JULIÁN

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Julián es una persona muy especial para mí, mucho más que un amigo. Nos conocemos desde la infancia. Hemos estado siempre juntos. En el colegio, en extraescolares, en baloncesto o en clases de pintura. Siempre me ha parecido la persona más honesta, fiel y entrañable del mundo entero. Yo que soy un tío insulso y solitario y que no me fío de nadie, él es el único que siempre ha estado ahí, ese amigo que está siempre a tu lado, para lo bueno y para lo malo, el que aparece justo a tiempo y no cuando le interesa, el que te abraza, te aconseja y te dice todo aquello que necesitas escuchar, sin prejuicios y sin lecciones baratas.

Son las 9 de la noche. Es el momento de que Julián me escuche. No creo que tarde demasiado porque, a todo lo anterior, Julián es además una persona puntual y respetuosa con el tiempo y la vida de los demás. Su tiempo es oro, pero no menos el de los demás.

Mientras llega, enciendo la cafetera y me pongo en mi tocadiscos el lp The Rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, ese gran disco de David Bowie publicado en el año 1972. De hecho, David Bowie no tiene un disco malo, pero este es mi disco favorito de la historia. Una obra maestra atemporal y que siempre me apetece volver a disfrutar. ¿Hay un mejor momento que este para hacerlo? Cuarenta minutos después y habiendo escuchado el disco entero, Julián no ha aparecido. Lo más raro de todo es que tampoco me ha avisado y eso empieza a preocuparme demasiado.

Miro sus redes sociales para comprobar sus últimas conexiones, para saber si ha publicado algo: una frase, una foto, un estado, pero no hay nada desde ayer por la tarde. ¿Le habrá pasado algo? No sé qué hacer. Empiezo a impacientarme y dudo mucho en si debo llamar a su madre. Tampoco quiero preocupar a la mujer. Pero no se me ocurre otra opción.

Voy a la cocina y enciendo un cigarrillo. Estoy atacado de los nervios y me angustia pensar que le haya podido pasar algo. Me muerdo las uñas, le empiezo a dar vueltas a todo. Julián, Julián y Julián. No pienso en nada más que en él. El cigarro se consume, yo me mareo y me caigo al suelo. Hay silencio, angustia y sufrimiento. Tengo miedo y se me cierran los ojos, inconsciente y de repente, todo a mí alrededor se vuelve oscuro y pesado.

LA MIRADA TRISTE DEL CHICO QUE OBSERVABA EL INFINITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora