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CAPÍTULO UNO:

Nací envuelta de flores arrancadas de la tierra y de la helada de un frío terrible. Propiamente del solsticio de invierno de hace años, aquel día de febrero la nieve se amontonó en las esquinas de los ventanales de nuestra gran casa. Me gustaría poder imaginar la impresión en las caras de nuestras criadas y de mi familia, admirando a una niña llena de luz y bondad, quise creer. Según las historias de mis hermanos, mi padre me miró y dijo:

—Habrán de mejores.—

El pelo castaño destacaba entre el rubio de mi padre, el pelirrojo de mi madre y la mezcla de esos dos colores de mis hermanos. Mi belleza no era algo destacable en ese entonces así que me llamaron Elora esperando a que el significado del nombre hiciera efecto y tuviera un gran talento en algo, tal vez eso opacaría la falta de un pelo rubio rosado y labios coloridos.

Los primeros recuerdos que tengo eran los de mi madre mirándome con desagrado y insistiéndole a mi padre en cortarme el pelo o encontrar a alguna hechicera que me pudiera cambiar el color de este. Todos sabían que yo no era hija de mi padre porque no me aprecia en nada a él, tenia la nariz puntiaguda de mi madre y los ojos claros, pero también unos pómulos prominentes de procedencia inexplicable.

Mi padre no era un gran hablador, solo procuraba llevar buenas vestiduras y ganar mucho dinero. Cuando llegaba a casa, colgaba su chaqueta en el perchero y se sentaba en su silla, la cual estaba arrimada a una mesa donde había un tablero de ajedrez. Siempre he estado bastante segura de la poca ceguera de mi padre, él sabía quien era yo y sabía el error de mi madre. Sin embargo, jamás me trató demasiado diferente a los demás, su indiferencia abrumaba a cualquiera de los que vivíamos en aquella casa.

Solo yo de los tres sabía jugar al ajedrez de forma competente así que era la única que se sentaba a jugar con él. A veces me contaba qué se había hablado en la reunión de trabajo de aquel día y en otras tan solo callaba o me reñía por haber hecho un movimiento erróneo en la partida.

—Jamás podremos encontrarte un buen marido porque no eres tan agraciada como tu hermana, pero al menos no eres estúpida.—

Fue uno de los primeros comentarios que me dijo mientras jugábamos, en aquel momento me habría gustado ponerme a llorar enfrente suyo pero por alguna razón extraña no lo hice.
Sabía que yo no me movía con gracia como mi madre y mi hermana, qué parecían el reflejo de la otra; yo solía caerme por las escaleras de casa y siempre me seguía una criada para procurar que no me lastimara, mi pelo era difícil de manejar y ni siquiera tenía un color que se sentase bien. A veces encendía una vela a horas de la madrugada y me detenía a mirarme en el espejo, fingía ser una chica bonita sin preocupación por aferrarme a un buen hombre que mejorase mi estatus.

La gallina de oro de mi familia, por muy raro que pueda llegar a sonar, siempre fue mi madre. Era la hija única de una familia muy rica y por esa razón siempre actuó a su semejanza y interés. Se encaprichó de mi padre porque era el único hombre en ese entonces que no suspiraba al oler las rosas de su pelo pelirrojo ni babeaba cuando la miraba a los ojos azules, así que se casó con él cuando cumplió el objetivo de rendirlo a sus pies. Mi madre es la razón por la qué mi padre pudo montar una gran empresa y adquirió, compró y explotó tantos terrenos que el dinero nos salía por la boca.
Así que cuando después de nueve meses la tripa se deshinchó y salió una niña de pelo oscuro, mi padre no pudo quejarse.

La primera vez que pisamos el palacio de los Lantsov yo tenia seis años y llevaba el pelo recogido a media melena. Mi madre me había comprado un buen vestido, pero no mejor que el que le dio a mi hermana.
Me lo extendió con una mirada de desinterés y me volvía a preguntar por qué se esforzó tanto en traerme a este mundo si luego me iba a tratar así.

CROWN OF BOUNDS - nikolai lantsovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora