II

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Para la mujer que no encuentra respuestas.


Amatistas en su cabello se preguntan cuándo volverán a brillar,
Recuerdan el día que fueron el sol,
Iluminando el sendero como si las estrellas se personificaran.

La mujer que las creó ya no las quiere,
Se arrepintió de su vida con reclamos en los brazos,
Cambió un violeta por el rojo de metal,
Se esparce en el desagüe porque la vida no vale para tanto.

Ella no tiene corazón, se le acabó la razón;
Quiere saborear latidos, no engranajes;
Quiere un cuerpo de carne, nada de ligas envés de extremidades.

Si ella estuviera viva, no la recordaría, no fuera piel sobre recuerdo
Tendría olor propio, un nombre y un sueño.

La otra no existe pero está en todos lados: en la ropa, recuerdos, aura y apariencia,
No puede olvidarla porque entonces no existiría ninguna.
Una sonrisa se cae, una lágrima se esparce.
No hay libertad sin cadenas, dice la experiencia.

Nadie sabe que caminar en línea recta es ignorar los atajos,
Que no existe un preludio para la muerte pero sí para perderse;
Sus cavilaciones asfixian,
Si el alma fuera prenda, no existiría nadie sin cambios.

Ella no ama porque el amor no la ama a ella,
El odio la dejó de lado porque para odiar primero hace falta respirar.

Ella no tiene huellas,
Así que hasta el recuerdo se olvida de guardarle un asiento.

El Llanto de los Perdidos en el InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora