Capítulo VI

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La zona donde vivían los Hill era de las más rurales del pueblo, tanto que no habían muchas casas

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La zona donde vivían los Hill era de las más rurales del pueblo, tanto que no habían muchas casas. Al menos había asfalto, pensaban la mayoría de las personas que vivían allí. Philip había comprado aquella casa en esa zona porque no quería ser aturdido por el bullicio de la gente, además, ese lugar le recordaba mucho a la casa donde solía vivir de niño. Muy poco le importó todo lo que vivió para comprar una casa en un lugar parecido donde comenzó su desgracia. Tal vez, se había encariñado con esos lugares. Aunque, si se caminaba por un rato hacia el sur o se iba en un vehículo, llegarías fácilmente a una zona más céntrica del pueblo.

El lugar donde vivían ellos era apenas una extensión de dicho pueblo. El pueblo se dividía en las zonas rurales y la zona más céntrica, que se asemejaba a lo céntrico de la ciudad.

Gracias a que ellos vivían en esa zona los niños no tenían muchos amigos, especialmente porque los que viven allí son parejas que no han tenido hijos, y si los tienen, seguro ya son adultos. Ivana pensaba que tal vez era casualidad, casi siempre sus vecinas era mayores que ella. Así que, Pilar y Homer eran sus propios amigos, habían tenido suerte de tener un hermano muy cercana a su edad. Luego de la escuela solían jugar muchas cosas, a Pilar no le importaba que jugaran, incluso podía jugar juegos rudos. Pero ese sábado, Pilar no tenía ánimos de correr a todos lados. Ese día a ella se le antojó una fiesta, con sus muñecas para tomar el té.

En el cuarto dónde ambos solían dormir, la litera estaba vacía, a excepción de sus sábanas y almohadas. No habían muñecas, peluches ni nada que los niños tuvieran al dormir. La ventana de la habitación —que estaba en el segundo piso— se encontraba abierta, dejando entrar la luz del sol acompañada con un viento fresco y ligero, provocando que unas cortinas de un azul extremadamente pálido se movieron con delicadeza. En el piso reposaban un par de zapatos, unas hojas, unos lápices y, un par de otras cosas.

—¿Quiere algo de té, señorita? — Pilar, que tenía una delicada jarra de plástico en su mano derecha, dio una muy corta caminata a dos sillas. Allí, le dijo algo a la muñeca de trapo, que tenía un vestido azul y trenzas naranjas, y luego le sirvió té. No era un té falso, era uno de verdad — No tienes porque ser tímida.

Pilar se rio, y para ser una reunión para la taza del té, no fue una risa muy refinada. La mesa no era muy grande, ni siquiera era mediana, pero a pesar de su tamaño estaba cubierto por un mantel color pastel, y habían varias tazas de té.

—Yo también quiero un poco. — Homer, quién estaba sentado al otro lado de la mesa, rio un poco.

—¡Ya tu te comiste las galletas sin esperar el té!.

—¡Tenía hambre!.

—¡Pero si te comiste muchas antes de venir!

—¡En ese caso tu también lo hiciste! — Homer puso sus manos en la mesa, entrecerrando los ojos, justo como su hermana mayor.

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