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Ella



Desde que descubrimos la enfermedad de mi madre he probado con todo tipo de empleos, pero el dinero nunca alcanza. Hemos hecho recortes de todo tipo en nuestros gastos. Mi hermana dejó la universidad, un duro golpe para mi madre que soñaba con vernos a ambas graduadas. Incluso empeoró su salud cuando supo. Sentía que nos había fallado, que por su causa nuestra vida se arruinó. Esa situación despejó de mi mente la idea de abandonar la universidad también. Tenía que hacer lo imposible por mantenerme siendo matrícula. Pero entonces debíamos esforzarnos el doble. Gastos médicos, cubrir la cuota universitaria que no cubría la beca, alimentación, alquiler.

No existía trabajo que mantuviese intacta mi dignidad, mi honor, con el sueldo que necesitaba. Y esa era exactamente la respuesta. La dignidad y mi honor no cubrían los gastos al fin y al cabo.

Recordé una amiga de la universidad, varios años mayor que yo, que me contó sobre como obtuvo el dinero para la universidad trabajando cinco horas en la noche como camarera. Luego de que llegamos del hospital no tuve tiempo para más que una ducha y desayunar algo antes de ir a clases. Busqué a la chica en su facultad y le pregunté cual era el nombre del bar o la cafetería. Ella me miró con una ceja alzada antes de soltar una carcajada.

—Chica ¿Tú eres inocente o tonta como el culo? —preguntó.

Más tarde me explicó que "camarera" quería decir "chica que cobra por dar placer". Miedo. Eso fue lo que sentí. Le agradecí el dato cuando apuntó en un papel la dirección del local y me dio algo de información sobre el ambiente. Pero estaba acojonada.

Cuando llegué a casa de Avy estaba en modo automático. Respondí las preguntas que me hizo y me metí bajo la ducha con el agua helada calándome los huesos. Imaginando a hombres tocarme por doquier, decirme cosas al oído. Me sentí mareada, sucia. Fui a merendar con mi madre y despejé la mente durante la tarde. Hasta que ya no pude más y me fui a la cama sin cenar siquiera.

Al otro día no me podía concentrar en la universidad. La idea daba vueltas y vueltas en mi cabeza.

La necesidad le ganó al pudor y antes de incorporarme a mi turno de verdadera camarera esa tarde pasé por el bar.

Al llegar al local vi a chicas repasando rutinas de baile utilizando un cilindro de metal que iba del suelo al techo. Algo dentro de mí se iluminó. Siempre se me había dado muy bien bailar. Cuando pequeña un amigo de mi madre músico, o eso decía él, me escuchó cantar y me dijo: Cantas fatal pero tienes un oído muy bueno. Ni siquiera se lo que quiso decir exactamente al día de hoy, pero lo interpreto como que tengo una buena relación con el ritmo.

Cuando tuve la oportunidad y el valor me acerqué a una chica con timidez.

—¿Se puede solo... bailar? Ya sabes. No hacer nada más.

Ella me observó como si estuviese loca y casi podía escuchar lo que pensaba.

"¿A qué vine aquí alguien que no está dispuesta a todo?"

—Si eres lo bastante buena —se encogió de hombros —. A ella le gusta crear expectativas con las nuevas. Hacer que los cerdos podridos en dinero que vienen dejen volar la imaginación y deseen tanto tenerte que paguen como si estuviesen comprando un producto de lujo edición limitada.

Eso eran aquí, productos.

Productos.

Me repetí mentalmente.

Eso eran... Eso sería yo.

Una mujer terriblemente alta con un leotardo con estampado de cebra y un abrigo grueso de color rosa sobre sus hombros apareció junto a nosotras. Llevaba el cabello corto y ondeado, y los labios carnosos pintados de rojo. Un montón de cadenas doradas cubrían su cuello y me pregunté si no le era un poco incómodo aquello. Feo era. Ella era grotesca. Imponía de una forma tenebrosa.

Huracán [✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora