Capítulo 22

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La vida está llena de caminos. Distintos senderos que te llevan a una meta imaginaria, una senda para lograr un objetivo concreto. Dentro de ésta, encontramos distintos niveles de dificultad impuestos por uno mismo. Si eliges el camino más complicado, el que asusta, llegarás rápido a la meta con resultados que realmente te gusten y con los que seas feliz, aunque te sea más difícil; pero si eliges el camino fácil, el que no te apasiona, tardarás más y no conseguirás unos resultados que sean de tu agrado, aunque al fin y al cabo llegarás a tu destino.

Así me encontraba yo, frente a un sendero con cuestas y otro con zonas de llanura. Me tocaba hacer una elección difícil. Podía empezar a subir la cuesta y buscar mil excusas para decirle a Victoria que no aceptaba su acuerdo, y luego tendría que decirle a Leo la verdad y declararme (algo que me costaría menos trabajo que lo primero). O, por otro lado, podría coger el sendero llano y estar todo el día mintiendo a dos personas cercanas a mí, algo que me resultaría mucho más fácil y pondría mi relación con Leo a diez mil kilómetros de llegar a ser algo romántico (lo que buscaba desde un principio). No tenía ni idea de qué camino escogería finalmente. Pero no tendría que esperar mucho para averiguarlo.

Entré en la oficina (en la que solo se encontraba la persona que más problemas me estaba creando en ese momento) con el objetivo de decirle a Victoria la verdad y negarme a ayudarla. Pero, como todos sabemos, no tuve las agallas suficientes para hacerlo.

-Cuéntame cómo fue con Leo. -dijo cuando se dio cuenta de que era yo la que había entrado.

-Pues fue bien... acepta salir contigo.

Me arrepentí nada más escuchar lo que había dicho, no supe en qué momento decidí que era buena idea soltar aquello como si nada, no podía haberme quedado con la boquita cerrada. Y sin darle muchas más vueltas, ya había escogido el camino; finalmente me decanté por el fácil, no tenía el suficiente coraje como para lanzarme al agua y escoger aquello que yo quería.

-¿¡En serio!? -preguntó sorprendida, algo que yo también estaba, no sería fácil convencer a Leo de algo así.

-...Sí. -No podía dejar de meter la pata, me empecé a molestar conmigo misma por la actitud que estaba teniendo.

Como no aguantaba más esa conversación, salí de la oficina con paso acelerado.

-¡Bianca, vuelve! ¡Tenemos que hablar sobre cómo organizar la cita! ¡Tiene que ser perfecta! -exclamó desde la puerta del despacho.

Hice caso omiso a las palabras de mi compañera y fui directa al baño que había al final del pasillo, notando cómo las lágrimas se empezaban a agolpar en mis ojos. No me había percatado, pero Anna (que acababa de llegar) me había visto salir de la sala y estaba siguiéndome a paso ligero para alcanzar mi altura.

-¿Qué pasa? -preguntó preocupada.

No le respondí, estaba demasiado ocupada caminando hacia mi objetivo. Cuando estuviéramos dentro se lo contaría todo, el pasillo no era buen sitio para hacerlo.

Entré y sujeté la puerta para que ella también pasara, cuando estuvimos dentro las dos (y revisé que no hubiera nadie allí) cerré la puerta y me apoyé en ella para que no pudiesen entrar a interrumpirnos. Bajé la cabeza y noté como unas finas lágrimas resbalaban por mis mejillas, no sabía en qué momento me había puesto a llorar, pero a cada segundo la cantidad de lágrimas aumentaba.

-¿Qué te pasa Bi? -mi amiga se acercó a mí y posó sus manos en mis mejillas para limpiar las lágrimas que seguían resbalando por mi rostro.

-No lo sé Ann, me he agobiado, no sé lo que estoy haciendo. Froté las manos para entrar en calor, ya que cuando estaba nerviosa las tenía congeladas, como en aquel momento.

Solo entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora