Capítulo XXXI. La lluvia mi aliada.
Una, dos, tres, cuatro calles Mia había girado y ni siquiera se había fijado en qué dirección lo había hecho, si hacia su izquierda, o, por el contrario, hacia su derecha.
No estaba concentrada en la calle, ni siquiera concentrada en caminar, fijándose por donde lo hacía, por lo que, constantemente, chocaba con personas, que, o bien eran amables y le sonreían a modo de que no pasaba nada, o, por el contrario, la miraban con cara de pocos amigos y le decían que se fijara por dónde caminaba, pero, la cabeza de Mia, sólo tenía como objetivo una acción, y ésa era pensar, pensar en la persona que, por segunda vez en un mismo día, en menos de quizá lo que hubieran sido cuatro horas, había hecho de ese día deseado, un día para no querer volver a repetir.
¿Cómo una persona, la cual se supone que te cuida, se preocupa de ti y quizá hasta tenga sentimientos por ti referidos a amor y no a amistad, puede fastidiarlo todo con tan sólo abrir la boca? Y, peor aún, ¿cómo puede ser capaz de hacerlo dos veces en un mismo día?
Esta pregunta era la que mayor cabida tenía en la cabeza de Mia, no obstante, otras muchas, referidas tanto a Dylan como a Ian, estaban presentes en su cabeza.
Mia se estaba dando cuenta de que, con quien había comenzado de una forma un poco desagradable y continuado un poco agradable, Dylan, había terminado, hasta el momento, de una forma desagradable. Y que, con quien había comenzado de una forma altamente agradable y continuado de una forma un poco desagradable, estaba terminando de una forma altamente agradable.
¿Cómo si, Dylan sentía quizá lo mismo que Ian por Mia, podía fastidiarlo tanto abriendo la boca cuando, Ian por el contrario, lo arreglaba todo al abrir la boca? ¿Acaso uno de los dos no sentía lo que él mismo creía?, ¿o lo que Mia creía que podía sentir esa persona?
Ian le estaba demostrando lo gran amigo que era y lo que ella significaba para él, y esto era mucho. Con cada acción suya, Mia estaba a un paso más de él. En cambio, Dylan, lo que le estaba demostrando, estaba dejando qué desear. Y, con cada acción suya, Mia reculaba un paso, alejándose de él. Bueno, alejándola él mismo de él.
Pero, ¿cómo no iba a alejarse de él si, con cada palabra suya, cada acción suya, él mismo la obligaba a echarse hacia atrás, donde, de un modo más agradable, Ian la esperaba? Él mismo la estaba empujando hacia Ian. Quizá se estuviera dando cuenta o quizá no, pero, lo verdaderamente importante, es si podría darse cuenta a tiempo.
Girando por quinta vez, Mia se encontró frente a un paso de cebra, donde, levantando la mirada justo antes de bajar el pie derecho de la acera, se paró, ya que el semáforo estaba en rojo para los peatones. Y, fijándose en la acera de enfrente, vio a las dos mismas chicas que, anteriormente y junto a Ian, había visto y, una de ellas, sonrió coquetamente a éste.
Ver a aquella chica, sin darse cuenta, le hizo reflejar en su rostro asco. ¿Acaso sí podía estar celosa por aquella chica y respecto a Ian?
Poniéndose el semáforo en verde para ellos, Mia, intentando no prestar atención a aquellas chicas, las cuales la miraban y cuchicheaban entre ellas, miraba hacia el suelo, fijándose en lo que fuera. Le daba igual qué mirar con tal de no levantar la mirada y ver cómo ellas dirigían la suya hacia ella.
- Seguro que la ha dejado y por eso está así. - escuchó cómo dijo la misma chica que le había sonreído coquetamente a Ian.
- Es normal, en su caso yo también estaría así si ese chico me dejara. - decía la otra.
Ambas seguían cuchicheando entre ellas, si es que se le podía llamar cuchichear a aquello que hacían en ese tono de voz, pero, conforme Mia fue caminando hacia delante, y ellas en dirección contraria, dejó de escuchar lo que decían.
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Amores distintos [pausada].
Teen FictionAmelia, o Mia, y Dylan se conocieron en la fiesta de cumpleaños de una amiga, en la que estuvieron hablando entretenidamente y, a pesar de conocerla poco, él la estuvo ayudando y apoyando cuando sufrió un fuerte mareo. Desde ese día, se vieron sólo...