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    A la mañana siguiente, cuando los rayos anaranjados del sol lograron infiltrarse en la oscura habitación entre las cortinas corridas, se encontraron con un joven de bastante mal humor. Ramón apenas había pegado el ojo en toda la noche. La constante sensación de estar en un lugar desconocido lo abrumaba y se deshizo de todo el sueño que este pudiera tener.

Se estiró y sus articulaciones crujieron. Su estómago también rugió como una fiera, pero no le dio tanta importancia, a esto último andaba más que acostumbrado. Observó la televisión apagada, la cual reflejaba su imagen cadavérica y ojerosa. Afuera, se podían escuchar carcajadas.

Ramón se acercó a la ventana y observó hacia la calle. Su manager, reía a carcajadas con un japonés que llevaba una camisa estampada con flores, recargado en el cofre de un carro negro y al parecer, bastante lujoso.

Ramón abrió la puerta y el manager lo vio, pidió a su amigo que se detuviera y comenzó a subir las escaleras tan rápido como su panza y su débil corazón se lo permitieron.

—¡Flaco! ¿Despierto desde tan temprano? ¿Qué te pareció tu primera noche en Japón?

—Pues siendo sinceros—Ramón se talló los ojos—no dormí mucho...

—Ya veo, espero que eso no te quite rendimiento el día de hoy, muchacho. ¿Fuiste a algún lugar o algo?

—No, no, solo estuve en mi habitación y ya...

—¿De verdad?—preguntó el hombre levantando una de sus espesas cejas—¿Algún bar o algo?

Ramón volvió a negar con la cabeza y el representante se encogió de hombros.

—Bueno, pues que se le va a hacer. ¿Estás listo?

—Supongo...

El mánager le dio un par de palmadas en el hombro y lo guio hasta el lujoso auto. Él se subió en la parte del copiloto y Ramón se vio obligado a ir en los asientos de atrás, forrados de cuero. El japonés de la camisa hawaiana, que era el chofer, se giró hacia Ramón y preguntó algo en su idioma, entonces comenzó a reír nuevamente. El mánager respondió y ambos rieron.

Ramón observó por la ventana mientras lo conducían a aquel gimnasio privado. Las calles no eran muy lujosas, pero a la vez, eran muy diferentes a las de México. Todo parecía más limpio, pero más solitario, esto le puso los nervios de punta, pero no dijo ni una sola palabra en todo el trayecto.

El japonés los dejó frente a un edificio que no tenía ninguna pinta de ser un gimnasio y arrancó una vez, ambos estuvieron parados frente a una puerta.

—Y bien, ¿qué te parece?

El gimnasio no era muy diferente a los edificios contiguos, solo un cartel anunciaba que era lo que ocurría dentro. Del lado derecho, había un puesto de comida, una especie de sopa, del lado izquierdo, dos ancianos jugaban un extraño juego de mesa, desconocido para él. Ramón dudó un poco, pero el mánager empujó ruidosamente la puerta y después procedió a empujar a Ramón por la espalda, para obligarlo a entrar.

En el centro de todo, había un ring algo más pequeño del que estaba acostumbrado, algunas máquinas y sacos de boxeo estaban distribuidos a lo largo de la pared y en la otra, una hilera de enormes espejos. Cuando entraron, todos los japoneses que entrenaban, se detuvieron para observar a aquel extranjero, pero después de una rápida ojeada, continuaron con su rutina, como si Ramón no existiera.

—Aquí entrenarás hasta que tengas tu pelea—agregó el mánager—¿No tendrías problemas con ello?

—No para nada. Puedo entrenar hasta en la calle, así que no se preocupe.

Hatsune Miku x Don Ramón - Duele el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora