Son las nueve de la mañana y, por primera vez en muchos días, he conseguido dormir del tirón. Me noto renovado y descansado, algo que no había tenido la suerte de sentir desde que empezara toda esta pesadilla. Es el día D, hoy volveré a ver a Laura y estoy dispuesto a hacer que nuestro reencuentro sea inolvidable para los dos. No sé cuáles son sus intenciones, tampoco el pretexto con el que viene de nuevo hacia mí, pero conozco a Laura desde hace mucho tiempo y sé que es una persona honesta y sensata, dudo mucho que haya cambiado en ese aspecto.
Después de desayunar un café con leche y unas galletas de mantequilla, me aseo para lavarme la cara y quitarme la morriña y me visto decidido a salir a comprar para preparar la comida del mediodía. Estoy totalmente emocionado, antes de salir de casa me miro en el espejo de la entrada, mi cara tiene un semblante distinto al de los últimos días, se nota que esta noche he conseguido disuadirme de todo y mi cara es un fiel reflejo de ello. A través del espejo puedo ver una cara llena de vida y de nuevas ilusiones. Sonrío y le digo a mí reflejo: hoy es tu día.
Cojo las llaves y abro la puerta, sin miedos y sin temores, completamente decidido y vital, cierro la puerta y bajo las escaleras corriendo. Mi sorpresa es mayúscula cuando al llegar abajo me encuentro la puerta totalmente destrozada. Ahora entiendo el ruido ensordecedor que escuché ayer. Me detengo un segundo y miro alrededor de la entrada, aparentemente no hay nada que me llame la atención. La puerta es lo único que ha roto un poco mi propósito de hoy, pero no quiero darle más vueltas, pueden haber miles de posibilidades para ese destrozo: un conductor bebido, que perdiera el norte y acabara encastrado en ella, los niños en la calle jugando a la pelota y que con un posible pelotazo la destrozaran, un patinete eléctrico, una patada a propósito y sin razón, a modo de gamberrada. ¡Yo qué sé! Nadie va a poder conmigo en el día de hoy.
Salgo a la calle y caminando erguido y con decisión empiezo a respirar profundo, a disfrutar como nunca del aire de la ciudad, del olor a churros de la parada que hay en la plaza, del ruido de los coches, del canto de los pájaros. Es increíble el poder de nuestra mente, sí quieres, puedes. El lado positivo de las cosas siempre acaba ganando al malo y, aunque es todavía pronto para conocer al ganador, voy por el camino correcto para salir vencedor. Miro a la gente, cada uno a su ritmo, cada uno con sus cosas. Hay gente haciendo deporte, otros parecen ir al trabajo, mujeres con bolsas de la compra, niños con la mochila del colegio colgada a la espalda. Es un día más para todos ellos, pero no es un día cualquiera para mí.
Después de diez minutos llego al supermercado. Voy directo a la sección de carnicería. He decidido preparar lomo a la cerveza con nata, bacón y cebolla caramelizada. Pido ocho trozos de lomo no muy grueso. Ya en la cola de la charcutería, mientras espero, recibo un mensaje en mi teléfono, pero decido no mirarlo, necesito y quiero estar bien para cuando llegue Laura. El mensaje puede esperar. La señora de delante de mí acaba y le pido a la dependienta un trozo de queso curado en cava, un placer exquisito de aroma láctico, de una intensidad media, y un olor dulce y afrutado. Es mi favorito, al final, en el paladar, te deja un regusto ligero con notas dulces, torrefactas y alcohólicas. Estoy seguro que a Laura le gustará tanto como a mí.
Ya en la caja, esperando mi turno para pagar, intento recordar a Laura. Seguro que ha cambiado mucho después de tantos años, pero ella era especial por muchas cosas. ¿Cómo será ahora? ¿Llevará el pelo igual? ¿Se habrá tatuado algo en el cuerpo? Es mi turno, así que después de meter toda la compra en las bolsas, pago con mi tarjeta de crédito y salgo de nuevo a la calle. La mañana es preciosa, un día de sol y de temperatura agradable, perfecta para pasear. Después de comer le diré a Laura si quiere salir a tomar algo y así caminamos por las calles tan bonitas que tiene Granada.
Acaban de dar las dos del mediodía y el timbre empieza a sonar. Ahí está Laura, ha llegado el momento de volver a ver al amor de mi vida, a aquella persona que lo merecía todo y a la que yo no fui capaz de darle nada. Nervioso y entusiasmado le abro la puerta del portal, me giro en dirección al espejo, me miro, me toco el pelo, como si fuera un veinteañero. Todo parece estar bien y seguir en su sitio. Ahí está, por fin, el tiempo de subir las escaleras hasta la puerta de entrada a mi piso es lo que nos separa. Cierro los ojos, cojo aire, ahí está.
- Hombre, Pablo. Cuánto tiempo sin vernos, ¿no? ¿Cómo estás?
- ¿Laura? ¿Eres tú? - me quedo absorto completamente, es tan diferente la Laura que yo conocía. - ¡Aún no me lo creo, por favor!
Le cedo el paso y le pido que me entregue su chaqueta y su bolso. Una vez en el interior, justo detrás de la puerta, tengo un perchero totalmente vacío y cuelgo ahí sus pertenencias. La miro de espaldas y aún no puedo creer lo que veo, una Laura distinta, pero su manera de caminar es inconfundible. Los años pasan, las personas cambiamos, pero ahí quedan nuestros rasgos y nuestras maneras, como huellas imborrables que se quedan y nos definen para siempre.
- ¿Tienes hambre? -le pregunto a Laura- He preparado un pica-pica antes de la comida. Irá bien para ir abriendo boca. Toma, una copita de vino tinto, ¿te apetece? Espero que te guste. -Laura me mira y, asintiendo la cabeza, me regala esa sonrisa que cada noche ha venido a visitarme desde su partida-.
Al ofrecerle la copa y ella alargar su brazo para cogerla, justo en su antebrazo derecho veo un tatuaje que creo haber visto en algún otro lugar, que me resulta familiar, pero no recuerdo donde. Decido no darle más importancia. Nada puede arruinar este día, nada. Es nuestro reencuentro y pienso disfrutarlo como merezco.