Capítulo XVIII

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Cuatro años habían pasado desde aquello

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Cuatro años habían pasado desde aquello.

Habían pasado cuatros años desde que a Pilar le había quedado claro cuál era su puesto en la sociedad, y lamentablemente, no era uno que a ella le gustara. ¿Y a quién le iba a gustar estar por debajo de las personas? Saber que pasarán de tus palabras, tus acciones, tus ideales, sólo por no ser del mismo género ni sexo que los demás que se creen superiores. Y sin importar el género, ni sexo, a nadie le gusta sentirse aplastado. Sin embargo, Pilar tuvo que vivir con esos sentimientos guardados en el pecho, más no los ignoraba, porque esos mismos sentimientos fueron lo que la llevaron a lo que es ahora.

Tal vez aún no era lo suficiente fuerte como un adulto, y tal vez aún no tenía todo el conocimiento que necesitaba para cambiar la mentalidad de todas esas personas que la discriminaban a ella, a las mujeres, y a aquellas personas que no cumplían con los estereotipos y roles de la sociedad. Quizá era imposible cambiar su forma de pensar, pero tenía que tener algo a lo que aferrarse para poder seguir adelante.

—Despierta. — habló, según ella, a un volumen normal — ¡Despierta! — al segundo intento gritó, y le golpeó el rostro a Homer con una almohada.

—¡Buaj! — gritó Homer, entrando en desesperación — ¡Pilar! — rechistó.

La chica soltó unas carcajadas, abrazando la almohada contra su barriga.

Homer se sentó en la cama, y miró a su hermana reírse. El chico de cabello rubio oscuro cambió su expresión a una más relajada, y una sonrisa noble se había posado en sus labios. Poco después cerró sus ojos azules y comenzó a reír en compañía de la mayor.

—Se hace tarde, apresúrate, vamos a llegar tarde por tu culpa. — Pilar se puso derecha, mientras sonreía leve.

Pilar tenía el cabello mucho más largo que antes, le llegaba hasta más abajo de los omóplatos. Seguro que si no se lo hubiera cortado tanto lo tuviera mucho más largo. Era rojo oscuro, pero mucho más intenso que el de su madre. La chica se encaminó por la habitación hasta el pasillo.

—¡No quiero ir! — chilló Homer desde el cuarto.

—¡Yo tampoco! — respondió Pilar — ¡Rápido!.

Todo volvía a ser como siempre. Era como repetir un bucle, uno donde Philip siempre los separaba y poco a poco debían volver a tener que ganarse el derecho de pasar tiempo juntos. Sin embargo, esta vez fue mucho más complicado que cuando eran niños. Philip mantenía todos los días a Pilar ocupada con los deberes de la casa, porque según él, ella debía aprender su lugar, y aunque ya lo hubiera aprendido hace años, él igual la siguió manteniendo allí, para asegurarse de que nada se saliera de control. Mientras tanto, Homer tenía que seguir el entrenamiento, y tal vez sea por ello que a sus 13 años tenía algo de músculo, más que cualquier otro niño a su edad. Aunque no de manera exagerada.

Pilar y Homer sólo tenían la oportunidad de hablar a gusto por las noches que se pasaban de habitaciones para hablar muy poco, o para que Homer le enseñara a Pilar los entrenamientos; cuando iban camino a la escuela; en la escuela misma, y eso era todo. Y debían ser mucho más cuidadosos.

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