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Ella



Era raro que algo que no era una agresión física hiciera que mi cuerpo doliera. Sentía que me habían dado una fuerte paliza, que habían roto cada uno de mis huesos, lesionado mis órganos vitales de forma grave. Nunca estuve en ese estado realmente, sin embargo, estaba casi segura de que esto se sentía peor. Mi cabeza dolía como el infierno, no podía abrir los ojos del todo de tan inflamados que estaban mis parpados y mi boca pastosa me hacía difícil hablar. Tampoco es que quisiera hacerlo. No quería hablar, ni hacer nada.

No había parado un segundo de llorar desde que me dieron la noticia. No supe como pasó exactamente y tampoco me importaba la información. No me importaba nada. Dana, como siempre, se había hecho responsable porque yo no era capaz de decir una frase completa. Aun no asimilaba que mi madre nos había dejado. Para siempre.

Para siempre. Era como un eco en mi interior que no se detenía. Entonces te das cuenta que le tienes miedo a la muerte, pero no a la tuya, si no la de quienes amas

Cuando llegamos al cementerio y miré el ataúd, luego el hoyo donde lo dejarían. Fue como una bofetada que me hizo reaccionar, que me hizo pensar en lo que vendría a continuación. Por primera vez fui realmente consiente de lo que estaba sucediendo. Sin parar de llorar empecé a gritar.

—No, no ¡No! ¡Por favor, aun no! —me lancé sobre el ataúd sin darle tiempo a nadie de detenerme. Abracé la caja de madera como pude ya que mis brazos no eran lo suficiente largos, ni tenía la fuerza suficiente tampoco—. Por favor no nos separen aun, es muy pronto. Aún no estoy lista.

Las lágrimas estaban saliendo con más abundancia, pero mi voz flaqueaba y amenazaba con perderse en mi garganta, en medio de mis respiraciones atropelladas.

—No te vayas, mamita —dije en un susurro con la voz quebrada por lo sollozos —. Por favor, no te vayas. Te lo pido. Te ne... te necesito. Tú niña te necesita. No puedo... no puedo sin ti. Por...

Me quedé sin voz.

Dolía tanto. Yo siempre fui tan débil, tan susceptible al dolor, tan frágil. Sentía que no podía soportarlo. Que nunca podría superarlo. Dana me abrazó con fuerza por detrás e intentó separarme de la caja de madera, pero yo me deshice de su agarré de forma violenta.

— ¡Déjame!

—Phoebe.

Esa voz.

Me di la vuelta bruscamente viendo que no se trataba de Dana, no se trataba de Avy, si no de un muy destruido Charles. Me observaba con su mirada apagada. Intentó sonreírme, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. Estaba notablemente más delgado, ojeroso y barbudo. Parpadeé repetidas veces. Verlo en medio de mi conmoción me impedía reaccionar a estar tan cerca de el después de todo este tiempo. Aunque se veía diferente, era él. Sus ojos, su bonita nariz, su piel que había sido mucho más brillante de lo que estaba ahora.

Fue sencillo para él separarme del ataúd en medio de mi conmoción. Me rodeó con sus brazos y ubicó mi cabeza sobre su pecho. Yo no me moví, estaba paralizada. Entonces sentí su aliento en mi oreja antes de que me susurrara algo.

—Créeme, sé que es duro. Pero ella ya no está ahí dentro. Ella ya no está ahí.

Sus palabras hicieron eco en mí.

Ella no está ahí.

Ella no está ahí.

Ella no está ahí —repetí —. Ella se fue, Charles. Mi madre...

No acabé la frase porque el llanto regresó. Dejé que me sostuviera entre sus brazos mientras un océano parecía escurrirse a través de mis ojos, mientras mi corazón se partía en trozos cada vez más pequeños. Charles me abrazó aun más fuerte.

Huracán [✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora