El 2014 había empezado perfecto, como jamás nunca antes me había pasado. Un año que presumía ser muy fructífero para mí, con mucho trabajo y encargos para mucha gente.
Hace muchos años que me dedico a la pintura de todo tipo, pero lo que más me gusta y me apasiona son los retratos y el realismo puro. He estado pintando en la calle, en las grandes plazas y los lugares más concurridos de Granada, incluso he expuesto mis obras en algunas de las mejores galerías y museos de muchas ciudades de España. Pero hay cosas que, por más que lo intentas, uno mismo no es capaz de controlar del todo. Hay cosas que no dependen de ti y terminan por escaparse de tus manos.
Fue esa tarde al coger el metro para volver a casa. La estación de Alcázar Genil de Granada a esas horas se llena de gente dispuesta a llegar a su hogar, gente muy variopinta que sale cansada de trabajar, estudiantes, turistas y demás. Eran las ocho de la tarde y, aunque era un 28 de Marzo, el día no había sido demasiado frío en la ciudad.
Una chica de pelo oscuro, media melena y con un jersey amarillo se sentó frente a mí sin dejar de observarme. Yo la miré también, nos cruzamos la mirada, pero instintivamente ella la agachó al ver que yo me había dado cuenta.
Al fondo del vagón, un chico de unos 30 años, rubio, de pelo largo y bastante fuerte nos miraba con atención. Yo empecé a sentirme algo incómodo y me puse muy nervioso sin saber muy bien que hacer. Estoy poco acostumbrado a interaccionar con desconocidos, tan solo, y por mi trabajo, me relaciono con mis clientes, aunque he de reconocer que me ha costado muchísimo salir a la calle y sentirme observado por miles de personas de las que ni tan siquiera sé ni su nombre. No me sentía seguro, me solían temblar las manos y no era capaz de trazar ni una sola línea sobre el papel, pero después de mucha terapia y de grandes esfuerzos para superarlo, al menos para poder ganarme la vida de manera digna, lo he conseguido.
Mi trayecto continuaba y ahí seguían ellos también. Aunque la chica del jersey amarillo, de repente, estaba sentada en el asiento de mi derecha. No me había dado ni cuenta pensando en todo lo que me había costado llegar hasta aquí. La miré de reojo, intentando ser bastante precavido y distante, hasta que ella me dijo algo susurrando que no terminé de escuchar del todo.
- Perdona, ¿nos conocemos de algo?_ le dije.
...
- ¿Quién eres? ¿Necesitas ayuda? ¿Es ese chico del fondo?
No me respondió, ella se mantuvo en silencio y con la cabeza gacha, pero, sin conocerme de nada, presentía que esa chica a mí lado había encontrado el lugar donde se sentía mucho más segura.
Una parada más en la que bajó mucha gente. A mí aún me faltaban dos paradas para llegar a casa, así que aún debía seguir ahí dentro, al menos por un rato más. Ellos tampoco se bajaron, parecía que me seguían, que me estaban esperando. Fue entonces cuando decidí pasar a la acción. Me levanté de mi asiento y la chica me agarró del brazo impidiéndome avanzar. Me giré de manera brusca y ella me dijo que no con la cabeza. Conseguí zafarme de ella y me dirigí con convencimiento hasta donde estaba sentado ese chico.
De repente, todo a mi alrededor empezó a cobrar sentido. Ella se puso a gritar, llorando de manera desconsolada y el resto de gente que había dentro del vagón se acercaron a interesarse por la chica.
- Lleva abusando de mí mucho tiempo. _dijo la chica entre sollozos.
- No te preocupes más, ahora estás a salvo y no volverá a ponerte una mano encima. _respondió una señora de pelo violeta.
- No puedo más. Me sigue a todas partes, es como una sombra que me aplasta y me acorrala. Tengo mucho miedo.
Sus palabras me hicieron perder la razón. Salí corriendo hasta el final del vagón para abalanzarme contra aquel energúmeno. Al llegar, repleto de rabia e impotencia, lo agarré muy fuerte del cuello con ambas manos. Sin saberlo, aquel incidente iba a ser el inicio de algo perturbador para mí.