EL ORÁCULO

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El lugar es frío. Un pequeño templo en medio de la oscuridad, con aspecto lúgubre y algo destruido. O por lo menos descuidado. Ismael se arropa un poco más, hundiéndose en su capa, como  si eso le protegiera del gélido viento que choca con su cara y quema su rostro.

El silencio es sepulcral cuando llega frente a ese edificio, rodeado del bosque muerto y grisáceo. Pero debe hacerlo. Está decidido a resolver todas sus dudas y sabe que solo él puede hacerlo. El Oráculo más antiguo del universo. El que todo lo ha visto, lo ve y lo verá. O eso dice la leyenda.

Los pasos son rápidos y cortos, y no se detienen hasta que lega a la puerta. Una gran puerta de piedra que parece inmovible, con solo una campana colgada a la altura de la vista.

Se arma de valor. "Es por mi Dios." Se repite antes de hacerla sonar. La grabe vibración del metal retumba mandando un escalofrío al pequeño hombre. Luego silencio. Y cuando creyó que no ocurriría nada la puerta se abre con fuerza, causando ruido por el rodar de la piedra.

El interior, lejos de lo que él pensaba, está iluminado, por miles de velas de distintos tamaños y colores, cuyas llamas tintinean por el aire del exterior. Sin pensarlo, Ismael se adentra en ella, llamada por el dulce olor de los inciensos aromáticos que inundan el templo.

- Ho...Hola.- Su voz tiembla cuando se dirige a la nada, buscando a aquel que le dará respuestas.- ¿Oráculo?

- Así me llaman.

De golpe los pies del hombre se detienen, completamente paralizado ante la voz que le ha respondido. Pero no solo por la fuerza y sabiduría que trasmite en una simple frase, si no porque la voz es femenina y dulce, muy dulce.

Poco a poco da la vuelta y, lo que encuentra ahí, lo deja aún más sin palabras.

El Oráculo lo mira de arriba a abajo, sin prisa. Con los ojos brillando en sabiduría y vejez. La vejez que verdaderamente tiene, aunque su piel no lo refleje. Porque ella estaba antes de todo. Antes del ser humano, antes de los Dioses... Antes de que el polvo se convirtiera en tierra.

Ismael no puede apartar los ojos de la hermosa y extraña belleza de la mujer. Una mujer. El viejo Oráculo no es nada más y nada menos que una joven de pelo rojo que parece levitar a su alrededor, y piel blanca y suave como la nieve. No se sabe muy bien que edad podría aparentar, con esa extraña mezcla de edades que trasmiten sus andares, su voz, sus ojos y su aspecto.

- Dime, Ismael. ¿Qué es lo que buscas?

- ¿Cómo...?¿Cómo sabes mi nombre?

Una sonrisa es todo lo que necesita de respuesta. Una sonrisa ladina que le hace saber que ella lo sabe todo. El Oráculo se gira dándole la espalda y comienza a andar hacia el interior, entre las velas, arrastrando su tónica color escarlata.

- Puedo ver las dudas que rondan tu mente. Me sorprende que no vinieses antes. Antes de... todo.- Divaga ella con la mirada perdida en una de esas velas de un extraño color verde, que parece quemarse más despacio que el resto.

- ¿Antes de qué?- Los ojos del pequeño hombre también van a esa vela que de repente se detiene a la vez que el Oráculo gira siniestramente en su dirección.

- Antes de la muerte de la Zahira.

El pánico invade a Ismael en cuanto esas palabras llegan a sus oídos, a pesar de la dulzura con la que las pronuncia. Solo pensar en que puede ser su culpa. En que tendrá que contárselo a Bastián. Se volverá loco, más de lo que está ahora sin ella.

¿Cómo ha pasado?¿Cuando ha pasado?

- Tranquilo, aún no.- Sonríe tranquilizadoramente la mujer al sentir la desesperación y la culpa que invaden a Ismael.

- ¿¡Cuándo será!?- Se desespera el hombre moviendo su vista de nuevo a la vela comienza a derretirse a una velocidad vertiginosa.- ¡Tengo que evitarlo!¡Debo advertir a mi Dios!

La desesperación aumenta cuando la mujer no contesta de inmediato, si no que se toma su tiempo, mirándolo de nuevo con esos ojos viejos y jóvenes al mismo tiempo.

Su piel parece brillar, y su pelo aún flota, rojo como las llamas de sus velas.

- Cuando la Diosa Aura les cuente al resto de Dioses lo del embarazo, por supuesto.- Contesta obvia.

Y si Ismael llegó con dudas, ahora parece tener muchas más. Y un terror que lo invado de inmediato como una ola de problemas. Ella está embarazada, de nada más y nada menos que de Bastián. Y él no lo sabe. Y la ha dejado sola con el bebé sin saberlo y seguramente por su culpa y el secreto que no supo guardar. 

Pero peor aún... Los otros Dioses si lo saben. Y está seguro de que no descansarían, ahora no, hasta haber dado caza a la Zahira de su amo.

Con un simple movimiento de las delicadas manos del Oráculo, las velas comienzan a bailar, sus llamas entremezclándose y dejando ver a Ismael lo que parece una ilusión. 

La hermosa Diosa furiosa y algo asustada en el salón del trono junto al resto de Dioses que escuchan su acalorada explicación. El mayor de ellos haciendo un gesto de desagrado y algo de pánico y mandando a llamar a un sequito entero de demonios que no tarda en aparecer, con sus frías sombras oscuras.

- Corre, Ismael.- Susurra el Oráculo haciendo su piel erizarse y un leve mareo nublarle la mente.- Corre o ese semidios... morirá.

Y el siervo lo hace, en cuanto escucha la puerta de piedra volver a abrirse. En cuanto los ojos, que reflejan el calor de las llamas, le advierten de un horrible futuro en el que Bastián perderá definitivamente a su Zahira... y a su hijo.

El Oráculo sonríe apenada por el futuro que les espera, mirando de nuevo aquella vela verde que sigue fundiéndose rápidamente, quedándose sin mecha por segundos.

- Se acaba el tiempo.- Susurra.

Entonces la puerta se cierra tras Ismael, y todas las velas se apagan de golpe, dejándola en una completa oscuridad de nuevo.


Así duelen las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora