CITA Y MEDIA

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La mujer vuelve a mirarse en el espejo. Nerviosa toquetea el collar en su cuello. Uno de pequeñas perlas que pertenecía a su madre.

Negando con la cabeza se lo quita. Es demasiado. Ni siquiera sabe por que le preocupa tanto su aspecto. No es una cita y no merece su joya más preciada. ¿Verdad?

Sin embargo se encuentra a si misma colocándosela de nuevo. Esas piedras frías sobre su clavícula posadas con delicadeza.

Si. Es demasiado, para alguien que acaba de conocer. A pesar de la conexión que siente entre ambos cuando están juntos.

Pero, cuando está a punto de quitárselo, los gritos de su padre le interrumpen. A la vez que entra a su habitación dando un portazo.

Lo primero en lo que se fija la chica es en la botella que sujeta entre su puño cerrado.

- El hombre del otro día está en la puerta esperando. ¿Se puede saber que quiere ahora?- Gruñe como cansado.

- Solo voy a enseñarle la ciudad, padre. No tienes nada de lo que preocuparte.

Sin embargo él no la cree. Se acerca dos pasos más hacia ella y Zahira retrocede. Si, es su padre. Pero su padre cuando ha bebido no es el mismo. Nada que ver con ese hombre cariñoso que hace años cuidaba de su familia. Cuando su madre todavía vivía.

Fue duro para él. Perder a su mujer, esa que iluminaba sus días. Pero para la chica también fue difícil, sobre todo sin el apoyo y consuelo de su padre.

Acaricia el collar una última vez y, cuando su progenitor reconoce la joya parece encontrar nuevas razones para reprocharle.

- Escúchame, Zahira. No seas tan necia como para tirarte con los ojos cerrados a los brazos del primero que pase.

- ¿Eso que quiere decir?- Se ofende ella de inmediato por lo que está suponiendo.- Ya soy mayorcita. Y no hagas ahora como que te importa.

Otro paso. Y la castaña se siente intimidada. No suele pelear con su padre. Normalmente, cuando ha bebido, evita estar cerca.

- ¿Todo bien por aquí?

Su padre se detiene ante la voz roca de Bastián que, desde el marco de la puerta, observa los ojos grises de Zahira que se encuentran con los suyos incomoda.

Ella mentiría si dijese que no se siente aliviada de verlo. Necesitaba una interrupción de ese desagradable momento. Por eso no lo piensa dos veces antes de avanzar hasta él y esconderse, de alguna forma, tras él.

Bastián nota el movimiento, casi como si sintiese sus sentimientos en él. Y eso le enfurece porque, aunque no comprende que ha pasado, si a ella le molesta se convierte en su peor enemigo.

- Nos vamos, Zahira.- Dictamina el Dios tirando de ella delicadamente, con una mano en su espalda baja y sin quitar la posición tensa y alerta hasta que salen de la casa.

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Las luces del atardecer se pierden sin prisa por el horizonte. Una dulce risa rompe el silencio de aquel pequeño mirador.

Bastián admira como suena y se alegra de haberla provocado él.

El paseo por la ciudad fue muy agradable y ayudó mucho al Dios a comprender las costumbres humanas. Si. Tienen muchos defectos. Pero al mismo tiempo Zahira lo explica como si cada uno fuera única y especial.

- ¡No puedo creerlo!

- Créeme. El pobre Ismael se quedó con el pelo verde todo un siglo.

La chica ríe de nuevo al imaginarse lo que le cuenta. Y sobre todo por la exageración de tiempo. Sin saber que de verdad fue un siglo completo.

Así duelen las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora