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Ella





—Y al examen van todos los temas. Todos —aclaró el profesor hablado de forma pausada para que quedase bien claro —. Ya hemos terminado.

Se nos venía encima una avalancha de examines y eso significaba menos horas de sueño porque era el único momento de mi vida del que podía quitar horas sin que afectara otra cosa que no fuese mi salud. Que no es que estuviese bien. Pero prefería que me afectara a mi antes de que alguien a mi alrededor. Como mi madre.

Esta semana había sido peor que la anterior. Últimamente era así. Por eso nunca hay que preguntarse si las cosas pueden empeorar, porque créeme, sí que pueden. Entre la escuela que me agotaba mentalmente, y el trabajo que exigía el máximo de mi capacidad física estaba al borde del colapso. Los dolores de cabeza eran cada vez peores, mi sistema digestivo estaba atravesando una fase en la que no le agradaba nada de lo que ingería y conciliar el sueño era bastante difícil, lo que era raro teniendo en cuenta que en serio necesitaba descansar. Pero lo peor sin duda era ver a mi madre y fingir que todo estaba bien, sonando convincente, y sin desmoronarme delante de ella.

En esa semana fuimos a una consulta debido a los resultados que había obtenido en los exámenes médicos aquel día en urgencias. Nos atendió la oncóloga de siempre, hizo algunas preguntas, revisó las actualizaciones del historial médico, indicó otras pruebas para saber con exactitud la gravedad del asunto. En todo momento supe que no serían buenas noticias. No tuve que escucharlo de su boca. Pero mientras lo escuchaba seguía sin aceptarlo.

—No es una buena señal. Significa que el tratamiento no está funcionando como debería y...

—¿No pueden hacer algo más? No importa el dinero. Lo que sea, por favor —pregunté con urgencia sintiendo que el nudo en mi garganta se apretaba.

—El transplante de médula ósea es una opción, en el que remplazaríamos las células madre defectuosas de la médula ósea —comentó —. Pero hay que hacer pruebas, y existe la posibilidad de que no sea satisfactorio. Esto puede traer consigo trastornos estomacales, problemas en órganos vitales. En personas mayores de 20 años la probabilidad de éxito al tratar con la leucemia es mucho menor. Les dije al darles el diagnóstico. Se deben valorar con cuidado los procedimientos a seguir.

—Por supuesto, pero haremos lo que usted nos indique. Lo que sea —dije con firmeza.

Ella nos explicó lo que implicaba cada cosa, el camino a seguir. Siempre dejando claro que había una posibilidad de fracaso debido a la edad de mi madre y el avance de la enfermedad.

Al finalizar, cuando estaba por decirle que comenzaríamos de inmediato con todo el nuevo proceso mi madre ubicó su mano sobre la mía. Volteé a mirarla. En sus ojos cansados había un ruego.

—Nos permite un segundo... para hablarlo, doctora —Le pidió a la oncóloga.

—Por supuesto. Saldré yo para que no tenga que moverse de lugar.

Cuando la doctora nos dejó a solas cerrando la puerta de la consulta detrás suyo mi madre apretó su agarré sobre mi mano.

—Hija... —llamó mi atención en voz baja y pensé en cuando fue la última vez en la que percibí vitalidad en su voz. Se apagaba. Ella se estaba apagando —. Quiero parar.

Abrí y cerré mi boca varias veces mirándola.

—¿Qué? —Solté en un susurro a penas audible. Sí que imaginé lo que quería decir pero no daba crédito a lo que escuchaba.

—Quiero que acabe —repitió y sentí que me lo rogaba. En ese momento supe que no solo el amor romántico podía romper un corazón —. Quiero que acaben los mareos, los vómitos, la debilidad, el cansancio, y todo eso. O al menos que disminuyan. Lo he estado hablando con Dana y...

Huracán [✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora