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CAPÍTULO 4:

Aún ahora sigo sin recordar como fue la vuelta a Ravka. Puedo evocar la primera mirada de regreso al castillo, como mi habitación estaba igual que siempre. Pequeña, humilde y sucia.

Viktor y Timur volvieron a sus casas, pero ambos me compartieron sus correspondencias y nos enviaríamos cartas unos a los otros. Les eché de menos los primeros días, la voz de Viktor por las noches y las preguntas estúpidas que siempre hacia Timur. Por mi parte, debí volver a la limpieza durante un tiempo. Las criadas me preguntaron que cómo había sido la campaña y por qué tenía una condecoración siendo mujer. Actuaban como si no hubiera centenares de mujeres soldado y Grisha ahí fuera. Pero bueno, así eran las cosas en el palacio.

Con el tiempo cumplí los quince, y de nuevo, no hubo ninguna fiesta ni ninguna felicitación más que las dos cartas de mis mejores amigos y un ramo de flores de Timur. Las sirvientas se volvieron locas y estuvieron hablando sobre ello por días, se rumoreó que yo era una cualquiera que me vendía a hombres ricos para poder salir de ese palacio y dejar de limpiar suelos. No me molestó mucho porque yo al menos sabía la verdad.

En ese periodo de tiempo, pude ver a Viktor y a Timur tan solo un par de veces a cada uno. Viktor había regresado a la granja por un tiempo después de sus heridas en batalla, había perdido la movilidad parcialmente en una de sus piernas y se tenía que ayudar de un bastón para caminar. Según me contó en su carta, le dispararon en una parte clave en su pierna y para cuando le asignaron un buen médico, la herida ya había tomado terreno.

No puedo contar mucho más porque mi vida no fue tan divertida en aquel entonces, hasta la fiesta del decimoctavo cumpleaños del príncipe Nikolai.

Había invitado a muchos soldados de la campaña de Halmhend, todos con los que había intercambiado alguna palabra. Nikolai era popular entre sus camaradas, porque hizo sentir a los demás que era uno de ellos, que no era de la realeza. Se sentaba con sus compañeros y hablaba de cosas triviales y cotidianas, se quejaba de la comida y explicaba que había soñado aquel día. Se aprendía los nombres de aquellos con quien intercambiaba palabra y se paseaba por la base diciendo cosas como "¡Hey, Erik, ¿qué tal va esa pierna?" o "¿Alguna carta de tu mujer, Cornak?". Eso hizo que la gente lo quisiera, y a todos en aquellos momentos se les olvidó que él era su príncipe, aún que a mí no.

La carta me la trajo un mayordomo, y fue un escándalo entre las criadas. Entonces se rumoreaba que me estaba acostando a escondidas con el príncipe, y si llego a ser honesta, a mi yo de quince años no le desagradaba esa idea. Me pregunté al instante cómo podía yo haber sido invitada, pero supuse que todos los condecorados fueron invitados automáticamente.

Días después me vi visitando la casa de Timur en busca de ayuda con la vestimenta. Timur era un niño de familia de bien, tenía dinero y no le molestaba gastárselo en tonterías, así que tampoco me faltó vergüenza en pedirle ayuda. Mi padre me dijo que no era lo suficientemente guapa para casarme pero que al menos no era estúpida, y bueno, tenía razón.

Timur me compró un vestido verde claro, el vestido más bonito que había visto hasta aquel entonces. Fue en el momento donde me miré al espejo que noté lo mucho que había cambiado, mis caderas estaban más anchas y mis pechos más crecidos, mis pómulos resaltaban aún más por la grasa infantil que empezaba a perder con el paso del tiempo. Diría que me sentía guapa, pero entonces os estaría mintiendo, porque cada vez que me miraba al espejo veía a mi madre mirándome con cara de asco.

—Mis criadas harán algo con este pelo.—Me dijo Timur, cogiéndome un mechón de pelo con asco.

Le pegué un manotazo.—Es una pena que puedan hacer algo con el pelo pero no con tu cara.

CROWN OF BOUNDS - nikolai lantsovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora