Después de más de veinte minutos frente al portal de casa de María y sin recibir ningún tipo de respuesta del otro lado de la puerta me rindo, no puedo más. Apesadumbrado me doy media vuelta, dispuesto a salir a la calle, aunque una voz a mi espalda me hace volver la cabeza.
- Hola, joven. ¿No estarás buscando a María?
- Hola. Sí, hace un rato que estoy aquí llamando a la puerta pero no se oye nada en el interior. Ni María, ni la televisión..., nada. _respondo.
- María salió esta mañana a primera hora. Vi como la recogía un taxi ahí, justo en la puerta de entrada al edificio.
- ¿Y no le ha dicho a dónde iba?
- No, pero parecía muy nerviosa y no paraba de llorar. Yo le he preguntado, pero... verás, María es una persona bastante hermética. Aunque sí exteriorizaba algo, no he conseguido saber el qué.
- Lo sé, ya hace muchos años que nos conocemos. ¿Sabe lo de su hijo?
- ¡Ay! ¿Qué quieres decir si sabe lo de su hijo? ¿Ha pasado algo con Julián?
Sin dar ningún tipo de respuesta a esa mujer bajo las escaleras a gran velocidad y al salir a la calle empiezo a correr con todas mis fuerzas. No sé a dónde voy, tampoco a donde puede haber ido María, pero sí sé que voy a buscarla hasta en el último rincón de la ciudad, necesito verla, abrazarla muy fuerte y hacerla sentir que siempre voy a estar a su lado, como siempre, pero ahora con mucha más razón.
Agotado y totalmente aturdido empiezo a notar el agua cayendo sobre la ciudad en forma de tormenta. Una fuerte lluvia torrencial me empapa hasta los huesos, sin chaqueta y sin paraguas, empiezo a sentir que el agua me ahoga. Bajo la marquesina de la estación de autobuses decido refugiarme esperando a que la fuerte tromba de agua remita y me deje continuar con mi cometido.
Treinta minutos después sale el sol. Un nuevo día parece despertar, una nueva oportunidad para encontrar respuestas. Sin pensarlo dos veces echo de nuevo a correr, las calles parecen recobrar su orden habitual, hay gente, hay coches, hay vida y yo necesito darle sentido a la mía. Sigo corriendo, sigo perdido, pero no puedo rendirme ahora. Ahora no.
Un bar en la misma calle donde me encuentro parece llamarme a modo de salvación. Necesito un café. Son muchas noches sin dormir tanto como quisiera y siento que me fallan las fuerzas. Me decido a entrar, pido un café doble y me dirijo directo al lavabo para secarme un poco. Una vez dentro me miro al espejo, no me reconozco, tengo ojeras, tengo mala cara y los pómulos totalmente hinchados. Después de pasar casi todo mi cuerpo por el seca manos salgo de nuevo al bar, bastante solitario, por cierto. El camarero me pone el café en la barra, de un solo trago me lo bebo, me arde la garganta, como sí un volcán en erupción erosionara en mi esófago. Le pido un poco de agua, le dejo dos euros en el plato del café y le doy las gracias.
Vuelvo a estar en la calle, justo a la salida del bar, con la mirada totalmente perdida, mirando a la nada, al infinito, buscando un hilo de luz a una historia tan oscura como la mía. Una señal acústica de un coche de policía me devuelve de nuevo a la realidad, tanto que levanto la cabeza para cerciorarme de que, a pesar de todo, la vida ahí fuera sigue su curso de manera habitual.
En estos momentos es cuando más recuerdo la vida junto a María y Julián, la recuerdo como algo inquebrantable en mi infancia, en los momentos más duros de mi vida ambos estuvieron conmigo y eso jamás lo voy a olvidar. El día que murió mi madre, en todas esas tardes en las que yo lloraba por culpa de mi padre, en mis momentos de soledad ellos fueron ese cálido abrazo que todo lo sanaba. Les debo tanto...
Pero especialmente recuerdo una mañana. Estábamos los cuatro, siendo algo más que amigos, una familia, aunque no de sangre, sí lo éramos de emociones y de corazón. Mi madre, María, Julián y yo, juntos dándole sentido a todo. Fueron los mejores instantes de mi vida. Aquella mañana decidimos salir a pasear por las calles de Granada, a pasar el día juntos, sin prisas, con ganas. Os prometo que fue el día más bonito que he vivido nunca. Había mucha verdad entre nosotros, un despilfarro de risas y buen rollo que todavía hoy cierro los ojos y lo siento palpitar muy dentro de mí. Parece mentira el valor que le damos a lo material, a aquellas cosas que se compran con dinero, y lo mejor, con lo que consigues seguir adelante, son todos esos momentos que compartes con la gente que más quieres. Lo más sencillo, lo más fácil, todo aquello que no cuesta dinero es, después de todo, lo que te hace mucho más rico y poderoso.
Aquella mañana recorrimos el Sacromonte, fuimos a visitar La Alhambra, caminamos como si fuéramos unos turistas por el Paseo de los Tristes, desayunamos, comimos y compartimos muchas cosas en forma de anécdotas, de cosas de nuestro pasado, del día en que nos conocimos, del colegio, de las tardes en el parque, sobre la pintura, sobre la familia..., el día acabó pero fue inolvidable y mi percepción siempre será la misma. Un día sencillo pero muy gratificante y enriquecedor, sin duda.
Después de mi madre, María ha sido la persona más importante de mi vida. Una mujer sencilla y tradicional, con millones de valores y acciones desinteresadas, una persona especial de la que he tenido la suerte de disfrutar. Aunque a mi madre no le gustaba que lo dijera, ella hacía el mejor arroz del mundo entero, con sus verduras, con su carne, con su tomate seco, estaba increíble y siempre que me invitaban a comer a su casa me lo preparaba.
La verdad es esta, María, Julián, mi madre y yo, cada uno en sus casas pero juntos desde siempre, compartiendo vida. Las mejores personas que la vida me pudo regalar jamás. ¿Dónde has ido María?
De vuelta a la realidad, decido coger un taxi, tal vez María haya ido al hospital a ver a su hijo, quizá alguien la llamó para darle la noticia sobre la muerte de Julián, pero ¿quién? A través de la ventana observo como todo ahí fuera se sucede, cada uno con su propia rutina, con su propia historia, como algo incontrolable que me hace pensar en lo diferente que puede ser un mismo lugar o un mismo momento para cada uno de nosotros.
El taxi se detiene en la puerta del hospital, le pago al conductor y bajo a toda prisa en busca de María. En recepción me informan que allí no ha habido nadie, Julián sigue esperando la autopsia para determinar con exactitud las causas de su muerte, pero no ha recibido ninguna visita durante la mañana. No me puede ser me digo a mí mismo. Es en ese momento cuando, de repente, se me ocurre el lugar a donde puede haber ido María. Sin más preámbulo decido coger otro taxi de nuevo. No hay tiempo que perder.
La mañana sigue su curso a un ritmo vertiginoso. Las horas parecen reducirse a segundos y no consigo esclarecer nada de todo lo que a mí alrededor sucede. Dicen que el tiempo todo lo cura y que lo pone todo en su lugar, pero yo me niego a rendirme y a aceptar la situación. Necesito indagar y esclarecer muchas cosas: la muerte de mi mejor amigo, la banda del puñal, lo de mi coche en el taller, todas esas notas y señales amenazadoras que he ido recibiendo durante los últimos días… El taxi llega a destino, le pago y me bajo de forma apresurada.