Capítulo XXXIII. Todo influye.
Tras permanecer en aquella misma posición, dejando de llorar a los diez minutos, por más de media hora, Mia, notándose la cara ardiendo y los ojos hinchados, se levantó y, sin preocuparse del móvil y de si a alguien se le ocurría llamar a la puerta principal de su casa, se dirigió hacia el baño y, seleccionando una lista de reproducción de su iPad, puso éste con el volumen al máximo.
Mia no era de escuchar música así, ya que era muy reservada, es decir, no le gustaba que otros supieran lo que escuchaba, pero, en aquel momento, necesitaba escuchar música, necesitaba relajarse y sentirse en paz y en calma, y aquello sólo se lo proporcionaba la música. Y, teniendo en cuenta que iba a ducharse, claramente, no podía ponerse los cascos.
Con la música de fondo, por la cabeza de Mia únicamente pasaban todas y cada una de las frases que Ian y Dylan le habían dicho. Algunas frases de Ian, le agradaban, otras, le hacían ver que él ya le había dado una oportunidad de recular y ella la había denegado. Algunas frases de Dylan le agradaban, otras, la gran mayoría, le hacían suponer que estaba cometiendo un grave error, del cual terminaría arrepintiéndose.
Todos los indicios llevaban a que se había equivocado, a que terminaría sufriendo con aquella decisión que había tomado y a que, lo peor de todo, terminaría haciendo sufrir a Ian, quien menos lo merecía en aquella historia.
El hecho de pensar que terminaría haciendo sufrir a una de las personas que más quería, ya incluso fuera de lo romántico o no, lo confuso o no, hizo que Mia, por impotencia y pura culpabilidad por sus acciones, golpeara la pared dentro de la ducha, la cual estaba mojada, por lo que, al golpearla, su puño se resbaló un poco, haciendo así que no diera bien el golpe, y, por ende, se hiciera daño.
Ante este hecho, se quejó un poco por el dolor, pero poco le importó, puesto que, por segunda vez, dio un golpe a la pared con el mismo puño, el derecho, y, nuevamente, se hizo daño. Dio una tercera y hasta una cuarta vez, hasta que se hizo daño de verdad.
Iba a dar un quinto puñetazo, pero, el dolor que sintió en la mano tan sólo haciendo el trayecto a la pared, hizo que se detuviera y dejara caer por completo el brazo, casi sin energía, sin fuerzas, sin vida, como se sentía en ese momento.
Comenzando a llorar, confundiéndose así sus lágrimas con el agua que caía encima de su cabeza y bajaba por todo su cuerpo, se abrazó un momento a ella misma por la cintura con sus brazos, hasta que, al hacer un leve movimiento con su mano derecha para así ponerla encima de su codo izquierdo, sintió un fuerte dolor por la zona de la muñeca, el cual le hizo quejarse de nuevo y, inconscientemente y por pura frustración, golpear la pared con su puño izquierdo.
Esa vez, por suerte para ella, golpeó de un modo que, aunque se hizo daño, su mano no resbaló, por lo que fue el mismo daño que se hacía al dar un primer golpe, al cual siempre lo acompañaban, como mínimo, tres más. Pero, en ese momento, con uno, de su puño izquierdo, tuvo suficiente.
Calmándose poco a poco, respirando profundo y cerrando los ojos mientras contaba, hasta un número no definido, se duchó completamente, se lavó el pelo y, cogiendo una de sus toallas de color rosa palo, se tapó con ella y salió completamente de la ducha, y, intentando escuchar la música y sólo pensar en ella, se secó con la tolla, se vistió y se dispuso a echarse crema, pero, cuando se puso frente al espejo y se miró, si un su rostro se reflejaba un pequeño rastro de felicidad, de serenidad, de clama o tranquilidad, éste desapareció por completo.
Limpió el espejo por completo, ya que tenía un poco de vapor aún por algunas zonas, y, acercándose un poco a él, sonrió tristemente.
Ella no era, o más bien no se consideraba, una persona guapa, pero tampoco fea, sino una persona normal en lo que a belleza respecta, ni muy guapa ni muy fea, por lo que, mirándose al espejo, no entendía por qué una persona como Ian, así como Dylan, podía haberse fijado en ella. Ella no tenía nada especial.
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Amores distintos [pausada].
Teen FictionAmelia, o Mia, y Dylan se conocieron en la fiesta de cumpleaños de una amiga, en la que estuvieron hablando entretenidamente y, a pesar de conocerla poco, él la estuvo ayudando y apoyando cuando sufrió un fuerte mareo. Desde ese día, se vieron sólo...