Dicen tantas cosas sobre mí, tantas habladurías, que sí tuviera que hacerles caso a todas acabaría volviéndome completamente loco. Como sí la gente tuviera el derecho a dirigir la vida y las situaciones de los demás, así de repente y sin justificación, la gente se convierten en enemigos de lo ajeno, sin tan siquiera concederte el beneficio de la duda o el de las segundas oportunidades, ya te empiezan a señalar con el dedo.
Hace mucho tiempo que me resulta complicado mirar a los ojos de la gente. No por nada en especial, no. Nunca he matado a nadie, ni he robado a punta de pistola, ni he atracado un banco. Pero siempre he sido una persona tímida y reservada, un tipo con multitud de inseguridades, de autoestima baja y que, desde bien pequeño, he acabado por construir un mundo hermético dentro de mi propia persona. Y es algo que no puedo remediar, simplemente soy así.
Os cuento todo esto porque hace días que corre el rumor por ahí de qué un servidor, Pablo Larrauri, ha matado a cuatro personas en la calle Mayor de Granada. Se dice, se inventa y se alimenta que he sido yo, que me han visto, que han reconocido mi coche en la escena del crimen. ¿Perdona? Mi coche, lo primero de todo, hace un mes que no lo utilizo porque está en el taller. El motor de arranque es demasiado caro y ahora mismo no puedo repararlo. ¿Cómo van a reconocer entonces mi coche?
Odio a toda esa gente que infunde cosas sobre los demás sin saber, siquiera, sí son ciertas y, lo que aún es peor, sin saber el daño que pueden llegar a ocasionar en todas aquellas personas que, como yo, somos más vulnerables y las sufrimos de manera constante. Es lo último que esperaba que pudiera pasarle a mi vida aburrida y monótona, ser acusado de un cuádruple asesinato, algo inesperado y que ha puesto mi mundo solitario del revés.
Durante estos últimos días, la policía me ha venido a visitar a casa, me han llevado arrestado a la comisaría, me han interrogado y me han tenido allí una noche en prisión preventiva, pero no hay pruebas, tengo la indudable coartada de mi coche en el taller. Es por lo único que me relacionan con el suceso y no voy a parar hasta demostrar que soy inocente. No van a poder conmigo. No pienso bajar los brazos y no me voy a rendir. Me he prometido a mí mismo que, aunque sea una persona débil, estoy preparado para luchar contra todo y contra todos.
De repente, en un arrebato de fuerzas y de esperanza, me pongo a mirar por la ventana, con la mirada posada en la profundidad de la Plaza Nueva de Granada. Necesito y confío en que pronto llegará la solución que necesito, de que esto será, tan solo, un mal sueño. El día ha despertado gris y amenazante de tormenta, algo que tampoco me ayuda demasiado a intentar encontrar algo positivo dentro de todo esto.
Son las 10 de la mañana de un 10 de Febrero del 2018. Me he tenido que recatar unos días en mi piso para poder pensar y buscar la manera de salir adelante sin que todo lo sucedido me salpique. Llevo casi tres días sin dormir, y digo días porque no lo consigo por las noches, pero tampoco durante las horas centrales del día. Me siento muy cansado, abrumado y preocupado, mi cabeza no para de dar vueltas a todo. No puedo, ni tan siquiera, seguir con mis proyectos, con mis dibujos, no tengo ganas ni tampoco inspiración. Todo se resume al caos absoluto, a la desolación que toda esta situación me está provocando.
De repente el teléfono empieza a sonar y, de un sobresalto, saca de mí todos esos pensamientos oscuros.
- Buenos días, Julián. -respondo.
- ¿Qué te pasa Pablo? Te noto exaltado. –me responde.
- Perdona, estaba en el sofá pensando y tú llamada me ha alarmado.
- Mmm... ¿Va todo bien? –pregunta. Hace días que no sé nada de ti.
- Va._ respondo de manera tajante.
- Joder, Pablo. Sé que eres un tío de pocas palabras, pero tío, explícate mejor, anda, haz un esfuerzo.
- Vente a casa un rato cuando puedas y te cuento. Hace días que no consigo dormir y hay algo que me tiene totalmente bloqueado, necesito hablarlo con alguien de confianza y en eso no te gana nadie.
- ¿Quedamos esta noche a las nueve y lo hablamos?
- Por favor, te agradecería mucho que vinieras.
- A las nueve entonces, ¿de acuerdo?
- Gracias y hasta después.
Fueron mis primeras palabras en los últimos días, ojalá y Julián pueda guiarme un poco y entre ambos encontremos la manera de demostrar mi inocencia. Sé que a su lado las cosas pueden teñirse de otro color. Después de colgar el teléfono me quedo un rato con la mirada perdida, pensando en posibles soluciones y en todos esos caminos que ahora se me abren dentro de mi vida. La incertidumbre y la congoja arañan todo en mi interior, me agobian, me agotan y me desgarran. Siento que me va a explotar la puta cabeza.