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Ella



Acepté ir a desayunar con él, sin embargo, cuando nos vi sumergidos en un silencio tortuoso me arrepentí. Él me había pedido que lo acompañara, pero ahora me parecía que lo hacía como un deber y no como algo que de verdad él quería hacer. Como si estuviese intentando compensar lo de la playa, lo de la noche pasada, o no sé.

— ¿Puedo prender la radio? —pregunté.

—Claro —dijo atropelladamente, de la forma en que lo haces cuando estabas esperando que alguien te hablara pero igual te toma por sorpresa.

Yo no me había dado cuenta que acariciaba distraídamente la zona de mi muslo con la que su mano había hecho contacto hasta que noté que él desviaba su atención allí. Repetidas veces. De inmediato retiré mi mano y me crucé de brazos.

Él extendió su brazo hacia el radio y disminuyó el volumen. Se aclaró la garganta.

—Si... Si yo te he... —resopló molesto por no encontrar las palabras para lo que quería decir —. Que no quiero complicar tu vida. No quiero ser alguien que te quite el sueño, o te haga sentir mal... Ni a ti ni a nadie.

—Vamos, que no quieres remordimientos de conciencia. Entiendo.

—No. Lo que no quiero es ser un peso en la conciencia de nadie. Menos aún en la tuya sabiendo que tienes mucho...

—Dime que lo que acabo escuchar no es lástima en tu voz —lo miré con una ceja enarcada —. ¿Qué digo? Claro que lo es.

—No es...

— ¿Por eso haces esto? Porque me tienes lástima por ser una chica con una vida de mierda, con una madre enferma —espeté y cada palabra me dejó un regusto amargo.

—No —fue tan contundente que me sobresalté —. No, joder.

— ¿Entonces por qué?

—No lo sé. No tengo la menor maldita idea —golpeó el volante con frustración —. Pero nunca ha sido lástima. Primero fue... comprensión. No eres la única que vive una pesadilla día a día. Luego rabia, mucha rabia porque... me siento tan enojado todo el tiempo y verte en el club me recordó... cosas. Y ahora, ahora no tengo la menor idea de por qué estás en mi coche si ya nos acostamos.

Detuvo el coche. Yo estaba tan consternada, tan sumida en lo que él decía, en todo lo que me hacía sentir que no noté que el GPS notificaba que habíamos llegado a nuestro destino.

—Es que... contigo las cosas parecen tan complicadas y yo... yo solo conozco una forma de afrontar eso. Lo que llevo haciendo cinco años. Evitarlo —Se desplomó en el asiento mirando hacia delante.

La verdad a mí no se me ocurría nada que decir. Que él no supiera lidiar con sus sentimientos era algo que podía adivinar. Sin embargo, procesar todo lo que él sentía, todo lo que me había dicho no era sencillo. Los sentimientos eran algo complejo, como encontrar un hilo y comenzar a tirar de él. Cada vez se hace más y más largo.

— ¿Te parece si comemos algo? Creo que lo necesitamos —opiné.

Charles se limitó a asentir y a seguirme cuando bajamos del auto.

Estábamos en el centro comercial. Podíamos ir a varios sitios, pero tuvimos que caminar un poco antes de encontrar uno que no estuviese tan concurrido. Una vez dentro supe a que se debía esto, y es que los precios era altísimos. Un robo a mano armada. Al parecer fui muy transparente con lo que pensaba porque Charles me dijo:

—Yo te invité.

De cualquier forma pedí algo simple porque no me sentía bien con ello. El castaño, por su parte, pidió todo doble e ignoró mi mirada de "¿te vas a comer todo eso?". Mientras esperábamos por la comida conversamos sobre cosas como en qué consistía mi carrera universitaria, Ciencias Ambientales, su afición por los coches, el corredor de la F1 al que era fan.

Huracán [✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora