CAPÍTULO VEINTE

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En el Que Un Golpe de
Suerte
Provoca un Cambio de
Planes

EL PLAN DE SOMBRA había funcionado mejor de lo que hubiera imaginado. Estaba absolutamente encantado con la protección que le brindaba el caparazón metálico del genio. No solo estaba protegido del sol y de la luz de la luna, sino que además podía moverse con tanta facilidad como cuando tenía forma de sombra. Aunque en el cuerpo del robot no podía convertirse en vapor ni adquirir el tamaño de una nube tormentosa, le recordaba la sensación de cuando era un ser: sólido, sustancial y real. Algo que ningún niño o adulto podría considerar una mera pesadilla o visión.

Durante los meses posteriores a su liberación de la cueva, Sombra y sus secuaces se habían extendido a casi todos los rincones del planeta, sembrando miedo e inseguridad a su paso. Pero aquella nueva libertad tenía limitaciones que le frustraban. Por la noche podía ser tan temible como cualquier criatura que haya existido. Había aprendido a invocar nubes para bloquear a la entrometida luz de la luna. En la oscuridad absoluta era maldad absoluta, capaz de asediar a quien quisiera con pesadillas tortuosas.

No obstante, cuando llegaba la mañana, tenía que retroceder con sus esbirros. ¡La luz del día tenía el poder de deshacer su trabajo! Los adultos ignoraban sus encuentros con él como si nunca hubieran ocurrido. No eran más que «un mal sueño». Y convencían a sus hijos de lo mismo.

Lo que era peor, los niños habían empezado a llamarle «Coco», un nombre que odiaba. Y aunque le temían, no acababan de creer en él. Pero ahora... ¡ahora!... sería algo que podrían ver a cualquier hora. Ahora era algo que no podrían negar.

Pero eso no bastaba. Necesitaría nuevas armas y conocimiento para conquistar el día. Ahora entendía que acosar a los niños con pesadillas no era más que el principio. Para lograr su objetivo, tenían que creer en sus pesadillas.

Se sentía más poderoso que nunca. Ninguna fuerza podría pararle. El oso, el árbol entrometido... todos caerían ante él a la misma velocidad que el estúpido mago y su irresponsable aprendiz. Pero primero...

Primero estaba el asunto del aparato, el arma, la cosa que el viejo había salido a buscar. Si el hechicero creía que esa arma podría acabar con él, tenía que ser realmente poderosa.

Sombra levantó a sus dos cautivos en miniatura y los agitó de un lado al otro exigiendo respuestas, pero no consiguió lo que quería. Ombric no quería o no podía hablar. Por mucho que Sombra le ordenara que revelara el paradero de aquella «arma», el mago en miniatura estaba mudo. Y Norte no podía contestar por la sencilla razón de que no sabía nada. Ombric no llegó a decirle ni a dónde iban ni qué iban a buscar.

Norte estaba furioso. Había sido capturado por la misma criatura que se había propuesto destruir, y la culpa era solo suya. ¿Por qué no había escuchado a Ombric cuando este le previno del peligro que entrañaba unir la magia antigua y la moderna? Norte sentía una vergüenza profunda y devastadora, además de un sentimiento que le resultaba completamente ajeno: la indefensión. En su época de joven guerrero, se había visto en situaciones muy comprometidas, pero incluso cuando estaba acorralado, podía abrirse camino. ¿Pero qué podía hacer convertido en muñeco? Se sentía inútil, sin poder y, para más insulto e injuria, su propia creación le había engañado.

El conjuro de Sombra era ingenioso y perverso. Norte solo podía hacer lo que le ordenaba aquel diablo, pero además estaba atrapado como un juguete sin verdadera voluntad propia. Sabía que ningún conjuro podría deshacer aquella sofisticada trampa. Ni siquiera podía intentar hablar con Ombric para buscar una forma de salir de aquella pesadilla. Solo hablaba cuando Sombra se lo ordenaba, y Ombric no había dicho palabra desde que Sombra les había hechizado.

—Juguetes patéticos. ¿Vais a resultarme inútiles? —refunfuñó Sombra frustrado.
—Sí, señor —contestó Norte. Sombra los lanzó a la nieve con desprecio.
—El arma está aquí... de eso estoy seguro. Con el tiempo la encontraré. Toda la magia que pueda necesitar está en esos libros tuyos. No necesito ningún tutor.

Había empezado a nevar. Los fríos copos caían sobre el rostro de Norte. No es exactamente así como muere un guerrero, pensó Norte. Ni un mago.

Entonces apareció un resplandor familiar, la luz que Sombra más odiaba.

Nicolás San Norte y la batalla contra el Rey de las PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora