VIDAS CRUZADAS

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Nunca he sido capaz de darme un valor a mí mismo. Siempre he tenido complejos, siempre a la sombra del resto del mundo, como avergonzado. Todavía hoy no sé la razón, por más que intento encontrar una explicación, no hay manera de quererme aunque sea un poco.

Laura se fue para no volver, aunque ella siempre estará conmigo. Pero es que, de una manera u otra, todas esas personas de mi vida que le daban sentido a la palabra "amor" se han acabado yendo de mi lado hasta quedarme completamente solo. Mi vida ya no tiene sentido alguno. No quiero seguir así, no puedo y no me apetece nada. Quiero estirarme en la cama y dormir durante muchísimo tiempo, olvidarme de todo esto, pero ni tan siquiera eso parece estar hecho para mí. Finjo que lo hago muchas veces, aunque nadie me ve, necesito creer que puedo hacerlo. Pero todo acaba volviendo, me persigue y me machaca de forma constante, sin piedad, sin excusa, el miedo y la angustia siempre acaban por ganarme la partida.

Ahora suena la radio, llega esa canción que parece hablar de uno mismo: "Vidas Cruzadas" de un músico con un talento único, el gran Quique González. Cierro los ojos, me dejo llevar y empiezo a llorar sin consuelo, sin nadie que pueda calmarme. La vida está hecha de millones de cosas, algunas se nos antojan insignificantes, como sí no estuvieran hechas para ti, sin embargo hay otras que parecen el molde perfecto de uno mismo.

Bajo la persiana, necesito oscuridad, quiero y necesito dormir. Lo intento, juro que lo intento, pero no hay manera. Pasan las horas y sigo dando vueltas en la cama, encastrado en mis pensamientos, no sé qué hora es, tampoco me interesa demasiado, pero de repente una llamada al teléfono me saca de ese mundo volátil que gira en torno a mí.

- Hola, ¿Quién es?

- ¿Aún no sabes quién soy? ¿De verdad?

- Pues no, sinceramente. Me estás llamando en número oculto y en estos momentos estaba intentando dormir un rato.

- Soy Laura, Pablo. Ya hace algún tiempo que pensaba en llamarte. ¿Cómo te va la vida?

- ¿Eres Laura de verdad? No me lo puedo creer. ¿Cómo estás?

- Yo estoy bien, como siempre. He vuelto a Granada hace unos días. Me gustaría verte un rato. ¿Tienes mucho trabajo?

- Pues llevo unos días que no salgo apenas a la calle. Voy haciendo cosillas aquí en casa pero sin demasiados alardes, la verdad.

- ¿Qué no sales de casa? ¿Y eso?

- Bueno, tengo una serie de problemas, cosas que se me han ido juntando últimamente y prefiero estar aquí encerrado en soledad, sin miedos y sin temores. Aquí por lo menos me siento seguro.

- Sabes que me lo puedes contar, ¿verdad?

- Ya, pero hacía muchísimo tiempo que no sabía nada de ti. Sí llegamos a vernos prometo explicártelo todo de principio a fin. Creo que me irá bien compartirlo con alguien. Aunque no te haya visto en muchos años sigo confiando en ti como el primer día.

- ¡Gracias, Pablo! Pues entonces pongamos día y hora y nos vemos, ¿te parece?

- ¿Quieres venirte mañana a casa a comer? Te prometo que he mejorado mucho en la cocina, ya lo verás.

- ¿Sigues en el mismo lugar? Pues quedamos ahí sí prefieres.

- Aquí sigo, Laura. Ya ves, mi vida sigue siendo tan monótona y aburrida como siempre. ¿Para qué cambiar, no?

- Bueno, ya verás como todo es pensar y actuar. Sólo así uno consigue cambiar las cosas. ¿A las dos va bien?

- Perfecto. A las dos, entonces.

- ¡Hasta mañana Pablo!

- ¡Hasta mañana!

Después de colgar el teléfono tengo la sensación de estar soñando. Ahora mismo siento que estoy flotando en una nube. Laura siempre será especial y, a pesar de lo mal que acabó nuestra relación, ella ha decidido llamarme, sin ningún tipo de rencor. Imagino que el tiempo todo lo cura, que acaba poniéndolo todo en el lugar en el que debe estar. La he notado bastante bien, alegre y risueña, así como estaba casi siempre conmigo. Yo acabé con aquella chica dulce y simpática, apagué la luz de todo su ser, pero todo aquello ya pasó o, por lo menos, eso creo.

Su llamada me ha levantado un poco el ánimo. Son casi las seis de la tarde y en menos de veinticuatro horas volveré a verla. Estoy impaciente y nervioso. No sé qué voy a preparar para comer, tampoco sí le gustará, pero al menos quiero intentar que se sienta a gusto y contenta de volver a verme.

Sigo pensando en María. No he conseguido verla, tampoco saber dónde está. La he llamado por teléfono y lo tiene apagado. Le he dejado un mensaje en su buzón de voz. Ojalá y lo escuche pronto y consigamos hablar de una vez. Al menos yo lo necesito e imagino que ella también. Ella solamente me tiene a mí y yo solamente la tengo a ella. Es triste, pero es la cruda realidad de nuestras vidas ahora mismo.

Así de contradictorio está resultando mi día. Como una especie de vidas cruzadas que se pierden por el mundo, en lugares inconexos y en momentos precisos, que se buscan y se buscan y acaban por encontrarse, anhelando volver a empezar de nuevo, lidiando siempre con un pasado, sobre todo con aquello a lo que no le damos el valor que merece. Una lucha constante con el equipaje de peso emocional que actualmente acarreo a mis espaldas. Aunque suene paradójico, Laura es ahora mismo mi única esperanza para el cambio, el empujón que necesito para conseguir salir adelante, para encontrar soluciones. Ojalá quiera escucharme y me ayude a conseguirlo.

Enfrascado en el pensamiento de lo que pasará mañana, salgo de la cama, como con aires renovados. Necesito darme una ducha, sacar a fuera todo lo malo, de mente y de sensaciones. Una ducha te devuelve a la vida, te proporciona placer y bienestar, justamente lo que más necesito ahora mismo para eliminar el estrés y la angustia de estos últimos días. Me dirijo al baño decidido y sonriente, por fin tengo razones para ver todo esto de otra manera. Cómo bien me ha dicho Laura, todo es pensar y actuar. Estoy dispuesto a ello, a tomar las riendas de una situación que hasta ahora me tenía totalmente atrapado.

De repente, mientras me desnudo para meterme en la bañera, se escucha un fuerte golpe en el rellano de la escalera. Intento no hacerle mucho caso, quiero y necesito cambiar mi actitud y ver las cosas de otra manera. Tal vez sea un portazo de la puerta de entrada al edificio, o alguna de las muchas bicicletas que circulan normalmente por la escalera. Entro a la ducha, el agua está ardiendo, cierro los ojos, aprieto el botón interior de mi mente para olvidarme de todo y disfrutar del ahora, es mi momento, es aquello que tanto anhelaba encontrar.

LA MIRADA TRISTE DEL CHICO QUE OBSERVABA EL INFINITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora