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Ella







Me encogí en el asiento. La cabeza me daba vueltas, parpadeaba pero no podía enfocar con éxito nada en específico. Sentía como si alguien hubiese colado sus manos en el interior de mi tórax y agarrara con manía mis pulmones, los comprimiera y me dejaran respirando con dificultad. Sequé el sudor de mis manos en mis muslos desnudos que comenzaban a enfriarse por el aire acondicionado del coche. Me parecía que estaba en pleno invierno. Miré de reojo al chico que conducía con la vista fija en la carretera y el semblante serio. Muy serio.

Yo tampoco tenía ganas de reír. Menos aún al ser consiente de que él tenía razón y pudo matarme por haberme atravesado en su camino de esa forma. Agradecía que hubiese reaccionado tan rápido, pero no le dije porque me pareció que mis agradecimientos le importaban poco.

Unos minutos después nos encontrábamos en una carretera de vuelta a la ciudad. Nos habíamos alejado lo suficiente de todo el jaleo como para no ver otros autos o personas cerca, ni escuchar los ruidos de sirena. Nos encontrábamos fuera de peligro. Los niveles de adrenalina en mi sistema comenzaban a descender y todo lo que me pareció de poca importancia comenzó a golpearme sin compasión.

Estaba en el auto de un desconocido. Porque aunque nos conocíamos de antes seguíamos siendo dos desconocidos. Había una chica pelirroja en el asiento trasero que tenía sus ojos fijos en mi nuca. Siempre que volteaba a verla sin pensarlo me estaba observando. No llevaba blusa, mis ojos se clavaron en su torso casi desnudo en tanto comprendía lo que había interrumpido la policía al llegar. Ella se colocó la blusa resoplando molesta.

Y... Avery.

Me doblé para bajar el cierre de mis botas altas y sacar mi teléfono. Lo había guardado ahí porque no llevaba bolso. Y porque me pareció más seguro. No era el mejor teléfono del mundo, pero era lo que tenia y lo necesitaba. Marqué el numero de Avery y a los tres tonos contestó.

—¿¡Donde coño estás!?

—Lo siento. Lo siento mucho, en serio —no fui consiente del desgaste emocional que me había provocado ese mal rato hasta que bajaron los niveles de adrenalina y el agotamiento regresó —. Perdóname, Avy.

—Dime donde estás, vamos a buscarte.

—Yo... —miré de reojo al chico. Él también me miraba. Con semejante escena quien no. Seguro pensaba que estaba desquiciada. Volteó la cara y yo hice lo mismo, pasándome una mano por las mejillas para secar mis lagrimas.

—¿Phoebe?

—Yo... No sabía que hacer. Todo pasó de repente y no podía dejar que me atraparan. Lo sabes —tragué y volví a mirar de reojo al chico. No me prestaba atención —.Me subí al carro de un extraño, y aquí estoy.

—¿¡Que!? Phoebe, puede ser alguien peligroso.

—No parece —dije. Aunque si que me daba un poco de miedo. Las personas poderosas daban miedo a la gente como yo. La diversión de ellos podía ser algo horrible para alguien en mi posición —. No te preocupes. Bajaré pronto.

—Bájate y llámame. Rayo y yo iremos por ti.

Las ruedas del auto chirriaron cuando el castaño dio un volantazo y detuvo el auto. Me entró el pánico al pensar que había escuchado mi conversación y me pediría que bajara aquí. O algo peor. Colgué la llama para prestar atención al momento. Debía estar alerta para correr si era necesario. Hubo un silencio tenso en el interior del auto antes de que las palabras brotaran de la boca de la chica.

—¿Me vas a dejar primero a mí?

—Melodie, escenas ahora no. Por favor.

—Pero...

—No voy a regresar a tu condominio luego solo porque crees que me voy a coger a esta chica cuando doble le esquina.

Abrí mucho los ojos y hablé sin analizar las consecuencias:

—Vete tranquila. Eso no pasará —Ambos me miraron fijamente y deseé cortarme la lengua por tonta.

Él, para mi sorpresa, rió y ella negó con la cabeza antes de bajar del auto y cerrar con un portazo.

—Con que eso no pasará —repitió en voz baja poniendo en marcha el auto una vez más. Suspiró de manera dramática —. Auch.

Hizo una mueca. Y luego no dijo nada más.

En más de tres ocasiones estuve a punto de decirle que me dejara en el sitio por el que íbamos, pero no tenía idea de donde estábamos. Creo que era el otro lado de la ciudad.

—¿Vienes a mi casa a dormir? —Abrí mucho los ojos y volteé a mirarlo.

¿Me estaba proponiendo acostarme con él?

—¿Qué? —mascullé y el señorcito rió negando con la cabeza.

—Es que aún no me dices donde vives.

Se me ocurrió algo.

—Puedes dejarme cerca de Lloyd Resort & Spa al sur. Junto a la playa —Tenía que saber de que hablaba, ahí lo había encontrado.

El volteó a mirarme con el entrecejo fruncido y me repasó de arriba abajo como si recién se diera cuenta de que era una extraña que se había subido de la nada a su auto. Devolvió su vista a la vía. Los silencios incómodos no le agradaban a nadie. Pero hablarle a alguien que parecía con nulas ganas de hablar era peor. Por lo que me mantuve callada.

—¿Te subes a autos de extraños a menudo?

No sé por qué me pareció percibir algo de veneno y amargura en su pregunta. No nos conocíamos, pero me cuestionó aquello como si tuviese algo contra mí.

—No —Contesté secamente.

—Yo te ayudo a escapar de la policía, te llevo a donde pides y tú ni siquiera das una respuesta decente ¿Por qué la gente es tan descarada?

Algo similar había dicho aquella noche.

<<—Yo intento que no te ahogues y tu me robas ¿Por qué todo el mundo se enfoca en hacerme mierda?>>

Pensé que no debía ser fácil vivir pensando que el mundo está en tu contra. Es como luchar con el huracán. Tal vez ese es su propio huracán.

—Voy a ignorar que me acabas de llamar descarada.

—Me da igual.

Por la forma en que lo dijo y exhaló con resignación supe que si le daba completamente igual.

—Listo. Lloyd Resort & Spa —Detuvo el auto.

—Gracias —dije y procedí a bajarme sin una respuesta. Él tenia la vista clavada en algo en la playa. El puesto donde lo había dejado tirado aquella noche.

¿Estaría recordando a la chica que conoció o solo era casualidad que sus ojos se posaran en esa dirección?

No parecía reconocerme —Tienes peluca negra—, recordé. Quizás era mejor así. Quizás no, era mejor así. Al fin y al cabo me llevé su dinero... y le besé.

A penas cerré la puerta el auto salió disparado desapareciendo de mi vista en minutos. Marqué el numero de Avy y le conté donde me encontraba.

La noche estaba fresca. No había un frío terrible, pero considerando lo que llevaba puesto la única parte de mi anatomía que no estaba helada eran mis pantorrillas gracias al grueso material de las botas. Comenzaba a impacientarme cuando un auto de color rojo con una pegatina amarilla en forma de rayo y un 95 en su lateral. Me acerqué porque era demasiado evidente para pensármelo ¿Cuántos coches parecidos al Rayo McQueen podían haber en la ciudad?

Cuando estuve a unos metros sonó el claxon y el cristal de la ventana del conductor descendió dejando ver a un sonriente Rayo.

—Su taxi, señorita —Era innegablemente simpático.

Avy salió corriendo por el lado del copiloto y me abrazó.

—Me preocupé mucho —Sentí mis ojos arder. Estaba tan aliviada de verla que tenía ganas de echarme a llorar.

—Yo... en serio necesito estar tu departamento ya.

Quería decirle que había tenido mucho miedo, que también me preocupé mucho. Pero eso era tentar a mis ganas de llorar. Entonces solo me callé y subí al asiento trasero del auto. Lo único que escuchamos durante todo el camino fue a Rayo tarareando canciones de las que solo sabía los estribillos. Estaba relajado, como si lo que había pasado esta noche fuese su día a día. Era posible que así fuese.

