Jornada 15.

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Lumine

Childe flota boca arriba con los brazos y las piernas extendidas a los costados, como en forma de estrella. Sus ojos permanecen cerrados, descansan bajo el reflector plateado que alumbra sobre nosotros, bañándolo con una luz que resalta cada estructura de su rostro haciéndolo lucir tan frágil y peligroso a su vez. Su piel lechosa casi transparente parece escarchada, pero los afilados que son sus rasgos envían una descarga de advertencia por todo mi cuerpo. Incluso después de tanto tiempo y de tantos sentimientos confusos, una parte de mí sigue estando alerta cuando el lobo decide quitarse el disfraz de cordero. Sus músculos resaltan notoriamente y el aura a enfermedad ya no lo persigue, cualquier instinto que me acompañara en mi decisión de cuidar al herido ha desaparecido, y me ha dejado sola. Ahora puedo volver a verlo como el enemigo que es, o que solía ser, y mis sentimientos enredados son lo único que logran mantener esta relación a pie.

—¡Lumine, ten cuidado, el pescado va a quemarse! —Paimon chilla empujando con una mano para que reaccione. Saco el alimento de las brasas antes de que se prenda fuego, casi arruino nuestra cena.— Childe ha estado toda la tarde pescando, sería un desperdicio perder esos increíbles peces... son enormes... —suspira las últimas palabras mientras una gota de baba resbala por su mentón. Sonrío. Es difícil no quererla.

—Estas chorreando... —río mientras la limpio con un pañuelo. Ella reniega intentando alejarse, como una niña.— No seas asquerosa. —sentencio.

—¡Ah... Lumine...! —vuelve a quejarse, pero esta vez quieta en su lugar. La escena me conmueve un poco, me hace pensar. ¿Qué haré cuánto encuentre a mi hermano y tenga que irme?

Antes de que pueda responder esa pregunta, un cuerpo mojado me sorprende abrazándome por detrás. Casi grito del susto, pero me relajo cuando comienza a besarme en el cuello, justo debajo del mentón. Extiendo una mano a su cabello húmedo y pequeñas gotas de agua bajan por mi muñeca.

—Huele delicioso. —susurra contra mi piel. Él huele delicioso. Parece que ese perfume embriagador no se despega de su cuerpo, esta tatuado en cada centímetro de su piel. Lo inhalo profundamente, lo absorbo.

—Ya está casi listo, ve a secarte. —y aunque no quiera que se vaya, termino por echarlo.

Hemos acampado aquí por tres días, y la vida no podría ser mejor. Él a recuperado casi toda su fuerza, vuelve a ser el chico que yo conocí, y no sé si eso me gusta. Me tranquiliza que finalmente esté sano, pero me preocupa lo que podría hacer con su poder recuperado, ¿seguirá siendo un siervo de la Zarina? ¿Volvería a traicionarme? Es lo que no me animo a preguntar.
Después de todo, hasta la propia extensión de mi carne, mi hermano, lo ha hecho. Es una incertidumbre que revolotea en mi estómago como una avispa preparada para picar su filoso aguijón cuando menos me lo espere. Zumba dentro mío, me recuerda la realidad de las cosas.
Las mariposas han desaparecido.
Pero confío en él. Decido hacerlo. Quiero, necesito, creer en él. En la verdad de sus palabras, de sus besos, de la mentira escondida detrás del profundo de sus ojos.

Se desploma confiado a mi lado y el calor natural de su cuerpo se siente más familiar de lo que debería, así que recuesto la cabeza en su hombro y saboreo el estremecimiento en su piel al hacer eso. Con su fortaleza y todo, Childe sigue sintiendo algo tierno por mi. Aprovecho esa sensación con cada nervio de mi ser.

—¿Cuándo crees que deberíamos partir? —la pregunta es ácido en mi corazón bastante expuesto. No sé cuando deberíamos hacerlo, pero tampoco quiero. Todo se siente tan perfecto.

—Quizás mañana por la mañana —susurro. Le extiendo un pescado a Paimon y ella se abalanza contra la comida. También le acerco uno a Childe, su sonrisa de satisfacción al ver el resultado gastronómico me hace derretir.—.

Cristal || ChilumiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora