Capítulo XI

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—Pilar, sabes que me gusta jugar todo lo que tú quieras, ¿No?

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—Pilar, sabes que me gusta jugar todo lo que tú quieras, ¿No?. — dijo Homer.

—Si, si, a mi también me gusta jugar lo que a tú quieras. — la niña estaba sentada en el piso buscando entre un revoltijo de cosas que estaban en el suelo.

—Y no me quejo ni nada, ¿Verdad?.

—Ajá, ajá.

—Si... Pero esto ya es mucho. — para cuando Homer se había dado cuenta, no sólo lo habían maquillado como un payaso, sino que además Pilar lo había vestido como una niña.

Tenía puesto uno de los vestidos de Pilar, uno de color verde pastel. La caída del vestido era hacia afuera, y según Homer, se le pegaba a la piel, aunque seguro se debía a que no estaba acostumbrado a usar un vestido, y jamás lo estaría. El vestido llegaba hasta el piso porque Pilar era más alta que Homer.

—¡Claro que no! ¡Estás bien así!.

—¡No! ¡No lo estoy!

Ambos se quedaron mirando uno al otro, entre cerrando los ojos generando una tensión, pero poco después ambos se echaron a reír. Homer se sentó en el piso como pudo, ese tipo de vestimenta le prohibía los movimientos.

—No quiero ir al entrenamiento mañana. — dijo el niño, desanimado.

Ese día habían suspendido el entrenamiento por algunas cosa que su entrenador, Reggie, tenía que resolver. Asuntos de adultos, pensó Homer. Pero que se suspendiera el entrenamiento era bueno para sus ojos.

Pilar todos los días se sentía sola cuando Homer se iba, aunque de alguna manera buscaba la manera de entretenerse, más saber que su hermano menor llegaba triste y adolorido la tenía preocupaba. Incluso, todas esas noches antes de dormir se quedaba pensando en como podían hacer para que Homer dejara de ir a los entrenamientos. Llegó a pensar en que el escaparse era una buena opción, pero la descartó de inmediato al pensar en que comerían, dónde dormirían y quien los cuidaría.

—¿Qué tal... Si lo hablamos con papá? — Pilar se acercó a Homer con un ganchito entre sus manos, uno de forma de flor.

—¿Hablarlo con papá? — el niño hizo una mueca, y luego se quedó mirando al techo moviendo la cabeza — Me da miedo.

—¿Por qué?.

—Se va a enojar, y si se enoja me va a pegar... Y también te va a pegar a ti, y no quiero.

—Pero después de todo es nuestro papá, ¿No? Y tenemos a mamá de nuestro lado. — cuando Pilar nombraba a los adultos jugaba con sus manos, imitando que sus dedos eran ellos — Seguro que lo podemos convencer.

—¿No te da miedo?.

Pilar se quedó callada como unos tres segundos.

Claro que tenía miedo, ¿Quién no lo tendría con todo lo que ya ha sucedido? Sería un milagro que nadie le tuviera miedo. Philip, aunque era su padre, cuando se enojaba parecía una persona diferente, y eso les daba miedo. A Pilar jamás le había puesto una mano encima, pero eso no quiere decir que no lo haría, y ella no quería que Homer siguiera sufriendo. Así que esa era la única opción que podían tomar unos niños que no sabían nada de la maldad, eran lo único capaz que podían hacer.

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