Cuando estuvimos frente al edificio de Avy nos despedimos de Rayo y bajamos. Yo fui la primera en hacerlo. Me urgía que esa noche acabara, pero parecía que no lo haría nunca. Cuando atravesé la fachada vi la silueta de una persona fumándose un cigarrillo mientras se movía de un lado al otro. La reconocí de inmediato, y ella también a mi porque lanzó el cigarrillo al suelo, lo aplastó con un pie y caminó hacia mi.

Me dio un repaso de cabeza a pies extrañada, pero no opinó nada sobre mi aspecto. Tampoco preguntó de donde venía. En nuestras vidas ese tipo de cosas ya no eran importantes.

—Mamá no se siente bien —dijo despeinando su cabello con frustración —. Ha comido mucho menos de lo normal he insiste que se siente repleta, y la verdad es que le veo el abdomen hinchado. Creo. No tengo puta idea. Me estoy volviendo loca.

—Tranquila —le di un abrazo. Dana siempre parecía quebrarse, pero cuando era necesario de verdad ella era quien tomaba el control mientras yo era un desastre sensible   —. Vayamos al hospital. Conseguí algo de dinero.

Como si estuviésemos contra el reloj Dana y yo nos pusimos en marcha. Yo subí por un abrigo para cubrir el vestido que llevaba y para quitarme el maquillaje y la peluca. Quería que se notara lo menos posible que estuve fuera de casa hasta estas horas para que mamá no se preocupara. Le pedí a Avy el dinero que Rayo le había dado para mi y con el tomamos un taxi hasta el hospital. En urgencias había bastante más personas de las que esperaba, pero por la situación de mi madre nos atendieron de forma diferenciada.

—¿Qué tipo de cáncer presenta? —cuestionó el medico examinando el abdomen de mi madre.

Se me hizo un nudo en la garganta. La mención de esa palabra era como un golpe directo en mi rostro.

—Leucemia —Respondió mi madre.

—Entonces, ha comido muy poco y siente como si hubiese comido un montón. Su abdomen parece inflamado —presionó el lado izquierdo de su abdomen bajo —. ¿Siente algún dolor intenso?

—Algo leve. Duelen más las articulaciones.

—Tengo una sospecha de que puede ser. Pero no soy oncólogo, y debido a su condición creo que es necesario hacerle determinados exámenes de inmediato. Si están de acuerdo pediré que la trasladen.

Aceptamos y el doctor se dispuso a alejarse para llevar a cabo su cometido. Yo lo seguí incapaz de comentarle mi duda delante de mi madre.

—Lo acompañaré por si necesita una firma o algo —mentí antes de seguirlo —. Doctor ¡Doctor!

Él se detuvo y me dedicó toda su atención.

—¿Usted cree... Es algo malo? —exhalé frustrada —. Algo peor.

—Por ahora es solo una sospecha, pero por el cuadro que presenta no le puedo mentir —ya sentía como las lagrimas llenaban mis ojos —. Creo que se ha extendido al hígado. Es lo más posible.

Le agradecí por la información aunque haya sido lo más desagradable que había escuchado en mi vida luego del primer diagnostico. Tomé asiento en una banca junto a otras personas que esperaban ser atendidas y no pude evitar echarme a llorar. Me sentía tan cansada, tan agotada, tan quebrada, pero lo peor es que me sentía insuficiente. Como si todo esto estuviese sucediendo porque no me estaba esforzando por cambiarlo. Quizás si tuviese más dinero encontraría una tratamiento costoso que fue la solución.

Tenía que conseguir más dinero. De cualquier forma. Mi madre lo necesitaba.

Cuando volví a estar en el ojo del huracán, y la tormenta se detuvo, volví con mi madre y mi hermana. Como si el peso del mundo no me hubiese aplastado segundos antes.

Los resultados llegaron. Fueron positivos, el cáncer se había extendido.

La tormenta volvía a alcanzarme.

Huracán [✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora