Hubo una vez un centro minero donde se asentaba una población en la que las mujeres y los niños se dedicaban a la crianza de ovejas, mientras los hombres trabajan en la extracción de los minerales en las minas.
Cuando los mineros terminaban sus labores cotidianas, generalmente el cielo del atardecer se ponía rojizo al llegar las seis de la tarde. Todos se aseguraban de llegar prontamente a su casa porque en la oscuridad de la noche rondaban distintos peligros por la zona.
Y es que ni siquiera en el día las personas podían sentirse seguras; por ejemplo los pastores de ovejas estaban constantemente temerosos de ser atacados por los feroces lobos, por eso siempre iban acompañados de numerosos perros. Pero el principal temor era toparse con un “condenado”, que según contaban los más ancianos : eran unos monstruos malditos que bajaban desde la cumbre de los cerros a cualquier hora, siempre hambrientos, siempre dispuestos a destruir.
Afirmaban los nobles ancianos que eran los indígenas que fueron sometidos y muertos por la mita en los tiempos de la colonia española (era un sistema por el cual cada nación indígena, estaba obligada, por turnos, a ceder hombres para trabajar en las minas). También decían que al finalizar el día los huesos de los cementerios clandestinos se acoplaban para dar forma a los terroríficos cuerpos de los “condenados”, figuras macabras de piel reseca, cabellos largos, huesos deformes, con la ropa de gente antigua hecha girones y esparciendo un olor nauseabundo. Se cuenta que vagaban por las noches aullando y cuando se acercaban al pueblo ensordecian a sus moradores.
Cierta ocasión un pastorcillo que junto a su rebaño y sus seis perros se había distraído tanto, que para regresar a descansar a las ovejas ya empezaba a oscurecer. De tal manera que descendían rápidamente por el cerro, y mientras así avanzaba distinguió a lo lejos a una persona que caminaba de manera extraña y vociferaba palabras ininteligibles. Era un “condenado” vestido con un abrigo viejo y desgarrado, y evidentemente venía a su encuentro. Los perros al sentir la presencia del terrible monstruo corrieron a morderle los brazos y las piernas, era una brutal arremetida pero aún así el “condenado” siguió avanzando, el pastorcillo aterrorizado abandonó su rebaño y corrió hacia el pueblo para pedir ayuda. Allí le dijeron que posiblemente sea el mismo ser maldito que ya se había presentado a otra gente.
Y todos fueron rápidamente con el cura de la iglesia, para poder darle encuentro al monstruo y preguntarle el porqué de su presencia en la comunidad.
Una vez que estubieron de frente al engendro y lanzada la pregunta, él respondió que había trabajado en la mina hasta la muerte y que esta fue de una manera muy violenta, solo buscaba el descanso de su alma y así poder reposar en su tumba.
El sacerdote decidió lanzarle agua bendita y mediante una oración pedirle a Dios por el descanso eterno de su alma. En el acto el “condenado” comenzó a deshacerse como si fuera una estátua de arena y finalmente su alma descansó en paz.
De la tradición oral andina.
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El condenado, historias de terror del zombi andino.
HorrorLos condenados son muertos que no pueden descansar y que vagan entre los vivos y sienten un voraz apetito por la carne cruda para su decadente cuerpo aún con vida. Son seres malditos atrapados entre este mundo y el otro.