Son las 8 de la mañana. El despertador me hace salir de la cama de forma inmediata. María me espera para ir a visitar a su hijo al hospital. Julián sigue ingresado en la UCI después de la violenta agresión sufrida hace dos días y aún no lo hemos podido ver.
Me voy directo a la ducha y me afeito sin perder demasiado tiempo. Necesito un café que me despierte del todo. Mientras se calienta la cafetera decido llamar a un taxi para que pase a recogerme a la Plaza Nueva de Granada. No han pasado ni quince minutos cuando el taxi llega a mi puerta.
- ¡Buenos días, señor! ¿Hacia dónde se dirige?
- En dirección a la calle Elvira, sí es tan amable. Tenemos que pasar a buscar a una señora.
-De acuerdo, allá vamos.
En poco menos de cinco minutos llegamos a destino y María se sube al taxi.
- Próxima parada Hospital San Juan de Dios, por favor.
El conductor se pone en marcha y María me agarra muy fuerte la mano, apoyando su cabeza sobre mi hombro derecho y con ostensibles muestras de sufrimiento.
- Pablo, cariño, no he pegado ojo en toda la noche. Qué difícil es evadirse de tanto problema. Hay veces que quisiera haberme ido ya de este mundo. Tanto luchar en la vida para acabar de esta manera, enferma, tan débil que estoy y ahora, por si fuera poco, sufriendo como nunca antes lo he hecho.
- La entiendo perfectamente, María. Yo también he pasado una noche horrorosa. Ya son muchas horas en las que no consigo conciliar el sueño. Duermo una hora como mucho, preocupado y muy nervioso. Intento cerrar los ojos y la cabeza se me llena de imágenes que no consigo borrar, pero vamos a ser prudentes y esperemos a llegar al hospital. Quizás esta noche haya mejorado su hijo.
- ¡Ay, ojalá! Ahora mismo me conformo con poder tocarlo. Solo con saber que ha dejado el peligro atrás ya estaría mucho más tranquila.
El taxi se detiene en la puerta del hospital, le pago y nos bajamos del coche. Algo a escasos metros de donde estamos me llama la atención. Levanto la cabeza con sigilo para evitar preocupar más a María. Detrás del parking exterior hay alguien que nos observa de manera disimulada. No consigo descubrir quién es, así que tampoco quiero darle demasiada importancia. Ahora mismo la prioridad está en saber cómo se encuentra mi mejor amigo.
Lentamente, con María agarrada a mi brazo, nos dirigimos hacia la entrada y llegamos al ascensor que nos tiene que llevar hasta la recepción del hospital, allí donde alguna enfermera nos informe un poquito sobre la situación.
Una vez allí, una chica de unos 40 años y bata azul nos informa de que Julián sigue muy grave, que ahora mismo es imposible verlo y que si una de esas cuatro puñaladas recibidas durante la agresión es dos centímetros más a la derecha ya estaría muerto. También nos muestra unas radiografías en las que se observan todos los golpes que sufrió Julián durante la agresión. La verdad es que todo lo que vemos y escuchamos de la enfermera es desesperadamente doloroso.
María no puede contener las lágrimas y se agarra fuertemente a mi cuerpo. Yo intento calmarla pero no sirve de nada. La enfermera nos invita a sentarnos en la sala de espera y nos ofrece un vaso de agua.
- Voy a buscar al doctor y a decirle que están aquí. De seguida estamos con ustedes. Tranquilícese señora, por favor.
- Muchas gracias, de verdad. - respondo.
Mientras esperamos la llegada del doctor, María sigue llorando de manera desconsolada. No consigo calmarla, todo parece venirse abajo. Me duele verla así, me duele todo lo que nos está tocando vivir durante estos últimos días.
Después de diez largos minutos esperando el doctor llega a la sala. Yo me levanto de mi asiento con María agarrada a mi mano que sigue sentada.
- ¡Buenos días! Son ustedes familiares de Julián Barrientos, ¿verdad?
- Buenos días, doctor, así es. La señora es su madre, María y yo soy Pablo, su mejor amigo. ¿Qué nos puede decir de Julián? ¿Cómo se encuentra?
- ¿La verdad? Siento ser sincero, pero mi deber es informar con exactitud de la situación y ahora mismo es extremadamente grave. Van a ser muy importantes las próximas 24 horas. Si Julián no responde y reacciona dudo mucho que llegue a mañana.
- No puede ser doctor. ¿Seguro que lo han intentado todo? - grita María desconsolada.
- Señora, lo hemos intentado todo. Su hijo llegó aquí muy grave después de sufrir un fuerte traumatismo penetrante a causa de las puñaladas y un importante hematoma en el que perdió mucha sangre. Lo hemos operado de urgencia, pero ahora mismo no podemos hacer mucho más. Esperemos a ver cómo responde hoy. Lo siento muchísimo, de verdad.
María sigue totalmente destrozada. No consigo encontrar un rayo de esperanza en su rostro. Yo tampoco sé muy bien que hacer o que decirle, así que me limito únicamente a abrazarla muy fuerte para que sienta mi calor cuando ella más fría se siente.