Sumeru.

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Lumine.

Cuando llegamos a Sumeru me estremezco un poco. La última vez que estuve aquí mi cerebro casi explota de la confusión y estuve a punto de estrellarme la cabeza contra la pared para comprobar si estaba despierta o mínimamente viva.
Nahida no lo dijo explícitamente, pero sé que está esperando que libere su nación. Puede que sea más recatada pero sigue siendo como todos los demás, deseando una sola cosa. El simple hecho de pensar en luchar o resolver enigmas hace que quiera desaparecer. Estas vagas vacaciones me relajaron de más y duele saber lo que me espera. Fuimos increíblemente afortunados con Paimon y Childe, no tuvimos que enfrentarnos a ningún ladrón de tesoros o monstruos molestos, ya que la mayor parte del viaje la pasamos sobre el mar y dormimos una que otra vez bajo un techo. Ni siquiera tuve que hacer encargos, el Heraldo exiliado nos pagaba comidas y suministros. Desearía tener esa suerte todos los días.
El aire tropical golpea mi rostro y me acalora el cuerpo, parece una burla. Si pudiera elegir cualquier lugar para estar ahora mismo sería en las playas de Nucifera, un mundo romántico en el que estuve hace mucho tiempo. A pesar de todo, me gustaría que Childe estuviera ahí también, sé que disfrutaría del paisaje.
Siempre nos llevábamos un aspecto del lugar al que viajábamos como recuerdo, desafortunadamente Aether era el encargado de guardar esas cosas. Me pregunto si todavía las tendrá. Fantaseo un poco con que lo veré en la cena y me animo a decir que lo mataré si las perdió.

Me estiro y bostezo, trato de afrontar estas responsabilidades como si no me importaran cuando en realidad me mantienen despierta una noche entera. Había olvidado que éramos fugitivas en Sumeru. El Fatui no será el único delincuente bromeo para mí, pero de hecho no me causa ninguna gracia.

—No tengo aliados en Sumeru y por el momento tengo la entrada prohibida. —confieso, como si eso me quitara un peso de encima. Sorprendentemente, lo hace.

—¿Por qué no la salteamos entonces?

—Todavía no terminé mi gran deber aquí. —el sarcasmo en mi voz es claro, no tengo ningún interés en ocultarlo. Él se ríe y yo rio con él, creo que puedo contarle la verdad. —Estos últimos días me he dado cuenta de que odio este mundo.

Pongo la capucha sobre mi cabeza y escondo a Paimon en mi pecho, comenzamos a caminar. No me importa si mis palabras lo hieren. Es confiado y egocéntrico, debe estar acostumbrado a oír cosas peores.

—Concordamos en eso.

No me sorprende, en realidad, me relaja. Oficializamos el nuevo estado de nuestra relación hace menos de una semana, y se siente increíble. Aprendí que no tengo muchas razones para desconfiar de él, sigo un poco enojada y de vez en cuando la culpa de no odiarlo me invade, pero lo mínimo que puedo hacer por mí en este mundo es elegir a quién quiero a mi lado. Liyue no hizo nada por mí, más que colgar unos pobres folletos, ¿a quién le importa si quiero ser amiga de la persona que casi los masacra? A muchas.
Pensar en los papeles con esos dibujos feos de Aether hace arder mis mejillas, espero que él no los vea nunca porque no podría con la humillación. Yo repartiendo folletos como si se tratara de un nuevo producto y él echándome a patadas de su vida.

Decidimos entrar a la ciudad cuando ya no hay ni un rastro de la estrella que reina el cielo por los días, ni siquiera personas. La exigencia de Sumeru con la perfección los obliga a todos a ir a dormir temprano y no podría estar más agradecida. Algunos mercenarios vigilan las calles, pero la mayoría descansa contra las casas. Qué incompetentes pienso. Hace unos meses yo también debía hacer guardia en las noches y no pegué ojo en ningún momento. Espero que cuando Nahida recupere su pueblo también haga un par de cambios entre la seguridad que en teoría tendría que protegerlos.
Pasamos por callejones abandonados, casas que no conocía. En el bazar tengo buenas relaciones e imagino que debe estar abierto, lugares como esos suelen usarse como mercado negro en la noche. Con mucho esfuerzo podría comprar un par de alimentos o suministros. Hago un té para Childe cada noche y ya me estoy quedando sin hierbas, en Sumeru deben tener sus propias medicinas.
Toma mi brazo y me esconde entre las sombras de un paredón. Intento mover su cuerpo para tener una mejor visión pero él niega repetidas veces, o eso creo, con esta oscuridad no logro descifrar muy bien.

Cristal || ChilumiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora