El viejo señor Krangel miró por la mirilla y no vio nada fuera de lo común. Había oído a dos hombres discutiendo, pero ahora no se veía a nadie. Incluso había oído un nombre: Belice. No sabía que hubiera un Belice en el rellano. En esos momentos, éste parecía desierto.
Ya había salido de casa una vez ese día. Había tenido que devolverle a su anónimo vecino el periódico, que habían dejado en su puerta por error. Los Krangel no estaban suscritos a ningún diario, pero la señora Krangel padecía demencia senil y lo había cogido sin darse cuenta.
Algo molesto por haber visto interrumpida la paz de la mañana del domingo por una kemfn en el rellano, el señor Krangel abrió la puerta y asomó su anciana cabeza. A unos quince metros de distancia vio a un hombre apoyado en la puerta del ascensor. Le temblaban los hombros.
Aunque se encontraban muy incómodo ante el patético espectáculo, fue incapaz de apartar la vista.
No lo reconoció y no le pareció que fuera el mejor momento para presentarse. Sin duda, un adulto que salía al rellano descalzo y medio desnudo para hacer... lo que fuera que estuviera haciendo, no era alguien a quien deseara conocer. Los hombres de su generación no lloraban nunca. Claro que tampoco se quitaban los calcetines para salir de casa. A menos que fueran... raros. O vivieran en California.
El señor Krangel se metió en casa, cerró la puerta con llave y telefoneó al conserje para avisarle de que en el rellano había un hombre descalzo que acababa de tener una kemfn a gritos con un hombre llamado Belice.
Tardó cinco minutos en explicarle qué era una kemfn. Luego se quejó de eso durante un buen rato, culpando al sistema educativo de Toronto y a sus materias basadas en la cultura cristiana.
[ * * * ]
Estaban casi a finales de octubre y el tiempo en Toronto era frío. YoonGi no llevaba jersey debajo del abrigo y caminar hasta su casa no fue una experiencia agradable. Mientras lo hacía, se rodeó el pecho con los brazos, secándose las lágrimas de vez en cuando. Eran lágrimas de enfado y resignación.
La gente que se cruzaba con él le dirigía miradas compasivas. Muchos canadienses eran así. Compasivos pero educadamente distantes. YoonGi les agradeció su sentimiento y todavía más que no se detuvieran a preguntarle qué le pasaba. Su historia era demasiado larga y complicada para explicarla en un momento.
Él nunca se preguntaba por qué le pasaban cosas malas a la gente buena, porque ya sabía la respuesta: a todo el mundo le pasan cosas malas. No consideraba que eso sirviera de excusa para hacerle daño a otro, pero si había una experiencia que todos los seres humanos compartían era la del sufrimiento. Nadie se iba de este mundo sin haber derramado alguna lágrima, sin haber sentido dolor o haberse sumido en un pozo de tristeza. ¿Por qué debería ser distinta su vida? ¿Por qué debería esperar un trato de favor? Hasta la madre Teresa había sufrido, y eso que era una santa.
No se arrepentía de haber cuidado de El Profesor mientras estaba borracho, por mucho que su buena acción hubiera sido recompensada con un castigo en vez de con un premio. Si uno creía que la amabilidad nunca se perdía, tenía que actuar en consecuencia, incluso cuando le echaban su amabilidad en cara.
De lo que se avergonzaba era de haber sido tan idiota, tan estúpido, tan ingenuo de creer que él lo seguiría recordando después de la borrachera y que las cosas entre ellos volverían a ser como antes (aunque en realidad nunca habían sido de ninguna manera). Sabía que se había dejado llevar por su fantasía y que se había inventado un cuento de hadas sin tener en cuenta el mundo real y al Jungkook real.
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THE DIVINE HELL [KookGi] +18
FanfictionEl enigmático y encantador profesor de maestría Jeon Jungkook, un célebre experto en Dante, del clásico título La Divina Comedia de Dante Alighieri, es un hombre atormentado por su pasado y orgulloso del prestigio que ha conseguido, aunque también e...