BESOS DE ESOS

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Bastián mira por el escaparate de cristal antes de entrar a Interflora. Han pasado apenas unos días desde aquél beso. Pues ha estado muy ocupado con algunos temas en el cielo. Pero no puede esperar el momento de volver a besarla, como ha deseado todo este tiempo.

Sin embargo, y aunque entra al local con una sonrisa, titubea al ver a la joven un poco decaída. Ni siquiera a reparado en su presencia, y coloca con desgana un arreglo floral de grandes girasoles. Parece pensativa y algo perdida.

Y lo está.

A pesar de haber tratado de olvidar lo que ocurrió aquel atardecer. Las palabras y sonrisa de Aura le ha dejado con la cabeza llena de dudas. Con el alma llena de inseguridades.

¿A caso lo que parecía sentir él no era real? No sería la primera vez que oye de un marinero con una mujer en cada puerto. ¿Sería solo eso? ¿Otra mujer en otra ciudad?

No. No puede creerlo de él. De la sinceridad con la que siempre le habla y lo protegida y especial que le hace sentir. Pero entonces ¿Puede competir ella con alguien de la belleza de esa mujer? Sus malos pensamientos que la atormentan le aseguran que no.

- Buenos días.

Unos brazos en su cintura y el cálido aliento de Bastián en su oído la hacen saltar de la impresión. No lo había oído llegar.

- Bastián. ¿Que haces aquí?

Sin embargo el hombre no contesta si no que deja un suave beso sobre sus labios que la hace callar. Pero no acalla sus pensamientos pesimistas.

- Verte. ¿Que más?- Sonríe risueño mirandola de arriba a abajo.

Encandilado por el ligero vestido que adorna su cuerpo y el bonito corsé que resalta su figura. Si. La había echado de menos más de lo que jamás se podría echar de menos a alguien.

- No deberías hacer eso.- Le susurra nerviosa ella, bajando la mirada sin querer chocarse con esos expresivos ojos que siempre la hipnotizan.- Mi padre o algún cliente podría vernos.

El Dios se queda confundido cuando la chica le da la espalda y camina rápido hacia la trastienda sin siquiera mirarlo, tratando de ignorarlo. Su rechazo le escuece y la posibilidad de haber hecho algo mal que la haya molestado.

Por eso no lo duda y sigue sus pasos. Entrando en una ajetreada sala de papeles decoraticos, agua para regar las plantas y la gran mesa central llena de restos de los arreglos.

Zahira no puede evitar sentirse agoviada. Como si todo lo que le preocupa saliese de golpe al verlo ahí, con la mirada clavada en ella interrogandola. Las lágrimas se agolpan en sus ojos sin razón y eso preocupa tanto al Dios, que solo hacen falta unos segundos para que esté junto a ella y la envuelva en sus brazos. 

Tratando de darle todo el apoyo en eso que ni siquiera sabe que es. Sintiendo el dolor como suyo y la procupación de no saber como ayudarla.

- Eh, mirame Zahira. Cuentame que te sucede.- La aleja un poco para sostener su rostro con sus grandes manos, tratando de borrar sus lagrimas que comienzan a correr por sus mejillas.

Ella trata de relajarse. Después de todo, ¿Por que se pone así con alguien al que hace poco conoce? ¿Por que se siente así de agobiada al pensar en perderlo?

-  Vi a una mujer. Ella dijo... Me dijo que...- Lo que pretende decir quema su garganta. Como si pronunciarlo en alto lo fuera a hacer más real.- ¿Por que no me dijiste que ya tenías otra mujer, Bastián?

Primero el castaño parece confundido, sin comprender de que le habla. Pero después algo parece encajar en su mente.

- ¿Aura ha hablado contigo?

Lejos de tranquilizarla su respuesta, que no es más que otra pegunta, enfurece a Zahira que se aleja de él de golpe, con el ceño fruncido.

- Osea que es cierto.- Murmura dolida.

- ¡No!- Trata de retractarse el hombre.- Osea. Si, tuvimos algo. Pero fué hace decadas ya. Todo lo que te dijo, fue solo para crearte dudas. Para dañarnos.

La chica suspira cansada, quitandose el delantal y un poco molesta por su mala costumbre de exagerar los tiempo. 

- ¿Decadas? Horas serán, por como ella hablaba de tí.- Se ríe sin gracia recordando la belleza natural de aquella mujer y el brillo de sus ojos.

El Dios podría jurarle que de verdad han pasado demasiado años, pero ella no le creería. Tendría que empezar diciendole que viene del cielo.

- Pero yo no quiero nada, Zahira, nada de ella. Solo a ti, ¿Comprendes?

De nuevo se quedan así. El uno mirando al otro. Con la mano del hombre en su rostro haciendola subir su mirada.

- ¿Como?- De nuevo las lagrimas se agolpan en ella pero no quiere dejarlas salir.- ¿Como se supone que voy a ceer que quieres estar conmigo? Mirame.- Se sincera por fin lo que le preocupa.- Soy solo una aldena con las manos llenas de tierra. Ella parece... Parece una Diosa.

Bastián no puede aguantarlo más. Sin permiso se lanza a sus labios. Robándole un beso, robandole el aire y toda duda. Tratando de demostrarle lo que verdaderamente siente por ella.

Zahira no puede negarse, probando de nuevo a aquel gran hombre que, con pasos hacia atras y de un solo movimiento, la alza para dejarla sentada sobre la mesa de la trastienda. Como si no pesase nada.

- Tu eres mi Diosa, Zahira.- Se sincera él contra sus labios, recorriendo su rostro con las llemas de sus dedos.- La única a la que quiero rezar. Son los demás Dioses los que deverían envidiar mi suerte de tenerte como mi pareja.

Y por alguna razón lo cree. Por alguna razón sus palabras le hacen sentir segura y le dan la iniciativa de besarlo esta vez ella. Acercandolo de la camisa y pegandolo a su pecho.

La boca del moreno se dirige a su cuello, donde lame su piel disfrutando de su frenco sabor y mandando escalofríos por todo el cuerpo de Zahira. Haciendo desearlo más.

El Dios no ha mentido. Se siente en el cielo con ella. Se siente como un simple mortal rogando por más de esas caricias. De sus manos en su pelo, de sus labios en su cuello. Más de su Zahira. Más de su Diosa.

- Mi padre... Mi padre podría entrar.- Consigue murmura ella con la poca claridad que le quedan entre la nube de lujuria.

Pero pronto se olvida de eso, cuando el hombre muerde con delicadeza su labio. Sin embargo, y sin que se de cuenta, la puerta se cierra con su magia, trabada para que nadie pueda interrumpirlos.

Ahí, sentada en la mesa, Bastián mete las manos con prisa bajo su vestido, enloqueciendola por completo. Recorriendo cada centímetro de su piel sin dejar de besarla.

Porque es adicto. Adicto a sus labios, a su olor, a su sabor. Al igual que ella que con prisa acaricia su pecho. Con una valentía que no sabía que tenía, desabrocha los botones que quedan de su camisa. 

- Bastián.- Gime contra su boca queriendo deirle algo.

Él gruñe como toda respuesta, atacando su cuello con ansias. Sus manos rozan sus muslos calientes, y la humedad que promete volverlo loco.

- Yo nunca...- Suspira con los ojos cerrados.- Es... Es mi primera vez.

De repente se aparta de golpe. Los ojos de ella se abren ante el movimiento repentino. Lo mira con dolor ante el frío que sustituye su cuerpo.

Herida ante la idea de que Bastián se haya arrepentido.

Así duelen las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora