SACRIFICIO

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Zahira corre. Corre con la respiración entrecortada, sin importarle la lluvia que le empapa sin piedad y sus sandalias que resbalan en los caminos llenos de barro.

Aún no sabe como ha conseguido salir de la casa sin apenas un rasguño, más que un corte en su brazo poco profundo, pero no es momento de reflexionar sobre ello. No si quiere salir con vida.

Los demonios de las sombras parecen gritar de rabia con ese tono tan profundo al perderla, pero no tardan en abalanzarse por las oscuras calles. Sin impórtales que algún mortal pueda verlos, con la suerte de que es ya entrada la noche y todos descansan en sus casas ajenos al ataque.

La chica piensa desesperada en que debería hacer. En como enfrentarse a unas criaturas que se regeneran como si fuesen humo y que son más rápidas, más fuertes y más letales. Aún con las manos en su, apenas crecida, barriga, como si eso pudiese evitar que algo malo le pasase a esa criatura de la que se ha enamorado aún sin conocerlo.

No. No está dispuesto a perder a su hijo. No después de todo lo que le ha costado y, ¿por que no admitirlo?, no siendo lo único que le queda de Bastián.

Esta vez no son solo dos sombras, parecen un ejercito de ellas. Que surgen da la nada, de cada esquina en la que pretende girar, dejándola sin salidas posibles.

Piensa en llamar a una puerta. A todas las puertas de la ciudad a porrazos, en realidad. Piensa en pedir ayuda pero sabe que eso solo pondría en peligro a más ciudadanos. Que no serviría de nada.

Es entonces cuando tropieza cayendo de bruces en uno de esos charcos de barro. Manchando su vestido blanco y retrocediendo a gatas, mientras siente a las sombras burlarse de ella mientras sus ojos se inundan por el terror. 

Por otro lado, esos demonios van avanzando, ahora sin prisa, como si fuese la presa más sencilla de cazar. En cierto modo burlándose de la mortal aunque sus caras estén tan inexpresivos como siempre.

- Mi... Mi hijo no.- Consigue articular Zahira asustada cuando al fin puede ver sus rostros, demasiado cerca del suyo. A punto de lanzarse contra ella.- Por favor.- Susurra derrotada sin importarle humillarse y rogar de rodillas.

Pero es en vano. Se olvida de que los demonios no tienen sentimientos. No tienen vida. Son tan solo eso; sombras envenenadas por sus instintos, a las ordenes de los Dioses.

En aquel momento, sabiendo que no tiene nada que hacer contra ellos, y resignada ante la muerte, Zahira piensa en él. En su Dios.

Se pregunta si él sabrá de esto y si le importará. Incluso si él mismo los habría enviado. Piensa en lo poco que le habría costado perdonarlo, a pesar de todo. En lo mucho que lo quería, a pesar de todo.

Sin saber que, poco kilómetros más arriba, Bastián se siente de la misma manera. Aún luchando contra el viento y el espacio que los separa. Casi llorando de la impotencia, con las mismas lágrimas que si que surcan el rostro de su Zahira que sabe que este será su final.

- Respeten a las mujeres, idiotas maleducados.- Interrumpe de repente una voz a sus espaldas.

La voz hace que los demonios aparten la mirada de aquella joven, e incluso ella lo hace cuando reconoce a el hombre. Ahí, parado en medio de la lluvia habiendo dejado caer la bolsa del mercado. Con los brazos en alto llamando a la mismísima muerte, y dispuesto a reunirse con su esposa solo por defender a su hija.

Un nuevo rayo ilumina la escena dejando ver a los Dioses desde el cielo, aquel acto de valentía de un padre. Haciendo algo que ni ellos mismos con su inmortalidad osarían, o se molestarían, en hacer.

Tal vez no comprenda lo que son. Ni por que quieren matar a Zahira. Pero sea por la razón que sea piensa defenderla hasta el final. A ella y a su nieto.

- ¡Corre Zahira!- Grita cuando las sombras deciden atacar a aquel anciano para quitárselo del medio.

Al principio la chica niega. Segura de no poder dejar a su padre atrás, orgullosa por la forma en la que está dispuesto a sacrificarse por ella pero con el dolor de saber que pasará en poco tiempo. Cuando su padre no pueda defenderla de todos ellos.

Pero luego lo hace. Su cuerpo parece obedecer a pesar de que su mente y alma no quiere. Corre sin darse cuenta de que uno de aquellos monstruos grises sin rostro, percatándose de su huida, le sigue por las oscuras calles.

Por otro lado el hombre sujeta la pequeña navaja que llevaba en el hatillo de la compra, sabiendo que es lo único que tiene para defenderse de esas criaturas. 

Ellas se ríen de él cuando, con cada paso, el hombre trata de no retroceder dos asustado. Apretando con fuerte el cuchillo y frunciendo el ceño murmura rezos que creyó haber olvidado hace muchos años.

Sabía que algo tenía que ver con ellos. Con esos todo poderosos vanidosos con los que tan enfadada parecía su hija. Sabía también que tenía algo que ver con aquel hombre. El extranjero. Y sumando uno más uno comprendió que por fin podría enfrentar a aquellos que se llevaron a su esposa.

- Venir a por mi, huesudos del infierno.- Grita con los puños apretados sabiendo lo que se viene.- Tengo algo pendiente con los Dioses y quiero cobrarme mi venganza ahora.

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¡Y ya queda menos para el final! Tan solo cuatro capítulos pero sin duda los más bellos.

Espero que te esté gustando la novela que pretendía que se saliese un poco de lo normal :)

¿Crees que llegará Bastián a tiempo? ¿Matamos a alguno...? ;)

¿Queréis hoy doble capítulo para no dejar la batalla a medias?

Así duelen las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora