No pude agradecerle a J por el desayuno, y no solo porque después de aquella llamada nos hayamos tenido que movilizar rápidamente para vestirnos y asearnos, sino que también porque me daba vergüenza. Yo no me caracterizaba por este tipo de actitudes, de hecho, podía llegar a ser bastante directo con las palabras. Pero había algo en J, en su forma de actuar conmigo, que simplemente me hacía sentir vergüenza.
Mientras J estaba buscando algo en su habitación, yo me dispuse a buscar la misma ropa con la que había llegado. Habían dos sillas puestas en el pequeño balcón del departamento, los rayos del sol golpeando directamente ambas prendas de ropa que me pertenecían. Cuando me dispuse a ir y buscarlas, la voz de mi guardaespaldas me hizo girar hacia atrás.
—Están húmedas todavía—ladeé la cabeza. En sus manos tenía otro conjunto de ropa oscura—. Llovió toda la noche... dejó de llover como media hora antes de que despertaras.
—Mierda—gruñí.
—Puedes usar esto—dejó la ropa sobre el sillón de tela negro—. Yo me voy a cambiar, y cuando termines nos vamos.
Dicho eso, J se fue por donde vino.
Antes no había podido ver el departamento con más detenimiento, pero ahora que me encontraba completamente solo, me daba cuenta de lo vacío y frío que se veía y sentía. Las paredes estaban completamente limpias, no habían ni cuadros, ni fotografías, ni espejos, ni ningún tipo de adorno que pudiera darme a entender qué tipo de persona realmente era, o siquiera si tenía familia y amigos fuera de su trabajo. El sillón era completamente negro, pulcro y sin ningún rasguño o mancha, ni siquiera se marcaba la silueta de un cuerpo que haya utilizado el mueble. La tele estaba justo en frente, apoyada sobre una mesita pequeña de madera oscura, y ni siquiera había una mesa baja entre ambas cosas. El polvo se acumulaba en la pantalla en una fina capa.
Agarré la ropa y me cambié rápidamente mientras seguía viendo el lugar. El balcón no tenía plantas, y solo había una escoba completamente mojada adornándolo. Las dos sillas en el exterior con la ropa colgada en vez de un tendedero me hizo fruncir el ceño. Desde donde estaba podía ver la cocina, la cual sí tenía una pequeña maseta con un bonsái casi diminuto apoyada sobre la barra que separaba la cocina y la sala principal. Caminé hacia allí con los pantalones negros holgados y esa remera gris que me quedaba mil talles más grandes. La planta parecía impropio del guardaespaldas, fuera de lugar entre tantas cosas blancas y negras.
La cocina se veía vacía, horrible. Me parecía extraño que la planta estuviera viva aún a pesar de que todo el resto parecía olvidado, casi deshabitado. Abrí la heladera por mera curiosidad, y me llevé la sorpresa de que se encontraba completamente vacía. Por un lado, tenía sentido. Mi guardaespaldas vivía en mi casa, por lo que no necesitaba nada de esto. Pero por otro lado, me parecía extraño que no haya ni siquiera rastro de que alguna vez hubo algo. O ni siquiera de que haya sido usada. Estaba completamente limpia, con el olor a nuevo desprendiéndose de cada estantería transparente.
Pronto, su armario repleto de ropa no tenía sentido, y mucho menos el baño preparado con potes de shampoo y jabones perfumados.
Fruncí el ceño.
—¿Qué haces? — la voz de J me sobresaltó.
Cerré la heladera sin delicadeza debido al susto, y me giré sobre mis talones para mirar al fortachón. Me miraba con un semblante sumamente serio, aunque podía notar cierta curiosidad en sus ojos. Tal vez cautela.
—Nada...—susurré, también cuidando mis palabras y acciones. Decidí cambiar de tema—. ¿No tienes algo que me quede más normal? Odio la ropa holgada.
—No.
Lo vi poner su lengua en su mejilla interna mientras me veía de arriba hacia abajo, y yo puse los ojos en blanco y bufé.
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El Guardaespaldas | kooktae
Hayran KurguUn país liderado bajo un gobierno corrupto se ve al borde del colapso cuando un grupo de rebeldes, conocidos como los Lazos Rojos, empiecen a causar revueltos por todas las ciudades y pueblos que estaban bajo el régimen de facto de Kwan. Debido a es...