20-La Mujer Dorada

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Se escucharon disparos lejanos, gritos, bombas, había humo y un viento feroz que hacía mi cabello volar. Era de día aunque el cielo estaba nublado, o quizás era el hecho de que las copas de los árboles no me dejaban ver con claridad el sol ni sus rayos. ¿Dónde estaba?

Las murallas detrás de mí estaban a media construcción, había personas trepadas sobre los bloques colocando nuevas hileras para hacer la muralla más alta. Pero no eran murallas como las que nos rodean, éstas parece que tienen otro propósito diferente al que nos dijeron desde pequeños. Estaban tratando de asentarse aquí sin siquiera haber conquistado a los habitantes primero. Los gritos y los disparos llamaron mi atención y corrí en esa dirección, cientos de militares estaban peleando contra personas comunes y corrientes...O al menos eso es lo que creía.

Vi que una chica, con tan solo un movimiento con su mano, hizo salir raíces de la profundidad de la tierra y aplastó a uno de los militares hasta que cada uno de sus huesos fuese inservible. ¿Cómo podía ser eso posible? Seguí corriendo entre la masacre, observaba como algunos lograban detener los disparos con la mente mientras que otros lanzaban fuego. Mi mente daba vueltas para cuando llegué al centro de la pelea y vi a la mujer resplandeciente que ha aparecido en todas mis visiones. Es la continuación de aquella visión que tuve, cuando la pelea recién comenzaba.

—¡No habrá paz hasta que no devuelvan a la hija del pecado!—gritó el general frente a ella—¡No habrá paz hasta que se alejen de los humanos!

—¡Entonces vivirás el resto de tus días en completa agonía, humano, gracias a tus prejuicios vivirás en desgracia!—gritó la mujer del otro lado—Has sido tú quién ha venido a invadir nuestra paz, no tendré piedad contigo.

En cuanto la vi supe que estaba dispuesta a asesinarlo, a pesar de su apariencia tan resplandeciente en su mirada solo se veía ira. Sus mechones dorados caían como cascadas hasta su espalda, llevaba una especie de vestido dorado que volaba con el viento y en su mano comenzaba a formarse una pequeña pero temible bola de fuego.

Caminé para acercarme más, sabía que no podía hacer nada más que observar pero un escalofrío me recorrió entera cuando noté que me miraba. Sonrió con alegría. Casi en seguida, cayó una bomba justo frente a ella pero el intento solo la hizo enfadar. Algo en su mirada no estaba bien, hace un instante podía ver lo decidida que estaba a ganarle y ahora parecía haber aceptado su destino. ¿Por qué? ¿Por qué no luchaba? Tenía todo para ganarle.

Ella estuvo a punto de hacer su último intento, desvió todas las balas que se dirigían a ella y estuvo tan cerca de llegar a él cuando se hizo a un lado con lentitud y dejó ver a dos de los suyos que se acercaban arrastrando algo. Era una persona, le arrojaron como si fuese una basura y la dejaron hincada mientras apuntaban con sus armas en su dirección.

—¡Hyeon!—gritó la mujer dorada.

—¡Cassie!—exclamó en un murmuro.

—Es tu última oportunidad para entregarme a la niña—chistó el general.

La chica dobló sus armas con la mente y los miró con furia. En ese momento todos los militares que estaban peleando se giraron en dirección de la mujer que estaba hincada en el suelo. La mujer dorada se quedó perpleja al ver que algunos de los suyos también volteaban, como si estuviesen bajo un control...

—¿Qué has hecho?—preguntó con cautela.

No parecía interesada en los militares, podría acabar con ellos pero su gente seguramente era igual de poderosa que ella.

—La niña—repitió.

—Nunca—dijo entre dientes.

Al ver que ella no cooperaba, el general hizo una seña con su mano y los cientos de disparos perforaron el cuerpo de aquella mujer antes de que la mujer dorada pudiese hacer algo antes. Yo solo podía ver y era una tortura no poder hacer nada para ayudar, estaba cansada de ser obligada a ver estos momentos tan trágicos de manera tan lívida.

Ella gritó con dolor, tan fuerte que sus cuerdas vocales se rasgaron de inmediato. A pesar de que pudo detener la mayoría de las balas, los ataques de su gente de inmediato destrozaron su cuerpo hasta que no quedaron más que trozos de lo que alguna vez fueron sus extremidades.

—¡Humano insensible!—gritó con todo el desdén que pudo.

La ira la había consumido, el color de su mirada había cambiado por completo y había tomado una tonalidad oscura. El aura dorada y celestial que la rodeaba de pronto desprendía un color sombrío, era la viva imagen de una persona que había perdido por completo la esperanza en la humanidad.

—¡Desde hoy, jamás podrás volver a verfelicidad, tu pueblo nunca conocerá lo que es el mundo, serán condenados avivir en una constante miseria!—exclamó—¡No habrá descanso, no habrá respiros,no habrá un solo segundo en el que no me dedique a hacer de sus vidas el peorde los infiernos!

Las murallas comenzaron a crecer, los constructores cayeron hasta el suelo sin piedad, las murallas crecieron tan alto que parecían imposibles de cruzar. Los árboles crecieron del suelo, inmensos, cubriendo el cielo entero por su altitud y abundancia, la tierra tembló con cada uno de estos sucesos. Hierbas con espinas tan enormes que podrían matarte de un pinchazo, animales que parecían tener rabia, todo eso y más se dispersó por todo el bosque.

Ella había comenzado a levitar, estaba tan ensimismada en lo que hacía que olvidó a la gran cantidad de personas que seguían aquí abajo. Una fuerza mayor arrastró a todos dentro de las murallas justo antes de que el último hueco fuese cerrado. Toda su gente que había sobrevivido a ser controlada comenzó a huir al otro lado del bosque y se perdieron entre la inmensidad de éste.

La mujer bajó y se hincó, con el corazón destrozado comenzó a llorar desconsoladamente. Con cada grito de dolor el color en el bosque comenzaba a desaparecer, las hierbas se marchitaban y todo comenzó a obtener un color grisáceo. El bosque lucía exactamente igual al bosque maldito.

—Oh, Cassie—se escuchó una voz detrás de ella—Si tan solo hubieses escapado como te dije.

No podía girarme, la persona que hablaba estaba borrosa ante mis ojos. Su silueta era lo único que podía percibir, era delgada y pequeña, quizá un tanto más pequeña que yo. De pronto, por la espalda, le encajó una espada y justo ahí donde acababa de morir aquella mujer ella misma se desplomó sin vida sobre sus restos.

La visión se fue desvaneciendo frente a mí y la persona que había asesinado a la mujer dorada se desvaneció primero. Abrí los ojos con esfuerzo y vi a Cameron y a los demás discutiendo sobre algo.

—¿Qué vamos a hacer ahora?—preguntó Jackson—La ciudad entera nos está buscando.

—No sé, no sé—Cameron parecía exhausto—Déjame pensar.

No pude mantenerme despierta por más tiempo. 

La Guerra Eterna© #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora