Capítulo 27

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Katniss lleva mucho tiempo en el piso. La observo bien, los huesos se enmarcan en su cara, los brazos son sumamente frágiles, tiene el cabello más largo, enmarañado y parece que no se ha cambiado la ropa en mucho tiempo; no soy quien deba juzgar, seguramente yo luzco igual, pero creí que la estaban cuidando. No veo a Haymitch por ningún lado. Ahora sin las restricciones del trece, debe estar recuperando el tiempo perdido, ahogado en alcohol.

Acaricio su espalda pero los espasmos del llanto han hecho que se desmaye, así que la tomó en brazos para subir las escaleras; Buttercup nos sigue —maullando por los pasillos, tal vez tiene aún esperanza— y se acuesta junto a Katniss. Los dejo a los dos ahí mientras yo bajo para recoger los pedazos de vidrios rotos. Esta casa es muy tranquila, ya no hay polvo en los muebles y ese sillón lujoso me llama para recostarme.

Creo que yo también me quedo dormido porque no me doy cuenta que Sae entro de nuevo a la casa, hasta que escucho el sonido de sartenes y platos chocando. Vuelve a saludarme con una sonrisa y dice que nos preparará el almuerzo. Me señala donde está el baño para asearme, —seguramente debo de apestar horrible— ha llegado con un cambio de ropa, que no es de mi talla pero me sirve; también me da una navaja para quitar mi fea barba.

Me desnudo en el baño y me veo en el espejo, la piel bronceada no existe, casi es pareja en todas partes, pero ahí están las cicatrices, solo con verlas vuelven las ganas de rascarme. Disfruto de la regadera un buen tiempo, había olvidado como se sentía, me (intento) rasurar, cortándome en algunas partes. Un buen corte de cabello me vendría bien, pero a falta de tijeras termino trozando los mechones con la navaja.

Alimento el fuego con mi ropa sucia. Me quedo en la mesa, viendo cómo la señora cocina y su pequeña nieta juega con los estambres de colores, la niña vive en su mundo. Katniss baja y veo que también se ha bañado, se sienta junto a mi y compartimos él cuchillo para cortarnos las uñas en silencio.

Hoy es uno de esos días en los que parece que estás soñando, el sol es amarillo y se cuela por las ventanas iluminando toda la casa, los minutos pasan lentos, tanto que hasta te preguntas si en realidad está avanzando el tiempo.

Mientras comemos ella le da "discretamente" su carne al gato, él la recompensa lamiéndole la mano.

—¿A qué has venido? —pregunta ella de repente, que no ha hecho más que picotear su comida.

Sae nos ve de reojo.

—Vine a traerte algo —digo. Me levanto de la mesa para ir al pasillo y le entrego todo lo que traje.

Sacamos el viejo libro de plantas, la foto de boda de sus padres; la cazadora de su papá, la huele cerrando los ojos, después se la pone. Vuelve a llorar cuando abrimos el medallón y ve la foto de Prim. Pero cuando saca el paracaídas su mirada cambia, busca algo dentro hasta dar con la perla que Peeta le regaló en la arena. No tenía idea de que se había salvado y que seguía ahí. Se queda observándola un buen rato —quisiera poder leer su mente— cierra su puño sobre la perla, evitando mi mirada aunque es obvio que se ha puesto melancólica.

Sale de la cocina y regresa diciendo que ha decidido ir a cazar, yo protesto un poco porque la veo demasiado débil como para hacer una caminata tan larga, pero Sae la apoya diciendo que necesita carne fresca. Intento acompañarla, pero Katniss dice que algunos paseos hay que darlos solos.

—Tranquilo, estará bien —me dice Sae y sale de la casa prometiendo que mañana nos hará el desayuno de nuevo.

Intento olvidarme de mis pensamientos y decido ir a visitar a la otra persona que existe aquí. Entrando a la casa el olor a alcohol golpea mi nariz, el lugar está oscuro. Lo llamo desde que pongo un pie adentro, no quiero que me apuñale por asustarlo.

Fortuito • Finnick Odair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora