Capítulo 12

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El autodescubrimiento es difícil. Primero somos uno, luego somos otro, y terminamos siendo lo que somos en el presente. Tenemos nuestros cambios, nuestra maduración, nuestros tiempos y aprendizajes. Buscamos nuestro verdadero yo, aquella persona que nos representará en el mundo real y nos llevará a descubrir el mundo y sus miles de cosas. Pero yo no tuve tal cosa. Viví mi vida encerrado en una mansión que detestaba, con gente a la que no conocía de rostro ni de nombre pero que siempre me seguían a todos lados y se suponía que estaban a mi disposición. Fui a una escuela especial, para nada como un niño de mi edad, y mis únicos amigos eran los hijos de los amigos de mi padre pero con los cuales no tenía buena relación.

Cuando cumplí mis trece años, mi padre había conocido a Kwan, ex Ministro de Seguridad de Corea del Sur. Y ahí, también, mi tortura había comenzado.

Había nacido en cuna de oro, por fortuna. Pero eso no solo significaban oportunidades y cosas buenas, sino que también significa soledad. Cuando Kwan tomó el país bajo su régimen, y optó por poner a sus amigos más cercanos como Ministros, la fortuna solo crecía cada día más. Yo en aquel entonces no entendía lo que el dinero y el poder significaban, y solo creía que era un derecho que nos merecíamos por ser la familia Kim, amigos del presidente y porque, simplemente, mi padre era el Ministro de Economía. Y debido al dinero y el poder de mi padre, optaron por que tuviera escuela en casa. Decían que era muy peligroso que saliera en ese entonces, aunque yo no entendía el porqué.

Ya con quince años me di cuenta que todo eso estaba mal, y que no quería formar parte de todo aquello que ellos eran. No quería ser Ministro, no quería ser cruel, no quería quitarle a los que menos tenían. Pero las pocas veces que vociferé mis pensamientos, fui reprendido de la peor forma. Nunca antes me habían golpeado, pero desde que empecé a hablar mi verdad los latigazos empezaron a ser parte de mí día a día, y algunos castigos psicológicos que hayan tenido ganas de utilizar en ese momento. Aunque para las cámaras, yo era el niño mimado de la Casa Azul, en verdad no era más que un muñeco de diversión.

Nunca antes había estado en frente a tantas cámaras, si nos íbamos a poner a hablar de eso, pero desde que cumplí los quince eso empezó a formar parte de mi vida. No me hacían entrevistas porque aún era muy joven para hablar, pero todos ellos –Kwan y los demás– sabían que si hablaba solo iba a causar problemas que ellos no querían tener.

Conocí a Jungkook dos años antes de todo el problema político que nos envuelve en el presente. Recuerdo que era un niño muy curioso, aunque tímido. Miraba todo con aquellos ojos enormes y redondos, esperando respuestas que nadie iba a darle. Al principio me había costado hablarle, y fueron nuestros padres quienes lo obligaron a hablarme a mí. No fue fácil al comienzo, pero con el tiempo se iba haciendo cada vez más sencillo. Jungkook era muy creativo e imaginativo, con una mente enorme y un talento envidiable. De hecho, fue gracias a él que me empecé a interesar en la pintura y en el arte.

Y también me di cuenta que a Jungkook le encanta hablar. Siempre estaba contándome cosas nuevas, sueños y aventuras, eventos a los que había asistido y hasta lo mínimo que había comido. Aunque yo era charlatán, y no me gustaba que la gente me interrumpiera, siempre dejé que Jungkook hiciera de las suyas.

A Jimin también lo conocí alrededor de esos años, pero no era alguien que me importara mucho en ese entonces. Solo era el hijo de un viejo amigo de mi padre, o algo así. Sabía que era gente de bajos recursos, y no me dejaban acercarme. Pero tampoco me interesé mucho. Estaba más preocupado en pasar mi soledad en compañía de mi único amigo.

Cuando Jungkook murió, o desapareció, ya ni entendía qué había sucedido, el señor Park asumió como Ministro de Seguridad. Para mí no fue raro, aunque sí sospechoso, pero no podía investigar o preguntar; era muy joven para entender cosas de adultos, me decían.

El Guardaespaldas | kooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora