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    Ramón se despertó al día siguiente después de un sueño corto pero profundo. Se sentía más calmado y de alguna forma, mejor descansado. La pelea le había ayudado a estirar sus músculos tensos. Encendió la televisión para dejarla como ruido de fondo, ya que no entendía nada y buscó algo de comer. Encontró un poco de cereal y comió un tazón sin leche, mientras observaba por la ventana. Esta vez el cielo estaba un poco nublado y no había ningún vehículo misterioso esperándolo, ni ningún japonés de camisa hawaiana que se burlara de él.

Cuando terminó con su desayuno, se sintió aburrido. Apagó la televisión y abrió la puerta, con intenciones de ir a entrenar, pero para su amarga sorpresa, no recordaba donde estaba el gimnasio privado. El día anterior, no había prestado atención alguna al recorrido que había tomado el auto para llevarlo al gimnasio, por lo que se encontró bastante desorientado. Trató de hacer memoria, pero todos los sucesos del día anterior flotaban en su mente como sombras borrosas. La tienda de sopa, los ancianos, el letrero, todo estaba confuso en su mente. Incluso la pelea no era más que un compilado de imágenes sin sentido dentro de su confundido cerebro.

Todo era borroso, excepto una cosa. Aquella chica...

Su delgada figura, su hermoso rostro medio cubierto por la capucha, su exótico cabello azul. Todas estas ideas revoloteaban como mariposas dentro de su duro cráneo mallugado por los golpes.

— Si serás, Ramón—susurró para sí mismo, mientras metía las manos dentro de los bolsillos de su pantalón—. No la viste ni diez segundos y ya andas así de perdido...

Ramón levantó la vista y miró hacia el cielo. Nubes grises cubrían el manto azul y la falta de sol enfriaba el ambiente, pero aun así, Ramón quiso intentar dar con aquel gimnasio. Si no trabajaba, entrenaba, no podía quedarse quieto y menos con lo nervioso que se sentía en aquella calle vacía llena de caracteres raros.

Gruñó y comenzó a trotar, forzando su cerebro para poder obtener, por lo menos, la más mínima idea de la ubicación del gimnasio. Giraba en cada esquina, se detenía y regresaba, miraba confundido hacia todos lados, entrecerraba los ojos para ver los letreros a lo lejos, agudizaba el olfato para encontrar aquel restaurante, pero todo le fue inútil. Después de una hora, se detuvo y se recargó en la pared.

—¡Me lleva el chanfle! Si se enteran que no llegué a entrenar me van a echar a la calle otra vez...—de su bolsillo, sacó un cigarro y lo encendió, pero una gota fría cayó sobre el papel, después otro sobre su mano y el día nublado, se convirtió en una ligera llovizna— Me lleva el chanfle...

Tiró el cigarro al suelo y lo pisó con cierta furia, brincando sobre él y maldiciendo entre dientes. "Trotar cuenta como entrenamiento" pensó y comenzó a recorrer las calles nuevamente, olvidando por completo el gimnasio.

Las gotas frías de aquella llovizna japonesa comenzaron a calmar sus ánimos. El iracundo boxeador mexicano se sumió de nuevo en sus pensamientos, pero estos no tenían más propósito que recordarle a la chica misteriosa, Hatsune.

Una famosa cantante, alguien a quien, probablemente, un hombre como él no volvería a ver de tan cerca. Ocupada con sus conciertos o lo que fuera que hiciera. Verla no fue más que suerte, una mera coincidencia.

—Hatsune— repitió pensativo, mientras sentía arreciar el agua sobre su rostro.

Fue entonces, que, tal vez el instinto, tal vez el subconsciente o el corazón, lo obligó a mirar hacia la otra banqueta. Una chica trotaba en dirección contraria con una gruesa sudadera gris sobre sí, pero Ramón logró divisar aquel mechón turquesa, que se asomó de la capucha por una fracción de unos segundos.

Hatsune Miku x Don Ramón - Duele el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora