Capítulo 7

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Un gemido se escapó desde lo más profundo de mi garganta, sin yo quererlo. El látigo quemó la piel de mi espalda desnuda por décima vez en la tarde, y ya ni el dolor de mis rodillas contra el suelo podía sentir verdaderamente. Había pasado tantas veces por este mismo castigo que uno pensará que ya no era capaz de sentir el ardor del cuero contra piel, pero la realidad era que jamás logré perfeccionar mis emociones para verme incapaz de sentirlas. El dolor era enorme, cegador, ardiente de una manera que me aterraba. Era horrible, y las manos que los perpetuaban eran aún peores.

Minsoo tenía agarrada la mandíbula de su hijo con fuerza para que mirara en mi dirección mientras le susurraba que el próximo sería él si se comportaba mal. Al principio había cerrado los ojos, pero luego de varios pellizcos en su piel se vio obligado a mirarme ser castigado con lágrimas cayendo por sus mejillas. El señor Kwan miraba la escena apoyado sobre el escritorio, con sus brazos cruzados y una sonrisa de oreja a oreja adornando su rostro. Y mi padre... él estaba detrás de mí, golpeando con un látigo de cuero negro mi espalda.

No sabía realmente dónde estaban J y June, pero estaba seguro de que estaban dentro de la habitación, viendo a mi padre humillarme una vez más.

La sangre caía por mi espalda hacia abajo hasta que caí sobre mis manos, quedando en cuatro sobre el piso. Sentí el líquido espeso caer hacia los costados, recorriendo mi cintura y dándome cosquilleos que me hacían sudar frío. Mis ojos estaban repletos de lágrimas, pero me veía incapaz de llorar y gimotear. Tenía que mantenerme serio, porque, según ellos, llorar era para niños. Y si lloraba, iban a ser más latigazos.

—Faltan cinco más, Taehyung—me recordó mi padre cuando caí al piso desplomado—. No seas débil.

Mi respiración me fallaba, y me sentía sumamente pesado. Pero hice mi mayor esfuerzo para arrodillarme, y volví a poner mis manos sobre mis muslos. Levanté la vista, y me encontré con los ojos rojos de Jimin.

El onceavo golpe logró derribarme nuevamente, hacerme gemir y retorcerme. La piel se abrió por sobre los otros rasguños de forma vertical.

—Por favor...—jadeé.

—Doce—me ignoró mi padre, volviendo a golpearme a pesar de que ya me encontraba completamente recostado sobre el piso.

Para el latigazo número trece, perdí la conciencia. Y solo sabía que habían terminado hasta el quince porque mi padre jamás dejaba trabajo sin terminar, y mis castigos estaban incluidos en eso.

Desperté, según un médico que estaba revisando nuevamente mis heridas, tres horas después. Aún seguía en la casa de Jimin, pero en una habitación en la cual nunca había estado antes. Probablemente una de servicio.

La puerta abrirse me hizo abrir los ojos. Me encontraba recostado boca abajo, con mi espalda libre y un ungüento desparramado desprolijamente sobre las heridas. No podía mover muy bien el cuello en esta posición, y mover mis pupilas fue una tortura. La presencia de J, en cambio, logró traerme una misteriosa calma; mis músculos se destensaron y mi corazón dejó de latir aterrado.

—¿Cómo te sientes?

No pude responder, y simplemente cerré los ojos para evitar llorar por alguna razón estúpida.

El colchón a mi lado se hundió ante el peso de mi guardaespaldas, y pronto sentí una mano acariciar las hebras de mi cabello con sutileza.

—¿Te molesta si te hago compañía?

Seguí sin responder, pero pareció ser suficiente para J como para seguir estando a mi lado y acariciando mi cabello con suavidad.

—Tu padre es un estúpido—carcajeé bajo, pero terminé jadeando por el dolor—. Perdón, no debería hacerte reír.

El Guardaespaldas | kooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora