Cuando ya no tienes nada que perder no te apetece mirar hacia atrás. No eres capaz de pensar en todo aquello que ya pasó. Es como un estado de absoluta locura en el que nada más te importa que saldar deudas contigo mismo y no pensar en las consecuencias que tus actos te puedan ocasionar.
Manuel Rentero, 75 años y viudo. El único testigo firme de la agresión a Julián. Una persona que ha sufrido mucho durante toda su vida. Un hijo toxicómano con el que no se habla desde hace mucho, su mujer, muerta hace más de veinte años, víctima de un cáncer de estómago.
Firme y decidido se dirige a la comisaría de policía a denunciar lo que vio hace dos noches y que en ese momento no se atrevió a decir. Pero hoy ya no tiene miedo a nada, tan solo le aterra no cumplir con lo que su cabeza le dice que tiene que hacer.
Ha escuchado hablar de la Banda del Puñal muchas veces. Durante mucho tiempo es una de las conversaciones estrella en los bares que frecuenta con asiduidad. Están en boca de todos, sin tapujos, la gente cree que es la banda más criminal de los últimos diez años y uno de los grandes puntos negros de una ciudad tan bonita como Granada. Una ciudad repleta de magia y talento, una ciudad que respira arte y belleza en cada uno de sus rincones. Pero siempre, y de la nada, aparece algo turbio que llega para poner en duda todas esas percepciones.
Miguel llega a comisaría, son las diez de la mañana y quiere aportar su granito de arena para que todo esto pase a ser historia.
- Buenos días, señor. ¿En qué puedo ayudarle?
- ¡Hola! Vengo a denunciar una agresión.
- ¿La ha sufrido usted? ¿Qué ha pasado?
- Es sobre la agresión del martes por la noche en el barrio de La Chana a aquel chico.
- Un momento, por favor, le haré pasar a una sala donde podremos hablar con más tranquilidad.
Miguel sigue visualizando en su cabeza aquel momento. Aunque no vio la agresión en sí, tiene grabado a fuego el instante en el que gira la calle y ve salir corriendo a cuatro tipos. Pero su gran tormento está en aquel chico sobre el asfalto cubierto de sangre y tan desmadejado.
- Primero de todo quiero aclarar que no fui testigo de la agresión, del momento en el que ese pobre chico es apuñalado. Yo salí a tirar la basura y al girar la calle me encontré con una situación aterradora que me dejó totalmente petrificado.
- ¿Consiguió verles las caras?
- No. Yo lo único que vi fue a cuatro tipos que echaron a correr desde el mismo punto en el que ese pobre muchacho se encontraba.
- Y ¿por qué no vino a denunciarlo en ese momento?
- Pues, sinceramente, no lo sé. No sabía qué hacer y me puse muy nervioso. Esa banda lleva sembrando el pánico desde hace mucho tiempo y tenía miedo de qué todo esto me salpicara a mí también. Verá, yo ya estoy muy mayor y pensé que lo mejor era no complicarme el poco tiempo de vida que me quede, quiero vivir en paz y tranquilidad, pero aquí cada día es mucho más difícil.
- Pues, señor, sepa usted que en situaciones así cada minuto que pasa nos hace retroceder. Entienda que hay que colaborar, ya no solo con nosotros, también con la ciudadanía, hay que actuar para evitar que algo así vuelva a suceder.
- Entiendo lo que me dice, pero estoy muy cansado de salir a la calle y no sentirme seguro. Cada día pasa algo y nadie es capaz de detener esta pesadilla. Se ha pedido vigilancia en ese barrio y ¿la hemos tenido alguna vez? Yo actué mal, lo reconozco, pero ustedes llevan mucho tiempo haciendo las cosas a su manera y a nosotros solamente nos queda resignarnos y aceptar todo lo que aquí pasa.
- Las cosas no son tan sencillas. ¿Es capaz de entender eso? Las cosas llevan su tiempo, hay que cumplir con un largo proceso de investigación, hay que pillarlos con las manos en la masa. Llevamos mucho tiempo trabajando en casos como el de la otra noche y le aseguro que, cuando esa maldita banda cometa un pequeño error, un solo error, nosotros estaremos ahí para llevarlos a todos a la cárcel.
- Ojalá y eso pase muy pronto.
- Por eso es importante que sea sincero, que colabore y nos ayude para que todo esto acabe muy pronto. ¿Vio algo más?
- Lo que vi ya se lo he dicho. Salí a tirar la basura, giré la esquina de la calle donde vivo y lo único que vi fue lo que le he explicado: cuatro tipos que echan a correr y ese chico ensangrentado sobre la acera, nada más.
- ¿Había alguien más en la calle en ese momento o fue usted el que llamó a la policía?
- No sé si había alguien más, era de noche y estaba muy nervioso. Yo no los llamé. Salí un minuto de casa a tirar la basura, suelo salir sin el teléfono.
- Y sí no llamó usted a la policía, ¿Quién fue entonces?
- Lo único que le puedo decir es que en la Banda del Puñal colabora mi hijo Daniel con el que no me hablo desde hace más de quince años, pero es algo que no lo sabe nadie y tampoco quiero que se entere nadie.
Miguel se había quitado un enorme peso de encima, una losa que no lo dejaba vivir en paz y que hasta ahora no había sido capaz de desentrañar. Ahora sí podía morir en paz, ya no tenía nada que perder.