Rhaella Targaryen, la famosa princesa de la belleza. Así la apodaron la gente del pueblo, y con bastante razón, todos caían bajo la mirada de la hermosa princesa, tanto así que ni siquiera su protector jurado resistió a sus encantos, el hombre que n...
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Rhaella corrió hacía el castillo. No recordaba por donde había salido, así que no le quedó otra opción que entrar por la puerta principal.
Caminó rápidamente hasta su habitación asegurándose de que nadie la viera.
Criston, al ver a la princesa entrando a su habitación de nuevo, cuando él estuvo todo este tiempo cuidando la puerta, le hizo dudar de si estaba completamente despierto.
— ¿Rhaella?
Antes de que ella lograra entrar, Criston le agarró el brazo.
— Rhaella, ¿Cómo lograste salir? ¿Estás herida?
Rhaella estaba agitada. Seguía pensando en lo que vio en el burdel. Todos tomando lo que querían. Ella también quería hacer lo mismo.
— No importa como logré salir. Ven, entra.
Criston miró hacia los dos lados antes de poder entrar. Cuando lo hizo, la princesa se puso detrás de él y se aseguró de bloquear con pestillo la puerta.
Rhaella se acercó peligrosamente al caballero con una sonrisa coqueta.
— No sabes lo que vi ahí afuera. ¿Quieres saber? — le susurró al oído seductoramente.
— ¿A donde fuiste? — preguntó Criston, tratando de mantener el control.
— A un burdel. — el caballero la miró preocupado, no sabía si había escuchado bien. — No hice nada, tranquilo. Pero vi cosas. Cosas que jamás pensé que serían tan placenteras de ver.
Rhaella empezó a quitarle la armadura al hombre. Estaba tan sumido en todo lo que la princesa decía, que no le importo en lo absoluto.
— Y me pregunté, si son tan placenteras de solo verlas... ¿Será igual al hacerlas?
Criston trataba de resistir, pero la princesa no se lo hacía fácil.
A Rhaella se le ocurrió otra forma de hacer que su idea funcionara. Se empezó a quitar el pantalón de tela que traía puesto, dejando su cuerpo con solo la camisa que le llegaba un poco más arriba de los muslos.
— Rhaella... no hagas esto. — dijo Criston agitado y tratando de apartar la mirada.
— Te deseo. A ti y a nadie más. Mientras veía a esas personas... — se calló. Creía que sería muy impropio decirlo en voz alta.
