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Ella



Odiaba pensar en lo mierda que era la vida.

Mi mente se concentraba en todos los motivos que tenia para odiar mi existencia y me quedaba atrapada en una especie de huracán. Daba vueltas y vueltas. Sin parar. Me mareaba, me daban ganas de vomitar, gritaba, me pellizcaba, me abofeteaba. Nada surtía efecto. Las vueltas solo aumentaban y aumentaban. Más fuertes, más rápidas, más destructivas. Usualmente encontraba la forma de llegar al ojo de ese huracán, me regocijaba en la calma, mis palpitos se controlaban, al igual que mis respiraciones, y luego de un tiempo olvidaba la tormenta que me asediaba. Hasta que las lluvias, el viento arrasador, me atrapaban nuevamente.

Como ahora.

Quizás porque tenía la vista nublada por las lágrimas. Quizás porque mi respiración era errática y no llegaba el oxígeno suficiente a mi cerebro. Tal era más simple que eso. Era una idiota, y a los idiotas se les dificulta la más la vida.

Me restregué los ojos para intentar apartar las lágrimas que hacían que la luz de las farolas que iluminaban en medio de la oscuridad se difuminara acentuando mi dolor de cabeza. Me tropecé con mis propios pies, por suerte aún era lo bastante espabilada para que mis manos tocaran el suelo antes que mi boca.

—Lindas bragas preciosa —Me soltó uno mas idiota que yo que se emborrachaba solo sentado en una banca.

Un líquido amargo llegó hasta mi garganta y escupí en el sitio entre mis dos manos. Era amarillo. Era lo que solías devolver cuando no había nada más en tu estómago, y yo no consumía nada desde hace...horas. Había sido todo tan agobiante que perdí el apetito y todavía no lo recuperaba. Pero a mi organismo no parecía importarle. Observé mis manos por un momento. Estaban manchadas de negro y brillo color verde, mi maquillaje. De seguro lo había distribuido de forma horrorosa por todo mi rostro en los últimos minutos.

No me importaba. Me sentía mas horrorosa por dentro.

Recordé que aún estaba en el suelo enseñando las bragas sin intención y me puse de pie antes de que algún asqueroso se creyera con el derecho de tocarme excusándose con que yo "lo había provocado". Por ese pensamiento tuve deseos de lanzarle los zapatos de tacón verdes al borracho que me seguía observando con lujuria desde la banca.

Tenía unas ganas intensas de quitarme el vestido y lanzarlo a la basura. De quitarme la piel y quemarla. De dejar de ser...yo.

De nuevo las lágrimas bloquearon mi visión. Me sentía tan decepcionada, tan cansada. ¿Cómo se me ocurrió que esto era buena idea?

Me desvié por un sendero hasta la playa mientras la gente que pasaba por mi lado me miraba y murmuraba cosas. Quería decirles que no era su problema, que no tenían ni puta idea de mi vida, pero me callé y seguí avanzando. La arena se coló entre mis dedos. Dejé caer mis zapatos en algún punto hasta la orilla del mar. Estaba oscuro, daba miedo, pero ya estaba yo tenía tanto miedo acumulado que no importó.

El agua estaba helada. El vello de las regiones de mi piel que no habían hecho contacto con el agua se puso de punta. Cuando estuve cubierta hasta la cintura extendí mis manos y me dejé caer hacia atrás. El líquido salado humedeció mi cabello, mis orejas, mis labios, y me encontré sumergida por completo en el mar.

Se estaba bien ahí. No quería salir. Pero debía. Como me gustaría ser un poco egoísta de vez en cuando.

Salí cuando mis pulmones estaban pidiendo oxígeno a gritos y la frialdad nocturna caló mis huesos. Enjuagué mi rostro para retirar un poco del desastre que había causado con mi maquillaje.

Huracán [✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora