Prólogo

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Londres, Inglaterra.

El suave sonido del ascensor, me anuncia la llegada cercana a mi piso donde trabajo, haciendo que despegue mi vista del manuscrito que tengo en mis manos y doblo la esquina de la hoja donde me he quedado en la lectura, mientras reprimo un bostezo de sueño y cansancio.

Eso te pasa por quedarte hasta tarde leyendo, Death.

Lo sé, subconsciente metiche. Lo tengo presente, pero, ¿quieres que te recuerde que mi trabajo se basa en leer hasta tarde? Es lo que paga las cuentas, por muy raro que suene que te paguen por leer libros sin publicar.

El trabajo de mis sueños, sin duda.

Nadie dijo que ser redactora en una de las editoriales más importantes y famosas de todo Europa, fuera fácil. Mucho menos, venía en el contrato las noches constantes de desvelos en busca de un nuevo autor que pudiera cumplir sus sueños de ver algún libro publicado de su autoría.

Supongo que debí haber leído las letras pequeñas, pero valía por completo la pena.

Las noches de desvelo no se comparaban con la satisfacción enorme de ver a un autor cumplir sus sueños de publicar tan solo uno de sus libros y que a su vez, este trajera un auge bastante fuerte para que sea más conocido.

Finalmente, me rindo ante mi cansancio y sueño corto, para soltar un bostezo más grande que un cráter lunar. Pellizco el puente de mi nariz, en busca de despertarme pero sé que será inútil, por lo tanto, recurro a mi último recurso.

Por no decir que es mi favorito.

Mi amado café negro con una cucharada de azúcar.

Coloco el gordo manuscrito debajo de uno de mis brazos, para darle un profundo trago a mi taza desechable que compré en camino hacia el trabajo— vivo a unos quince minutos de la editorial, así que, caminar es una buena opción para hacer ejercicio —mientras que mi estómago gruñe en protesta ante la falta de alimento matutino. Sin embargo, lo soluciono con el bagel de jamón, queso y algo de tocino grasoso que llevo en mi bolso, como mi desayuno.

Aunque vivo cerca de la editorial, por alguna razón que no acabo de comprender, nunca me alcanza para desayunar en casa.

Siempre, termino saliendo a la carrera de mi apartamento con el tiempo justo de llegar a la editorial y con tiempo justo, me refiero a llegar al menos quince minutos antes de mi hora de entrada.

La manía de los británicos de ser extremadamente puntuales para llegar a cada lugar.

Una cualidad que aprecio mucho tanto en mi vida profesional, como en la personal.

Como si tú vida personal fuera de la editorial, tuviera algo de interesante, Alek.

Hago una pequeña mueca, obligándome a darle la razón a mi subconsciente ante su argumento y las palabras de mi madre, se taladran en mi mente un momento ante el hecho de que toda mi adolescencia junto a mi vida de joven adulta, me la pasé metida en los libros.

Aleksandra Death, necesitas vivir al menos una aventura real que no sea vivida en las letras, cariño. Sí no, vas a terminar como tu tía Gertrudis con sus fieles amigos los ocho hurones que tiene como hijos y siendo más virgen que un aceite de oliva, ¿quieres eso, mi pequeña biblioteca?

Un pequeño escalofrío me recorre en toda la columna al recordar a la tía Gertrudis junto a los hurones que tiene como mascotas, aunque ella les diga sus hijos, todos en la familia sabemos que son sus mascotas que llenan su vacío de soledad al no haber conseguido un marido decente a los ojos de mi abuelo.

Diablo Ruso (HDLF #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora