RESPUESTAS

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Bastián camina por los pasillos de su templo. Si. Estar al lado de esa mujer le hace temblar el alma, pero no puede comparar esta mansión con la pequeña choza de Zahira.

Si por él fuera le crearía su propio palacio. Sobre todo después de haber probado esos carnosos labios. Se lo merece.

Hay personas malas, vanidosas y egoístas que tienen mucho cuando gente tan buena, sencilla y altruista no tiene nada. Se lo merece una mansión y todo lo que su castaña quiera. Incluso ella más que él, por muy Dios que sea.

La sonrisa no se borra de sus labios. Los recuerdos de una noche junto a ella le ponen de buen humor. Esta mañana ha salido antes del amanecer, dejando un tierno beso en su mejilla como despedida.

El anciano padre de Zahira no lo ha visto entrar ni salir. Punto para él.

Cuando llega a la sala del trono, lo encuentra ahí, observando el ramo de flores que aún conserva de su Zahira y con aires de reflexión.

- Ismael. ¡Que alegría verte!- El Dios llama su atención y el siervo deja de pensar en ello.

Ya está hecho. Y no hay marcha atrás.

- Señor. Se ha ausentado toda la noche.- Dice tratando de no sonar como un reproche pero sin conseguirlo.

- Así es.- Es todo lo que dice, aun con esa sonrisa iluminando su rostro.- Pídele por favor a Miguel que venga.- Le dice a uno de los criados que desaparece rápidamente de la sala.

El pequeño hombre lo mira con duda. ¿Miguel? Es también uno de los hombres que sirven a su Dios. Pero el encargado de la seguridad, del espionaje y el estratega de Bastián.

- ¿Para qué?

El Dios le lanza una de esas miradas. Una de esas que no dejan lugar a duda. Cuestionarlo, es otra falta de respeto. Y, aunque cargue esa sonrisa de bobo enamorado, sigue siendo un Dios capaz de desatar los mismísimos infiernos. De hacerse respetar.

- Una orden debería ser suficiente explicación.- Replica con el ceño fruncido.- Sin embargo, como amigo, te diré que tengo la sensación, desde hace poco, de que alguien está siguiéndome. O más bien, que alguien nos espía a mi y a Zahira. Solo quiero asegurarme.- Le resta importancia con un gesto, dejándose caer en el trono de nuevo.

Ismael no puede evitar bufar preocupado cuando vuelve a oír ese nombre. Y a Bastián no le pasa desapercibido el gesto. Cansado de su actitud decide resolver sus dudas.

- ¿Qué es lo que tanto te molesta de ella? ¿No deberías alegrarte por que haya encontrado la felicidad? Aunque sea al lado de una mortal.- Le reprocha de nuevo.

- No es una mortal cualquiera. Es una Zahira.

- ¿¡Y que con eso!?- Alza la voz sin comprender el Dios.

Decidido a explicarle todo, Ismael se acera más a él, cogiendo sitio a su derecha y piensa bien en las palabras que va a escoger.

- Los Dioses son seres superiores. De poder ilimitado y que todo lo pueden. Invencibles y, sobre todo, inmortales.

El castaño solo asiente pasándose la mano por el pelo desordenado. No le está contando nada nuevo.

- Pero, hace muchos eones atrás, uno de los más poderosos y primeros, casado con la Diosa de la Vida, decidió hacer un viaje a la Tierra.- Ismael relata concentrado la historia, casi como si la hubiese vivido él mismo.- Fue entonces cuando conoció a la joven más hermosa que jamás había visto y tuvo una aventura apasionada con ella.

Bastián lo escucha entretenido. Si, él y ese Dios tienen muchas cosas en común, pero aún no comprende su punto. Y él no está casado.

- Cuando la Vida se enteró enfureció y, exigiendo explicaciones, como única excusa el Dios le dijo que la mortal era su media mitad. Su alma gemela. Y antes de dejarla plantada a ella, una Diosa, le entregó un ramo de Zahiras como toda disculpa.

Así duelen las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora