VETE

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El hombre la observa, tan hermosa como siempre, sentada en el pequeño porche acariciando su estómago. Exactamente en la misma posición en la que lleva el último par de horas.

No se atreve a decirle nada, porque parece que ninguna palabra será suficiente para reconfortarla. 

La primera semana estaba distraída pero aún ilusionada y también algo preocupada. En la segunda fue consciente como los ojos de su hija se apagaban poco a poco, con el peso de la realidad de lo que estaba sucediendo.

La tercera semana comenzaron los mareos y los vómitos. Fue entonces cuando, con lágrimas en los ojos, Zahira decidió contarle lo del embarazo. Y aunque le sorprendió y enfureció la noticia, ella estaba tan débil, que supo que lo que la vida tenía planeado para ella ya era suficiente castigo.

Es consciente de que todas las noche ella llora contra la almohada, al mismo tiempo que él maldice a aquel extranjero del que se enamoró su única e inocente hija.

La cuarta semana. Se cumple un mes desde que él la dejó sin explicaciones, y con un único tierno beso en la frente.

No mentiría, en algún momento pensó que aquel hombre sería bueno para Zahira. Pero nada más lejos de la realidad.

Ya es de noche, y el aire frío choca contra su rostro. Fuera de la pequeña casa, este hace volar el pelo de la castaña, que sigue sin querer moverse, mirando hacia el infinito y metida en una especie de trance.

Esta semana... Esta semana su hija parece furiosa. Con ella misma, con el destino, y sobre todo con Bastián. Apretando los dientes y los puños cada cinco minutos que el recuerdo del extranjero vuelve a ella.

- Zahira. Es hora de entrar a casa.- Se acerca con cautela por fin a ella al ser consciente de que solo la pequeña vela del farol y las estrellas que se despliegan por el oscuro cielo iluminan el lugar.

Pero ella no contesta, aún acariciando lo que apenas se nota bajo su vestido. Pero lo hará. Crecerá en unas semanas más y no podrán ocultarlo al pueblo. Comenzarán los rumores y las malas miradas. Lo que él quería evitar.

Suspirando pesadamente y acicalando su barba se sienta al lado de su hija, en el pequeño banco. Mirando al cielo aprovechando la noche estrellada que ilumina hoy. Es hermosa.

- Él no lo sabe.- Su voz suena dulce pero rota. Algo ronca por no haber hablado en lo que parecen días y aunque no dice su nombre el viejo lo comprende enseguida.- Tal vez... Si lo supiese...

Pero no termina la frase. Seguramente pensando que no es cierta. Que si no la quiso a ella sola, mucho menos a la criatura que crece en su vientre.

"Que estúpida fui" Se repite a su misma frunciendo el ceño de nuevo. Mirando las pequeñas luces en el interior de las casas de la ciudad. Lo piensa, todo el rato trata de buscar una explicación al por que se marchó. ¿Por qué la dejó sola si tanto decía amarla?

"- Bajame Bastián. Se me va a subir la sangre a la cabeza- Ríe la castaña viendo el inmenso campo completamente al revés.- Está bien. Lo admito, lo admito.

Por fin el hombre parece hacerla caso. Posándola con cuidado sobre el césped verde y admirando el gris de sus ojos rodeado de pequeñas flores blancas. Ambos sonríen, disfrutando de otro cita más.

- Dilo.- Demanda el hombre dispuesto a volver a molestarla con tal de que se lo confiese.

Zahira aparta la mirada completamente roja, avergonzada por lo que está apunto de decir.

- Que te amo.- Susurra bajito haciendo que la sonrisa del Dios se extienda aún más si es posible.- Que prometo esperarte para cuando regreses de tu viaje, a donde sea que vayas.

- ¿Me esperarás? - Insiste clavando su mirada en los labios de Zahira.

- Siempre.- Sonríe de vuelta antes de besarlo. "

El recuerdo ahora se repite en su mente como una pesadilla.

A veces siente que no puede hacerlo. Que no puede seguir sin él, sin sus sonrisas y palabras de apoyo. Sin sus caricias y sus atenciones. Que no podrá tener este niño si no es con Bastián.

Pero pronto el amor es remplazado por la ira. Por la fuerza de tratar de olvidar y de seguir a delante justo por la vida que va a traer al mundo. A un mundo que va mucho más allá de la Tierra. Un mundo con Dioses. ¿En que convertía eso al fruto de una mortal y un Dios?

El silencio reina unos segundos más. Su padre, aún sin saber que decir, acaricia sus hombros. Mostrándole que siempre estará para ella. Porque a pesar de no ser muy cariñoso ni de muchas palabras, es lo único que le queda. El único que se ha quedado con ella para siempre.

- Padre. ¿Tu crees en Dioses?- Vuelve a hablar aún mirando las ciudad que se extiende frente a ella.

- No.- Se sincera él mirando aún al cielo.- No desde que murió tu madre Leonor. - Se lamenta contra la nada y Zahira deja caer la cabeza en su hombro en forma de apoyo emocional. Porque sabe lo que le cuesta hablar de su mujer.

- ¿Y tu?¿Tu crees?

Un silencio reina en la noche. Zahira suspira antes de asentir despacio. Como si tuviese que pensar la respuesta. Y por fin mira al cielo, al que tanto se había negado a dirigirle la mirada. Totalmente resentida con él. O más bien con lo que esconde tras sus nubes y astros.

- Si. Existen.- Asiente de nuevo con las lágrimas queriendo caer por sus mejillas. Lágrimas gruesas de coraje.

- Creo en la Diosa de la vanidad, de la envidia.- Murmura recordando a la perfecta Aura y su mirada de superioridad.- En el Dios de la ira, de la violencia. - Recita mientras imagina a aquél inmortal que mando esos horribles demonios a matarla.- Y sobre todo creo que el Dios del miedo.- Suelta esta vez con odio, apretando los dientes.

- El Dios de los cobardes.- Dice más alto esperando que, esté donde esté, lo escuche. Oiga sus maldiciones.

Así duelen las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora