CAPÍTULO DIECISIETE

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Un Giro Inesperado

CUANDO KATHERINE SE DESPERTÓ a la mañana siguiente, en la Gran Raíz reinaba el silencio. Demasiado silencio. No se oía el parloteo alegre que acompañaba al comienzo del día. No oyó la ruidosa risa de Norte cuando probaba algún conjuro nuevo ni el tarareo distraído de Ombric.

¡Se han ido sin decir adiós!, comprendió. El corazón le dio un vuelco. Sin embargo, había un desayuno completo flotando junto a la cama y, a su lado, una cajita con una nota. Agarró la taza de chocolate caliente y le dio un trago. Lo había hecho Ombric. Lo preparaba con menos chocolate que Norte, que siempre le ponía un poco más del necesario. No sabía cuál le gustaba más: los dos estaban buenos a su manera. Luego se volvió hacia la caja. Sospechaba que era cosa de Norte; Ombric al menos la habría envuelto en muselina. Mientras la abría lentamente, pensó: Esta es su forma de decirme que me echarán de menos. Estaba aprendiendo que los magos preferían los hechos a los dichos.

Dentro de la caja había un aparato redondo. Era de oro y pesaba como un reloj, pero solo tenía una manecilla y carecía de números. En lo alto de la manecilla había una sola letra: una N. Desdobló la nota que tenía debajo. Ponía:

Querida Katherine:
Si estás en apuros, siempre
puedes encontrarme.
La flecha te indicará el camino.
Con cariño,

Su tristeza se disipó ligeramente

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Su tristeza se disipó ligeramente. Era típico de Norte. Solo él podría hacer una brújula que le
señale a él mismo.

Katherine también sabía que era su forma de ponerla a prueba. Si quisiera, podría ir a
buscarles, pero le habían pedido que se quedara con Petrov y el oso para vigilar el pueblo, y eso iba a hacer. Sin embargo, no podía evitar desear que hubiera una pizca de problemas. Así tendría una excusa para salir tras ellos. Ese pensamiento le hizo sonreír. Pero Ombric siempre decía «cuidado con lo que deseas». Se terminó el chocolate y pensó que los magos eran muy pesados. Con todo, se ajustó la cadena de la brújula en el ojal y la miró una vez más.

Tal y como había prometido, Katherine cumplió con sus tareas del día. Le echó hierba fresca a Petrov e hizo compañía al oso. Su nueva brújula colgaba sobre su blusa. Se prometió no mirarla más, pero aproximadamente cada hora miraba hacia abajo para no perder de vista hacia dónde apuntaba. Por lo que veía, Norte y Ombric avanzaban a toda velocidad hacia el sudeste, y no debían de haberse marchado mucho después del amanecer.

En efecto, Norte y Ombric habían partido al amanecer. Había sido una empresa difícil, con un montón de equipo y de artilugios que debían introducir en la bolsa infinita y que dificultaban el viaje. Ombric tuvo que admitir que el sagaz genio de Norte suponía un verdadero avance en la
fusión de la magia antigua con la magia humana. Mientras se preparaban para partir, Ombric se lamentó de que, incluso con la ayuda del genio para llevar las provisiones, sería un viaje lento y extenuante. Pero Norte guardaba una sorpresa para el viejo mago.

—Genio, ¡llévanos arriba! —le ordenó con una voz demasiado alegre para esas horas de la mañana.

El genio hizo la reverencia habitual, pero de pronto salió de su espalda, de sus hombros y de sus brazos el más hermoso y complicado trineo volador. Las tablas del suelo, la cubierta y los tornillos eran extensiones mecánicas del propio genio.

Nicolás San Norte y la batalla contra el Rey de las PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora