CAPÍTULO CATORCE

23 2 0
                                    

Donde el Hechicero y el
Aprendiz Hacen
Descubrimientos que
Resultan Trascendentales

HACER UN HOMBRE MECÁNICO no es tarea fácil para ningún mago, y Norte todavía no era más que un estudiante. Pero la construcción de su genio robot había captado el interés del pueblo entero y había apaciguado aún más los ánimos en Santoff Claussen. Había que dibujar planos. Se discutió una y otra vez sobre métodos y materiales hasta llegar a un acuerdo.

Trabajaron duro en el taller de la Gran Raíz. Norte consultaba antiguos pergaminos y textos polvorientos que encontraba en los rincones más oscuros del armario de Ombric y después debatía con los aldeanos la tensión adecuada para una polea que sirviera de codo o de rodilla para el genio.

—¡El genio debe conocernos... igual que un buen caballo conoce a su jinete! —decidió Norte. Basaba su teoría en un viejo truco para domesticar tigres siberianos, que dormían en nidos
fabricados con la ropa de sus dueños para evitar que se rebelaran—. Traedme vuestra moneda de la suerte, vuestra piedra favorita y el peine de vuestra madre. Lo meteré todo en el pecho del genio.

Los niños se encargaban de recoger tan precioso botín. Hubo muchos debates sobre si un zapato era más personal que un guardapelo, o si una navaja era más importante que la canica preferida. Tras varios días reuniendo objetos de valor, los niños corrieron al taller con los tesoros en las manos. Norte colocó cada elemento en una cajita oculta. Estaba a punto de meterla en una cavidad junto al corazón del genio cuando Katherine se levantó de un brinco meneando un trozo de papel: un dibujo de Norte.

—¿Crees que con esto el genio nos reconocerá a los dos? —preguntó.

Norte miró primero el dibujo infantil y luego a la niñita que estaba delante de él. Volvió a mirar el dibujo para observar los detalles que Katherine había incluido. Lo había representado grande, noble, incluso heroico. ¿Así es como lo veía? Abrió la caja y colocó con cuidado el papel sobre los demás objetos, pero en realidad lo que quería era doblarlo y metérselo en el bolsillo, para quedárselo.

De pronto se dio cuenta de que Katherine, a su silenciosa manera, estaba esperando una respuesta.

—Seguro que sí —aseguró—. Reconocerá el retrato y sabrá quién lo ha hecho.

Dicho esto, los niños se acercaron más mientras Norte sellaba la caja y la colocaba con cuidado en el pecho del genio.

—¿Está terminado? —preguntó Niebla.

—Lo estará muy pronto —repuso Norte.


Miró con orgullo su creación metálica. Casi medía dos metros y medio, tenía la forma de un hombre pero constaba solo de engranajes y mecanismos metálicos de todos los colores: plata, bronce, cobre, oro y otros más oscuros, como bronce de cañón y hierro. Poseía una extraña
belleza, como algo que no ha sido construido sino soñado. En torno al pecho, los hombros y las juntas, había placas que parecían una armadura pero poseían líneas complicadas y gráciles.
El rostro y la cabeza tenían formas sencillas, aunque resultaban de una belleza que recordaba a un muñeco elaborado con precisión. Una llave delgada de plata sobresalía de la zona por encima del corazón; Norte explicó a los niños que con ella pretendía darle cuerda al genio.

Al final, tenía una cualidad maravillosa que sorprendió a todos, especialmente al mismo Norte.
Anteriormente había construido armas y escudos, pero el genio robot solo había sido diseñado para hacer el bien, y se notaba.

Norte ajustó la última placa del pecho para cubrir la caja del tesoro, y  después giró la llave cinco, seis, siete veces. Se produjo un ronroneo suave, casi musical, y entonces el genio robot se incorporó. Los miró con una expresión curiosa, no de sorpresa, sino de haber estado esperando verlos. Pareció sonreír. Norte y los niños no pudieron contener su regocijo.

—Sus deseos son órdenes —dijo el genio con voz suave y comedida.

Les había pillado por sorpresa. ¡Una primera orden! ¡No habían pensado cuál sería su primera orden! Entonces, Norte dijo:

—Katherine, dale tú una orden. Los ojos de Katherine se abrieron como platos y un rubor apareció en sus mejillas. Pensó un rato y luego, con el tono más educado, dijo:

—Genio, quisiera que salieras fuera.

El genio asintió y, con la misma educación, cumplió su cometido.

El grupo siguió al genio a la puerta de la Gran Raíz y después a la luz del día. Y Nicolás San Norte, por primera vez en su alocada e intrépida vida, sintió que había hecho algo realmente bien.

Sin embargo, Ombric no sabía nada del éxito de su pupilo. Estaba encerrado en su alcoba, perdido en el estudio. Había hecho muchos progresos: con la ayuda de incontables registros astrológicos, mapas amarilleados por el tiempo y fragmentos de historias y leyendas, fue capaz de idear un plan que podría parar a Sombra. Había descubierto que cinco reliquias del Clíper Luna habían caído en la Tierra. Se habían esparcido por el planeta tras la gran explosión. Según Ombric, si lograban reunirlas, tendrían un poder enorme, un poder mucho mayor que los puñados de polvo de estrellas que enriquecían el suelo de Santoff Claussen, y quizá mayor que el poder de las luces de luna.

 Según Ombric, si lograban reunirlas, tendrían un poder enorme, un poder mucho mayor que los puñados de polvo de estrellas que enriquecían el suelo de Santoff Claussen, y quizá mayor que el poder de las luces de luna

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ombric había estado rastreando la localización de las cinco piezas. Tenemos que encontrar las que están más cerca primero, murmuró mientras enrollaba un mapa y lo ataba con un cordel fino de cuero. Pero solo él sabía que llegar al primer destino sería el viaje más peligroso de su larga vida.

Nicolás San Norte y la batalla contra el Rey de las PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora