Capítulo 21

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Era una mañana de domingo cualquiera, lo único que (en principio) la diferenció de las demás, fue que escuché cómo llamaron a la puerta con tres golpes, aunque ese día no esperaba visita. Aún así, me dirigí a la puerta, podría ser algún vecino para comentarme la hora de la reunión mensual de este mes.

Me puse mi bata de satén encima del pijama y abrí la puerta. No era ningún vecino, y mucho menos un anuncio para la reunión. Era alguien mucho mejor, alguien que hizo que mi cuerpo reaccionara al instante y que quedara totalmente paralizada frente a él.

Leo estaba ahí, se había presentado en mi piso sin avisar. Pero noté algo distinto en su sonrisa, no lo hacía como las últimas veces que habíamos estado juntos, la sonrisa no era real, no le llegaba a los ojos. Me preocupé al instante, pero no lo demostré.

-Buenos días pequeña. -Tuvo que usar ese apodo de nuevo, y yo tuve que fingir que no provocaba ninguna reacción en mí.

-L-Leo. ¿Qué haces aquí?

-Eso tendría que preguntarte yo a ti, eres la que ha dicho de vernos.

Me quedé paralizada en la puerta, evitando que pasara dentro del piso. Había estado retocando la última pintura que había hecho y no me apetecía que la viera, eso me dejaría demasiado expuesta ante él. Así que le cerré la puerta en las narices sin decir nada más.

-¡Bianca! -exclamó desde fuera, se había quedado igual de sorprendido que yo con lo que acababa de hacer.

-¡Un momento!

Rápidamente recogí el cuadro y las pinturas y lo metí todo en la despensa. Cuando terminé de guardarlo todo me puse ropa más presentable (me empezaba a importar la imagen que Leo tenía de mí, una tontería) y me maquillé de manera sutil.

-Pasa. -dije abriendo la puerta lo suficiente como para que pudiera entrar al piso.

No sabía qué me estaba pasando, pero todo mi cuerpo empezó a sufrir una especie de parálisis, tuve que dejar la mente totalmente en blanco para poder cerrar la puerta y acompañarlo al salón.

Se sentó en el sofá y posicionó su tobillo encima de su rodilla. Supe desde ese momento que él también estaba nervioso. Se estaría preguntando qué era lo que quería; o incluso se estaría creando una situación imaginaria en la cabeza donde yo me declaraba y terminábamos liados entre las sábanas de mi cama, cosa que no debía ocurrir.

-Tengo todo el tiempo del mundo, pero tampoco me esperaba que me necesitases para estar en silencio. -Lo noté un poco a la defensiva, y lo entendí. La última vez que nos vimos, le hice daño, y me atribuía todo el mérito de aquello, por más culpable que me sintiera.

-Pues... tenemos un pequeño problema.

-¿Otro?

-¿Otro? -pregunté, sin comprender cuál era el otro problema.

-Sí, uno tiene que ver con esto -se señaló el corazón, en ese momento se me encogió el mío y noté cómo un nudo se me empezaba a formar en la garganta. Era demasiado doloroso tenerlo delante y no poder decirle la verdad-, y otro tiene que ver con... -me hizo una señal con la mano para que continuara. Tuve que carraspear para poder seguir hablando.

-... con Victoria.

-Y una mierda. -Me sorprendió que una palabrota saliera de forma tan casual por su boca, nunca lo había escuchado decir una.

-Se ha enterado de lo de nuestra relación falsa.

-Falsa. -pronunció esta palabra dolorido.

-Sí, falsa. -Y a mí me dolió profundamente repetirla, pero tenía que hacer creíble lo que le iba a contar-. Me ha pedido que os empareje y que te hable bien de ella, cosa que no haré en la vida. Pero debo prepararos una cena sorpresa en un restaurante, o algo así.

Solo entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora