—Bienvenidos al kolasi —dijo Yibo entre dientes, utilizando la palabra atlante que denominaba al infierno, mientras estudiaba a los líderes del ejército daimon, listos para atacar en cuanto él diera la orden.
Lo había dirigido durante once mil años, puesto que era el hijo de la Destructora atlante.
Esos daimons, elegidos por la misma diosa y entrenados por él, eran asesinos de élite. Entre los daimons se les conocía como spati. Un término que tanto los Cazadores Oscuros como los apolitas habían corrompido, ya que no comprendían lo que era un verdadero spati. Denominaban así a cualquier daimon que les hiciera frente. Sin embargo, se equivocaban. Los verdaderos spati eran algo muy distinto.
No eran los hijos de Apolo. Eran sus enemigos, al igual que lo eran de los humanos y de los Cazadores Oscuros. Hacía mucho tiempo que los spati habían dado la espalda a toda herencia griega o apolita que pudieran haber tenido.
Eran los últimos atlantes y estaban orgullosos de serlo.
Ni los Cazadores Oscuros ni los humanos sabían que había miles de ellos. Miles. Con muchos más años de los que cualquier patético humano, apolita o Cazador Oscuro pudiera imaginar. Mientras que los daimons débiles se escondían bajo tierra, los spati utilizaban las láminas, también llamadas madrigueras, para viajar entre dimensiones.
Su hogar estaba en un plano distinto al humano. En Kalosis, donde la misma Destructora sufría su confinamiento y donde jamás llegaba la letal luz de Apolo. Eran su guardia personal.
Sus hijos e hijas.
Solo había unos cuantos que podían conjurar una lámina por sí mismos. Era un don que la Destructora no regalaba con frecuencia. Yibo, hijo de ella, podía salir y entrar a su antojo, pero había elegido quedarse junto a su madre.
Llevaba once mil años a su lado...
Planeando esa noche. Después de que su padre, Apolo, los maldijera y abandonara a una muerte espantosa, había abrazado la causa de su madre sin el menor asomo de duda.
Fue Apolimia quien le mostró el camino que había de seguir. Quien le enseñó a retener las almas humanas en su interior para sobrevivir aun cuando su padre le hubiera condenado a morir a los veintisiete años.
«Sois mis elegidos —les había dicho—. Luchad conmigo y los dioses atlantes volverán a gobernar el mundo.»
Desde aquel día, habían reclutado su ejército con sumo cuidado. Los cuarenta generales que se agrupaban en el «salón de banquetes» eran los mejores guerreros spati. Todos aguardaban a que el espía les informara de la reaparición del heredero desaparecido.
No habían sabido nada de él en todo el día. Sin embargo, con la llegada de la noche volvía a estar al alcance de sus manos. En cualquier momento serían libres para adentrarse en la oscuridad de la noche y arrancarle el corazón.
Una idea que le sonaba a música celestial.
Las puertas del salón se abrieron y de la oscuridad surgió el último de sus hijos que seguía con vida, Krist. Vestido de negro de pies a cabeza, igual que él, Krist llevaba su larga melena dorada recogida en una coleta que sujetaba con un cordón de cuero negro.
Su hijo era el más apuesto de todos los presentes, aunque la belleza era algo innato en su raza. Los oscuros ojos azules de Krist relampagueaban mientras atravesaba el salón con el paso orgulloso y letal de un depredador. La primera vez que atravesó la lámina con él, le resultó extraño hacer de padre de un hombre que aparentaba su misma edad en términos físicos; sin embargo, dejando eso a un lado, eran padre e hijo.
Más aún, eran aliados.
Y mataría a cualquiera que lo amenazara.
—¿Sabemos algo? —le preguntó.
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05 JeffBarcode
FanfictionEl "solo, solin, solito" y el más buscado del condado. Alguien que salve a Nodt. »Resumen adentro.