

—¡No mientras quede aliento en este viejo mago!

Entonces, mientras sus cejas volvían a la posición de calma habitual, movió un solo dedo en círculo para cerrar el portal en lo alto del hueco de la Gran Raíz y deseó buenas noches a los padres. Lo mejor que podían hacer era dormir un poco. Pero en la región más oscura de la noche, el sueño se hizo pedazos. Un rugido terrible y atronador retumbó por todo Santoff Claussen.






Nicolás San Norte y la batalla contra el Rey de las PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora