SOLO REPROCHES

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Ha pasado un tiempo así, en silencio. Pero no puede moverse. O más bien no quiere. No quiere dejar de sentir esas caricias en su suave espalda, lentas y con un amor inmenso. Subiendo y bajando sin prisa. No quiere cuando se siente por primera vez completa. Cuando todavía huele a sexo y siente su corazón tratando de ralentizarse.

Si por ella fuera, viviría una eternidad en el pecho de ese sexy hombre. Aunque sea en esa desordenada trastienda. Entre cestas de mimbre hechas a mano y velas casi consumidas.

Bastián se siente del mismo modo. No puede describir lo que siente. Ese presentimiento de que, mientras se mantenga con ella, todo va a estar bien. Esa forma en la que mira su tersa piel, sus delicadas pecas sobre las mejillas y sus preciosos ojos grises. Podría jurar que está completamente enamorado. 

¿Loco? Si. Pero cierto.

- Tenemos que salir.- Susurra el hombre sabiendo que ya llevan demasiado tiempo ahí encerrados. Desatendiendo el trabajo de la chica y escondiéndose de su padre.

- Cinco minutitos más.- Gruñe ella contra el mantel de cuadros haciendo volar algunos pétalos que quedan sobre este, al suspirar.

Se enrolla con la improvisada manta volviendo a cerrar los ojos mientras el Dios se viste con pereza. Sin dejar de observarla como si fuese una ilusión que piensa desaparecer al pestañear.

- Arriba dormilona.- Vuelve a insistirle de nuevo con una sonrisa. Dejando un casto beso en sus labios que hace a la mujer reaccionar por fin abriendo los ojos.

Despertando de ese precioso sueño para descubrir que sigue en él.

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No ha dicho nada. Pero eso, lejos de aliviar a la mujer, la mantiene alerta. Viendo como los ojos de su padre no se despegan de ella. Siguiéndola de un lado a otro de la cocina mientras prepara el desayuno otra soleada mañana. Sentado en la cabecera de la mesa rústica de madera esperando a ser servido.

No ha dejado de hacerlo desde que llegó a la casa el día anterior y cenaron en silencio. Desde que se despidió de Bastián que le prometió volver cuanto antes y dejó un pequeño beso en su frente. 

Pero ahora, cada vez que nota el peso de su decepción en ella, siente la nube del amor e ilusión desaparecer. Cayendo sobre ella la realidad de lo que ha ocurrido. Como si lo que hubiese hecho fuese incorrecto.

Y, en cierto modo, lo es. Acostarse con un extranjero que ni siquiera sabe si se va a quedar en la ciudad. Haber perdido algo que, para una sociedad todavía retrograda, significa la pureza. Significa el poder casarse con un buen hombre adinerado que, por lo menos, mantenga la floristería cuando su padre falte.

Una sociedad en las que las mujercitas deben casar pronto, vírgenes y con hombres mayores, para asegurar sus vidas. 

De algún modo, estaba segura de que su padre sabía lo que sucedió en aquella trastienda. 

Claro que lo sabe. No le ha pasado desapercibido el nuevo brillo y energía que parece tener su hija. La forma tan hermosa de sonreír que le recuerda tanto a la de su propia mujer y que hacía tanto no veía en ella. 

Del mismo modo que sabe todo lo que ello conlleva. Un decepción. Una deshonra.

- Padre, yo...- Zahira comprende que no puede soportar más este tenso silencio y decide romperlo.

Pero el viejo hombre de larga barba se levanta de la mesa de golpe sabiendo el tema que quiere sacar. Haciendo resonar los platos y chirriar la silla. Clavando su dura sentencia sobre la joven.

- ¿Cómo has podido, Zahira?

La castaña mira al suelo unos segundos mientras sus ojos se llenan de lágrimas, tratando de secarse las manos en el pequeño trapo con el que ha estado lavando los platos.

- Es un buen hombre. Yo...- Trata de buscar las palabras correctas, que solo hacen enfurecer más a su progenitor. - Siento que es el correcto. Yo siento que...

- ¡Sentimientos!- Exclama él interrumpiéndola de nuevo. Las velas centellean sobre la mesa.- ¡Echaste tu vida a la basura por un sentimiento!

- ¡Pero padre!- Trata de defenderse con los ojos grises empañados.

-  ¿Acaso sabes de su posición social? ¿De donde es? ¿Qué pretende contigo?- Continúa el dando pasos hacia ella con las manos en puños.- Minimo te pedirá ahora matrimonio, ¿no?

- Él... Él me ha demostrado que quiere quedarse conmigo. Que no me dejará. Y me prometió que volvería, que siempre lo haría.

Sin embargo no tiene respuesta para eso del casamiento. Nunca han hablado de ello, aunque deberían haberlo hecho antes de lanzarse a la pasión.

El hombre ríe con sorna haciendo algo clavarse en el interior de Zahira con fuerza, causándole dolor. Sin comprender como, ni siquiera su propio padre, quiere mostrarle el apoyo que cree merecerse.

- Leonor estaría decepcionada si te viera ahora.- Escupe con ira hacia ella frunciendo el ceño.

- ¡No te atrevas a hablar así de ella!- Explota Zahira con rabia al oír su nombre seguido de tan crueles palabras.- ¡Era mi madre además de tu mujer! ¡Y si de alguien debería estar decepcionada es de su marido alcohólico y ausente en el que te has convertido!

No lo ve llegar hasta que el escozor en su mejilla la hace reaccionar. Con el rostro girado hacia el lado contrario al que ha recibido la cachetada de su propio padre.

Las lágrimas corren por sus mejillas sin poder detenerlas, en parte por el dolor por el golpe, pero sobre todo por la humillación y desamparo de haber sido tratada así por el único hombre que debería protegerla y quererla.

El hombre la mira impasible cuando Zahira le devuelve unos ojos totalmente rotos. Su mejilla tornándose roja y su respiración errática por los sollozos que quieren escapar de sus labios.

Por un segundo cree verlo, una chispa de arrepentimiento que enseguida se borra. Dejando solo la dura crítica de aquel anciano corpulento. Dejando solo un agujero que parece hacerse más grande en su pecho.

- No vuelvas a hablarme así en lo que te queda de vida.- Gruñe severo.- Y no digas que no te lo advertí cuando ese extranjero se marche. Cuando te deje sola y manchada al igual que nuestro apellido.

Zahira no puede aguantarlo más. No cuando sus palabras duelen de esa forma tan horrible. Cuando tiene que repetirse a si misma que eso no va a ocurrir. Que Bastián y ella tienen una conexión difícil de romper.

Sin pensarlo sale de la cocina rápidamente, tratando de separarse lo máximo posible de él. Sollozando se encierra en su cuarto donde no puede dejar de llorar.

Recordando a su madre, sus palabras de aliento y su sonrisa siempre cariñosa. Y a su padre. A su antiguo padre. Ese hombre de apoyo incondicional y protección para su familia que siempre sacaba tiempo para ellas. 

No ese que ha sido capaz de ponerle la mano encima.

Así duelen las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora